“Pero el Rayo nunca va a ganar una Liga. ¿No te gustaría ser de un equipo que pudiese ganar algo?”

“Pero el Rayo nunca va a ganar una Liga. ¿No te gustaría ser de un equipo que pudiese ganar algo?”

¿Por qué soy del Rayo si nunca gana títulos? Por innumerables razones que no cabrían en una sala de trofeos. Aunque a veces sí ganamos, aunque sean los más jóvenes.

Estoy seguro de que la mayoría de los rayistas que están leyendo esta columna han escuchado más de una y de dos, y de trescientas veces esta frase. Yo, personalmente, la recuerdo de mi etapa más infantil y adolescente; esos días en los que todos los compañeros son del Madrid y del Atleti, con la posibilidad extraña de algún despistado que anima a cualquier otro equipo, seguramente por la herencia de padres que viven en Madrid pero son originarios de cualquier otro lugar.

Cuántas veces habré respondido que NO. Que no me gustaría ser de otro equipo, que mi equipo era el Rayo, que mi padre y mi abuelo, y ahora también mi hermano, eran del Rayo igual que yo y que lo éramos porque nos gustaba serlo y no necesitábamos ganar. Precisamente hace poco un amigo me decía que los que no eran del Madrid o del Barça era porque, aunque les gustase, no necesitaban ganar a toda costa. La explicación me gustó, porque tras la posible exageración que se puede entrever en esas palabras, tiene bastante de cierto.

Y por eso, y que me perdonen mis buenos amigos madridistas, que los tengo y los quiero mucho, que el Rayo le haya ganado una Liga al gigante Real Madrid, y en el último minuto del campeonato, me gusta incluso más que si hubiese sido de cualquier otra forma. Porque dentro de esa victoria hay mucho más. Tras ese 0-1 laten la épica del humilde y el triunfo del esfuerzo. Y sí, es una categoría de juveniles, más allá de ahí nunca ganaremos nada, y todo lo que quieran argumentarme, pero el domingo pasado, cuando escuché que el Rayo había marcado al borde del final, el placer fue igual que si el que hubiese ganado algo fuese el primer equipo.

Claro que el Rayo gana ligas. Con la sección femenina he podido disfrutar esas victorias, ahora con el juvenil también. Por no hablar de las ligas que gana el barrio cada semana en la grada, y siempre que se lo permitan. No. No me gustaría ser de otro equipo. No cambiaría una racha de diez derrotas consecutivas de mi equipo por una Copa de Europa en el último minuto. Para nada. Y no lo haría porque la imposibilidad de ganar siempre te hace valorar cada victoria de una forma especial. El no saber hasta cuándo no volverás a ganar otro partido te hace vivir cada gol como una cosa única. Y, sobre todo, ese no ganar siempre te hace no necesitar ganar para identificarte con tu equipo y disfrutarlo al máximo. Y eso es algo que no se puede comprar ni con todo el dinero del mundo. Y para concluir, se me viene a la cabeza el cuento de Augusto Monterroso, un relato brevísimo en el que podrán pensar cada mañana estos chicos y en el que me he permitido incluir una ligera licencia para adecuarlo a esta pieza:

Cuando despertó, la Liga todavía estaba allí.

Enhorabuena, chavales. Forza Rayo. Siempre.

Jesús Villaverde Sánchez

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