Cántico de navidad

Cántico de navidad

El gran Jesús Villaverde nos regala una insólita adaptación rayista del archiconocido cuento navideño de Charles Dickens.

Primera estrofa: El fantasma de la cadena

“¿Quieres conocer –prosiguió el fantasma– el peso y la longitud de la que tú mismo arrastras?”

Tras mostrarle la cadena de hierro que arrastraba tras de sí, que simbolizaba todos y cada uno de sus errores fruto del egoísmo y la vanidad, le indicó que antes de la Nochebuena le visitarían tres espectros más que le ayudarán en su destino. Las palabras posteriores a la derrota contra el RCD Espanyol habían caído con incomodidad en buena parte de la parroquia vallecana. “Lo siento por mi familia, pero van a ser unas navidades horribles; no van a ser como yo esperaba”, había dicho.

Segunda estrofa: El primero de los tres espíritus

Al día siguiente, cuando estaba distraído con otras cosas, la alarma de un reloj digital lo sacó del ensimismamiento. Entonces recordó lo que él consideró como un sueño y como aquel extraño ser le indicó la visita de tres de sus semejantes. De repente la habitación se iluminó por completo  y el sol que entraba por la ventana se volvió más intenso. Entonces lo vio.

En la sala había una extraña figura; parecía un niño. Lo único que resaltaba de ello era el color rojo que atravesaba su pecho desde la parte baja de la espalda hasta el hombro. Emitía un extraño esplendor.

  • Soy el Fantasma del Pasado Rayista. ¡Ponte en pie y ven conmigo! –dijo.

No daba crédito, pero de nada le valió la risa incrédula que soltó. Una mano le agarró con firmeza y le llevó a través del portal a la calle. No podría haber explicado cómo, pero la figura le había trasladado a una ciudad que reconocía vagamente, pero que a la vez le resultaba completamente extraña. De pronto entendió todo. Estaba en el Estadio de Vallekas, pero no en el actual, sino en el de tiempos de antaño. Delante de sus ojos, abiertos como platos, se sucedían gestas felices, pero también tristes, a un ritmo frenético. Onésimo y Bolo marcaban goles, el Rayo Matagigantes ganaba a los poderosos, el Girondins de Burdeos era goleado; incluso Tamudo volvía a marcar en el minuto 91 y el Rayo conseguía el récord de puntos de su historia. Sin embargo, todo tenía un cierto halo mágico. De pronto, gritó a un jugador, pero el espíritu le indicó que allí nadie se percataría de su presencia. “Todo esto no son más que sombras de lo que ha sido, no pueden ni vernos ni oírnos”. Se limitó a seguir mirando. No sólo le mostró aquel niño franjirrojo los triunfos, no; también las derrotas, que fueron más numerosas y dolieron en su corazón aunque muchas de ellas no las hubiese vivido. Pasaron por delante de ellos varios descensos, un partido en Eibar, otro en Las Palmas y, por último, volvió a pasar la última de sus derrotas contra el Espanyol. Y los tres defensas, ningún central puro, que había dispuesto sobre la mesa en un alarde de “autoridad”. Y a continuación un público que empezaba a impacientarse ante esta situación.

Tras mostrarle todas aquellas derrotas y malas decisiones, el Espíritu menguó hasta hacerse invisible y él entró en una especie de sopor y sueño que lo devoró al instante.

Tercera estrofa: El segundo de los tres espíritus

Cuando se levantó acudió, como siempre, a su lugar de trabajo. Sin embargo, cuando entró notó que algo estaba distinto. No sabía el qué, pero no parecía el mismo lugar de siempre.

  • Pasa –le dijo una calavera gigante con un parche en el ojo, que se encontraba en uno de los bancos del fondo–. Así podremos conocernos mejor. Soy el Fantasma del Presente Rayista. ¡Mírame!

Ataviado con lo que parecía una especie de camisa de fuerza llena de sangre a través del pecho, en cambio su gesto parecía confiado. Esta vez él sabía que le mostrarían algo y no se resistió como la primera noche. La lección del pasado había resultado.

Todo desapareció y pronto se vieron sentados en el fondo, detrás de la portería, mientras una pancarta era desplegada ante la salida del equipo. El espíritu lo trasladó al césped y desde allí pudo leer: “Tú no eres sin nosotros, nosotros sólo somos contigo”. El espíritu mostró varios partidos recientes en los que todo el estadio se dejaba la garganta, organizaba viajes y siempre apoyaba al equipo. Una de las veces, el resultado era de 6-0 en contra, pero en la grada seguía resonando el apoyo a la franja. Así, le fue mostrando partidos en diversos lugares, siempre con la alegría y el apoyo de la afición como telón de fondo. De pronto, el escenario cambió y mostró una recogida de alimentos, otra de juguetes, o el apoyo que mostró la plantilla, él incluido, a Carmen y la felicidad devuelta a su rostro. Entendió el mensaje: eso es el Rayo, su afición y su identidad de barrio. Y comprendió que siempre había estado en el mismo sitio, más allá de nombres propios y figuras; antes de que él llegase y mucho después de que se fuese seguiría allí. Su humor cambió por completo y el reloj marcó las doce.

Cuarta estrofa: El tercero de los espíritus

Un espectro envuelto en un manto raído y al que no se le veía el rostro se acercó de forma solemne. Caminaba de forma lenta, pausada, mudo, con semblante serio. Cuando llegó a su lado se postró con una rodilla en el suelo y señaló hacia su izquierda sin pronunciar palabra. El fantasma comenzó a andar, casi levitando, y él le siguió.

Casi sin darse cuenta aparecieron en los alrededores del estadio, cerca la taquilla central. Allí había un corrillo de aficionados con bufandas rojas y blancas y ropas de verano.

  • Hoy parece que no salimos a lo loco y el nuevo plantea los partidos de una forma normal.
  • Ya era hora…

El fantasma se deslizó hacia la calle Payaso Fofó, donde otro grupito hablaba frente a la entrada del fondo.

  • ¿Qué tal? ¿Cómo ves el nuevo año?
  • Esperemos que mejor que el pasado, hay que rehacerse cuanto antes y sacar la cabeza.
  • A ver qué tal con los nuevos. Y a ver cómo se plantean ahora los partidos.

No entendía por qué aquel último espectro le dedicaba tanto tiempo y ponía tanto interés en que escuchase las conversaciones aparentemente banales que se sucedían alrededor del estadio. De pronto aparecieron cerca de una de las puertas de La Albufera. Los carteles rezaban: 22 de agosto, jornada 1, Liga Adelante, Rayo Vallecano-Alcorcón. Otro corrillo se saludaba y comentaba animoso algo. El espectro señaló hacia ellos y él se acercó al instante.

  • ¿Dónde se fue?
  • Pues lo iba a fichar el Atleti, pero al final cogieron al que está ahora. Luego se oyó que había equipos ingleses que lo querían, pero se echaron atrás. Después de ver sus planteamientos de final de temporada… ¡cualquiera!
  • Bah, no sé ni dónde habrá ido, pero probablemente dentro de unos meses ni nos acordaremos de él.

Se empezaba a dar cuenta que toda esa gente estaba hablando de él. ¿Qué habría pasado? En ese momento, el escenario cambió por completo y aparecieron en uno de los bares cercanos al estadio. En la televisión estaba el estadio que tantas veces había pisado como entrenador. El rótulo terminó de sacarle de dudas. En el hueco del narrador aparecía el nombre de uno de los periodistas deportivos más conocidos y tras el de comentarista aparecía el suyo.

  • Entiendo, entiendo. Ya sé lo que ha pasado –trató de explicar él al espíritu, que seguía imperturbable-. Cambiaré de actitud, no me situaré por encima del equipo. Será siempre lo más importante y haré lo que sea por sacarlo adelante.

Quinta estrofa: El final

En medio de sus palabras, el espectro comenzó a menguar su tamaño y cambiar su forma hasta que terminó por convertirse en el poste de una cama. Estaba en su casa. ¿Había sido todo un sueño? Se levantó de un salto y al mirar su reloj se dio cuenta de que era 24 de diciembre y que tenía todo el tiempo que necesitaba por delante. Entonces, aunque no pretendía salir de casa, se enfundó el abrigo con el escudo y comenzó a anotar tácticas y posibles alineaciones en un trozo de papel.

La primera comenzaba así: Toño, Insúa, Ze Castro, Abdoulayé, Tito… y la estrategia rezaba: Valentía, coraje y nobleza.

Entonces unas palabras resonaron en su cabeza: “… van a ser unas navidades horribles”. Lo primero que cambiaría sería eso; ninguna derrota merecía empañar las fiestas, sino sólo cambiar de perspectiva y ajustar los errores para restablecer la victoria. Y tras todo esto pensó algo que, a través de estas líneas, también os transmite este narrador:

¡Feliz navidad, rayistas! ¡Forza Rayo!

Jesús Villaverde Sánchez

 

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