Contigo en la distancia

20/01/2016
Contigo en la distancia

Cuando mueres por la franja y vives en Valencia, que el Rayo Vallecano visite Mestalla convierte ese día en el más esperado del año.

Desde un lejano ya mayo de 2012 que vivo en Valencia, cada partido en Mestalla es para mí una fecha señalada que me hace revivir lo vivido mañanas, tardes y noches en Vallekas, durante mis ya 41 años de socio del Rayo Vallecano. Este domingo pasado, un año más llegó ese momento y me gustaría compartirlo con todos vosotros.

Me desperté con una ilusión intacta, pero con una fe quebrada por los acontecimientos que un día sí y otro también suceden en nuestra peculiar agrupación. Iba a ver al Rayo, pero no sería como siempre, no me encontraría allí con mi hermano, familia y amigos de toda la vida, sino que iría a terreno forastero con mi amigo LLuis Albert, que con solo leer el nombre ya podéis imaginar con que equipo iría.  A él le voy haciendo entender qué es el Rayo, pero el resto de  la gente que encontraríamos no podrá jamás entender el significado que tiene la franja para los que amamos aquel humilde barrio.

No bajé por Arroyo del Olivar como solía hacer, sino que aparque en el Paseo de la Alameda camino a Mestalla, ni se me erizaba la piel cuando llegaba al  parque Azorin oliendo ya mi Estadio de Vallecas, pero sí alucinaba con la multitud de gente que estaba desayunando dos horas antes, y las colas que había en taquillas para comprar entradas para el partido Valencia-Las Palmas de Copa del Rey.

Exteriores de Mestalla
Exteriores de Mestalla

Llegamos al estadio y estaba bastante remozado, capas de pintura adornaban la fachada, vomitorios por los cuales  se introduce la muchedumbre gozando de luz y limpieza, asientos con  vestigios de polvo  de épocas remotas, era asombroso pero podías sentarte sin verte obligado a poner una hoja de periódico. Al tiempo la gente se adueñaba de bolsas de pipas y por el contrario los nervios se adueñaban de mí.

El pésimo juego del Valencia era más o menos parecido al que arrastra la franja esta temporada, pero ambos sabíamos quién era el equipo grande. Mientras ellos sabían que aún jugando mal acabarían ganando, yo pensaba que aún jugando bien algún fallo «made in Rayo» acabaría haciéndonos penar.

Comenzó el encuentro y allí me vi yo en un campo que no era el mio y sin saber a dónde acudir con mi garganta. El buen juego del equipo en la primera parte hizo que me visitaran esos nervios que te entran cuando empiezas a tener opciones a ganar. Lo malo es que esos nervios me los tenia que tragar para adentro.

Me sentía raro y extraño, con una gente que no era la mía y que no cantaba las canciones que me sabía. Eché de menos un «a las armas» bien cantado a tiempo, eché de menos un cuerpo con el que abrazar un gol, el «ahora Rayo ahora» no llegaba nunca, y canciones como el «no te abandone en Segunda B» que tanta gloria nos dio a los rayistas. Pensé que jamás sería entendido en estos campos, tan acostumbrados a Champions League y demás historias.

Trashorras y compañía se hacían con el balón y la gente al grito de «burros» -muy típico por aquí-, se frotaban los ojos viendo como el equipo que iba en penúltima posición les estaba dando un baño. Yo con mi maltrecha fe, pero mi infinita ilusión veía que mi rayito me estaba compensando mis años de amor en la distancia, agradeciendo la más grande de las fidelidades pese a los kilómetros que nos separan.

Grité sin vergüenza al ver como Jozabed encendia la llama de la ilusión un poquito más en mí, y curiosamente un vallecano, en uno de eso goles que solo es capaz de encajar el arquero que defiende la meta franjirroja, me hizo volver a la realidad.

La segunda parte iba a ser eterna y al final acabaríamos palmando, no podía ser de otra forma. Hasta que llegó el gol del mejor fichaje del año e inmediatamente me levanté puños en alto, mientras la gente observaba de dónde se había escapado aquel loco. Otra vez subidón, pero duró poco porque en tres minutos sabía que nos empataban, y era mejor no ilusionarme.

Los tres minutos se iban alargando pero sabía qué iba a pasar. Cuando en la lejanía vi a Zé Castro privarme de una alegría que hubiera sido muy especial, no me quedó más remedio que consolarme con la alegría del pobre, un punto en Mestalla siempre era un punto y por lo menos habíamos jugado bien.

La gente de aquí enfadada con su equipo y yo orgulloso del mio, los hinchas locales atacando el mal juego de los blancos y yo orgulloso del desplegado por el mio. En el fondo mientras la gente decía que bien juega el Rayo, yo sabía que la fuerza de este Rayo no era su juego, sino que lo es su gente, esa que sin ella un partido de fútbol no es igual. Vallekas es diferente y eso es lo que hay que tratar de conseguir en la segunda vuelta de la Liga, que vuelva a rugir como antaño.

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El terreno de juego visto desde mi localidad

Vallekas es su gente y es su estadio y desde la distancia en kilómetros que nos separa y que nos une en pasión, solo os digo que apreciéis cada minuto que tenéis en ese estadio, porque cuando no se tiene se echa de menos. Rememos juntos y hagamos grande una pasión, la franjirroja. Pasión que aún siendo pobre y humilde para muchos  es la mejor. Es nuestra pasión, nuestra forma de defender un barrio y nuestro orgullo de pertenecer a una franja.

 

¡¡Se os echa de menos Rayitos!!

 

Texto: Paco García (@pacovk1)