Los elefantes no mueren en Vallekas

Los elefantes no mueren en Vallekas

El reciente fichaje del colombiano Radamel Falcao, antaño mejor delantero centro del mundo, nos recuerda algunas otras grandes incorporaciones de la historia franjirroja.

El 19 de agosto de 1993, una noticia sacudía el fútbol español desde la base. Hugo Sánchez regresaba a Madrid… para jugar en el Rayo Vallecano. Tras haber desarrollado buena parte de su carrera en los dos equipos grandes de la capital, primero en el Atlético y después en el Real Madrid, el ariete mejicano, con 35 años, acudía a Vallekas en busca de una última oportunidad para disputar con Méjico el Mundial de Estados Unidos de 1994. Y lo consiguió, aunque al Rayo no le alcanzaron sus dieciséis goles en veintinueve partidos como franjirrojo para salvarse de un descenso que llegó en la fatídica y famosa promoción contra la SD Compostela.

Hugo Sánchez celebra un gol con la camiseta del Rayo.

La llegada del colombiano Radamel Falcao a la entidad vallecana guarda ciertas semejanzas con el fichaje de Hugo Sánchez. De la misma manera que el atacante mejicano, el cafetero cuenta 35 años y  atraca en Vallekas hacia el final de su carrera con el objetivo de llegar a tiempo y en forma para disputar el próximo Mundial de Qatar en el verano de 2022.   Además, como ocurría con el propio Hugo Sánchez, el delantero colombiano, que un día también fue considerado por muchos como el mejor delantero puro del mundo, llega al conjunto franjirrojo tras haber rechazado varias ofertas, a priori mucho más suculentas, de equipos notablemente más potentes. El tigre necesita minutos y sabe que, si está en las condiciones idóneas, en Vallekas los va a disfrutar prácticamente todos.

La historia del Rayo Vallecano muestra algunos casos similares a la llegada de Falcao. A lo largo de las temporadas, los vallecanos han podido disfrutar, en determinados momentos, de jugadores de cierto relumbrón que, en el ocaso de sus años dorados o en periodos de recuperación tras una lesión, han recalado en el equipo de la barriada madrileña para reencontrarse consigo mismos y con el balompié.

El mítico Anton Polster podría engrosar esta lista. El ariete internacional austriaco había despuntado durante sus tres años en Nervión. En una de sus mejores campañas en el Sánchez Pizjuán anotó 33 goles –cifra que certificó, precisamente contra el Rayo–, que le sirvieron para colocarse como segundo máximo goleador de La Liga solo por detrás, precisamente, de Hugo Sánchez. Tras abandonar la disciplina del Sevilla por un enfrentamiento con su técnico, Vicente Cantatore, Anton recaló en el entonces muy potente CD Logroñés para convertirse en el fichaje más caro de su historia (150 millones de pesetas). En Las Gaunas desplegaría un fútbol menos brillante y efectivo, y al no clasificarse para Europa el conjunto riojano, motivo principal de su fichaje, fue traspasado al Rayo por 200 millones (información de El blogroñés). Polster viviría su último baile en España en el conjunto franjirrojo, con el que disputó 31 encuentros y marcó 15 goles, antes de viajar a la Bundesliga alemana.

El austriaco Anton Polster viste la segunda equipación de su año como rayista.

Los hinchas más jóvenes recordarán dos casos más recientes de jugadores de alto calibre que terminaron desempeñando sus funciones –¡y de qué manera!– en las filas de la guerrilla vallecana. Hablamos de Diego Costa y Chori Domínguez, brasileño y argentino, que pese a su alto standing decidieron defender y honrar la elástica franjirroja en una clara relación de simbiosis futbolística. El primero, el de Lagarto, llegó en calidad de cedido tras un calvario de lesiones que le impedían hacerse con el hueco que parecía llevar su nombre en el Atlético de Madrid. El atacante, un killer del área, acumulaba cesiones a Celta, Albacete y Valladolid, pero nunca terminaba de asentarse en la disciplina colchonera. Por si fuera poco, la maltrecha rodilla del atacante había truncado un fichaje ya cerrado con el Besiktas y, tras seis meses de recuperación, Costa necesitaba los minutos que iba a conseguir en el Rayo de Sandoval, que por su parte requería del gol que él garantizaba. Diego Costa llegó a Vallekas, en calidad de cedido, el 23 de enero de 2012 y, en su primer partido, el 5 de febrero en La Romareda, ya rompió la red rival con un soberbio testarazo que iniciaba una remontada vital en el camino a la salvación. Aquella fue, sin lugar a dudas, y gracias a la dinámica de Vallekas y el Rayo, la temporada del resurgir de Diego Costa. Sus cuatro dianas en los tres primeros partidos como jugador franjirrojo adelantaban la fantástica media temporada que iba a regalar el de Lagarto a la parroquia vallecana, que terminaría rendida a su incuestionable entrega y sus números (10 goles y 5 asistencias en 16 partidos) en el año sacro-pagano del Tamudazo.

Diego Costa celebra uno de sus goles contra el Levante en el Ciutat de Valencia.

Diego Costa volvía a su Atleti tras brillar en su paso por Vallekas y, entonces, su sitio como jugador mediático se quedaba libre. Poco iba a durar ese espacio, ya que en el mercado veraniego de fichajes, Alejandro Domínguez, el Chori, recalaba en el conjunto vallecano como incorporación estrella. La leyenda de la franja roja riverplatense se unía a la plantilla vallecana después de quedar apartado del Valencia, al que llegó con la vitola de estrella para terminar ninguneado por el entrenador Unai Emery, por una afición que lo llegó a tachar, incluso, de “borracho” y por la secretaría técnica a la que se enfrentó de forma frontal. Todo aquello se sumó a sus problemas de ansiedad y estrés ante la presión. En el Rayo, en cambio, Chori Domínguez volvería a encontrar su mejor versión con un gran juego asociativo y de creación al que salpimentaría con 5 goles (el más especial, de penalti, le sirvió para doblegar por 0-1 al Valencia en Mestalla y ajustar cuentas personales) y 5 asistencias en un total de 33 partidos disputados. Tras su redención, deportiva y emocional, el volante argentino destacaría en Champions League con el Olympiacos griego en un lapso de cinco años, tras el que volvería al Rayo, club en el que, finalmente, se retiraría definitivamente del fútbol tras contribuir a devolverlo a Primera División, primer campeonato de Segunda División mediante.

El argentino Chori Dominguez celebra un tanto conseguido en Vallecas.

Por otra parte, los aficionados más veteranos de la franja recordarán el caso del uruguayo Fernando Morena, para muchos el mejor delantero que ha vestido la camiseta rayista. El delantero charrúa fue el primer fichaje de campanillas de la historia del Rayo y llegó en 1979, en plena etapa del Matagigantes. El atacante, natural de Montevideo, había jugado en River Plate de Montevideo y Peñarol, dos de las escuadras punteras del fútbol uruguayo. Cuando llegó a Vallekas, Fernando Morena ya era toda una estrella y grandes clubes de Europa lo pretendían. Entre ellos, el Real Madrid, que ya había intentado su contratación cuatro años antes, y el Inter de Milán. Sin embargo, el entrenador del Rayo Vallecano, Héctor Núñez, compatriota de Morena, lo convenció para que recalase en el conjunto franjirrojo. Su llegada desató la locura en el barrio hasta el punto de que el número de abonados ascendió de los 3000 hasta los 10000 en apenas unos días. En su única temporada como franjirrojo, Fernando Morena se ganó a pulso la inclusión como uno de los mitos de la historia rayista gracias a su incomparable calidad, su efectividad y su caballerosa forma de ser. Sin embargo, los 21 goles que anotó Morena con la indumentaria rayista (entre los que se incluye su gol 500, al Valencia, en Mestalla) tampoco sirvieron para ayudar al equipo a lograr la salvación. Posteriormente, Morena jugaría un año para el Valencia y, ya de vuelta en Sudamérica, para Boca Juniors.

El uruguayo Fernando Morena, para muchos el mejor delantero de la historia del Rayo, grita una de sus dianas con la franja.

Una década más tarde, otro internacional, ex jugador de grandes equipos como el Real Madrid y el Sporting de Gijón, en España, o el West Bromwich Albion, que lo traspasó al Madrid como el fichaje más caro, en ese momento, de la historia de los de Chamartín. Laurie Cunningham llegó a un Rayo que militaba en la Segunda División tras haber ascendido de Segunda B un par de años atrás. El extremo, primer jugador de raza negra en vestir la casaca de Inglaterra, regalaría una preciosa exposición de grandes jugadas y anotaría tres tantos en 37 partidos en su primera temporada en Vallecas, en la que el equipo acabaría en la mitad de la tabla sin apuros. Después, haría las maletas y disfrutaría durante una temporada del Charleroi belga y el Wimbledon FC del temible Vinnie Jones. Pero el jugador londinense todavía tendría tiempo de volver a jugar en Vallecas otra temporada (1988-89), en la que, esta vez sí, conseguiría el ascenso a Primera División junto a tipos como Jesús Diego Cota, Hugo Maradona, el delantero Botella o Sánchez Candil, entre otros grandes nombres de la historia franjirroja. En el verano de 1989, cuando negociaba un nuevo contrato con la entidad de Payaso Fofó para jugar en Primera, un accidente de tráfico lo truncó todo. Años después, la hinchada vallecana adoptaría su figura para, junto a la de otras grandes figuras del Rayo como Hugo Maradona o Wilfred, combatir el racismo en el deporte.

Laurie Cunningham dribla a un defensor del CD Castellón.

Como vemos, muchos son los grandes nombres que han llegado al Rayo tras carreras importantes. La incorporación del tigre Radamel Falcao al Rayo Vallecano de Iraola, a sus 35 años y con un Mundial en el punto de mira, puede suponer la guinda a una plantilla competitiva en ataque. El relevo actual a todos esos delanteros y jugadores ofensivos de renombre que, de vez en cuando, decidían ponerse la franja roja y defenderla mediante su calidad y su garra. Porque sí, a veces el Rayo también hace fichajes de campánulas y champagne. E incluso, en ocasiones, basta este repaso como prueba, consiguen darle rendimiento al club. El barrio no es un cementerio para dinosaurios.

Los elefantes no mueren en Vallekas.

Texto de Jesús Villaverde.