Droga

Droga

Reconozco abiertamente mi adicción a la franja y además creo que no podré dejarlo jamás.

Acabó el partido en Montilivi y lo pensé: esto del Rayo es una puta droga. Una adicción sin límites. No era la primera vez que lo pensaba, claro, pero lo de ayer fue como ese momento de lucidez fugaz en el que uno corrobora sus sensaciones. No había podido ver la primera parte del partido y de camino a casa leía el Twitter. Todo elogios al juego del Rayo y, ¡sorpresón!, un 0-2 en el marcador con el que ninguno contábamos. Bueno, eso no es cierto, en aras de la verdad hay que reconocer que el compañero Alberto Leva sí había apostado por idéntico tanteo el martes.

El caso es que me había puesto delante de la televisión allá por el minuto 40 y justo un minuto después el Girona marcaba. Y juro que, por un momento, pensé que no iba a ver la segunda parte. “Tú eres el gafe, socio”, me dije a mi mismo. Y el mosqueo del gol en contra, y los nervios que propician la necesidad, sobre todo después de leer una gran primera parte de la franja, me hizo ofuscarme y asegurarme a mí mismo que no me sentaría otra vez en el sofá quince minutos más tarde. No importaba sacrificar los cuarenta y cinco minutos si eso implicaba la victoria del Rayo.

Pero, ay, amigos… Eso es imposible. Quince minutos después, allí estaba otra vez, al lado de mi padre, dispuesto a sufrir con un marcador que se me antojaba demasiado corto si miraba el rival y el feudo. No sufrimos tanto como se intuía, se podría decir, pero el caso es que ni siquiera con el 1-3 en el luminoso y en el tiempo de descuento uno es capaz de respirar tranquilo. Eso sí, de gafe nada, por suerte.

Esto del Rayo es como una droga. Intuyes que a tu cuerpo pueda no estarle haciendo ningún bien. A menudo piensas que te está quitando horas de vida. Que te arrebata momentos de felicidad y los cambia por horas de tensión. Y sin embargo, ahí estás, cada fin de semana, en el estadio, delante del televisor o, si no se dan las condiciones, enganchado al Twitter (en la radio cada vez se escucha menos nuestro nombre y es un suplicio buscar algo de información incluso en la emisora autonómica). No sabes qué es lo que tiene, muchas veces no eres ni siquiera capaz de identificar qué te aporta, si es que te da algo. Pero ahí sigues cada semana. Solo entiende mi locura quien comparte mi pasión, rezaba una de las pancartas más acertadas al respecto que yo haya leído jamás. Fútbol, barrio, sentimiento. Vida. Pura droga.

Jesús Villaverde Sánchez