Campo Santo

07/04/2015
Campo Santo

Se puede ser del Rayo Vallecano, amar a este equipo, vivir a 350 km y que el hecho de acudir al Estadio de Vallecas sea toda un acontecimiento único.

Me acaba de confirmar el señor Google, a eso de la 1:55 de la mañana, que para llegar al ‘campo santo’ sólo tengo que recorrer 342 km. Mientras que para el rayista común acudir a la parada de Portazgo le cuesta un par de euros o un pequeño paseo, para mi poder sufrir en directo con el Rayo me cuesta de primeras una petición de piedad a mi jefe, un par de billetes de algún tren que me deje cinco horas antes por la capital y, quién sabe, habitación en cualquier hostal donde llorar las penas de la amarga derrota o quizás, celebrar tres puntos que nunca saben mal.

Pero la distancia nunca llegó a ser un problema, más bien me hacía pensar en el Rayo como aquella novia a la que no veías más de una vez al mes, con suerte, pero la seguías queriendo igual. Mis primeros recuerdos me llevan a aquel conquistador de Europa que jugaría ante el Alavés, el equipo de mi ciudad vecina. Los niños ya vestían sus camisetas del conjunto patatero, pero yo que nací rebelde, pegaba en las mesas de la escuela los cromos de ‘Bolo’ y Bolic. Todavía era muy joven para saber qué significaba ser del Rayo, pero con el tiempo lo iría descubriendo, hasta entonces yo ya era feliz con mis cromos y mi radio, entended que era complicado encontrar un bar en este que me hiciese el gran favor de emitir sus partidos sin escuchar el “nadie quiere ver eso”.

Para vosotros puede, sea de lo más normal, pero quisiera que hubieseis sido yo por un momento cuando llegué a mi primer partido en Vallecas. Camisetas con la franja, las primeras que veía en mi vida. Gente en las cercanías del estadio que animaban al Rayo, mientras yo estaba ya tan mal acostumbrado a preguntar al camarero si podía ponerme al rayito. Este sentimiento sin embargo lo vuelvo a vivir cada vez que consigo escaparme del trabajo y fugarme a Madrid un fin de semana. Pero recuerdo con especial cariño un partido muy importante, y bastante reciente. Alberto Leva, un hombre de los que hace grandes al Rayo, me invitó a vivir un Rayo – Granada que se antojaba fundamental para todos, ¿sabéis de qué hablo no? Pues bien, a día de hoy sigo dando gracias por estar allí y poder vivir algo con lo que he aburrido a amigos y familiares los últimos años, ‘el Tamudazo, pero el de verdad”.

El gol en sí no lo es todo, casi, pero la sensación que nos recorrió a todos los aficionados rayistas por el cuerpo no entendió en ese momento de fueras de juego, jueces de línea ni demás miembros del estamento arbitral. Vi a gente mayor, muy mayor, llorar como pocas veces podré ver. Niños con sus padres que quizás ni siquiera entendían el valor de aquella gesta, totalmente emocionados. Empecé a entender en aquella tarde de domingo a aquellas personas que dicen esa frase tan típica de “Mucha gente dice que el fútbol no tiene nada que ver con la vida, no sé que saben de fútbol, pero de la vida no tienen ni idea”.

Creo que esa frase se puede mejorar. Para mi el Rayo no es como la vida, pero es algo así. Es la cerveza que abres tras terminar de currar, es el primer día de verano en La Rioja (os aviso, no suelen ser muchos) y quizás llegando a exagerar, es como el amor, no tan complicado claro. Mi pasión por el equipo me recuerda a cuando tuve una novia a kilómetros de distancia, no podía estar siempre allí pero no estaba mal poder encontrarnos una vez al mes, el resto de ocasiones me conformaba con verlo desde una pantalla.

Dani Martín