Indigno colofón

Indigno colofón

El Sevilla humilla al Rayo en el Sánchez Pizjuán (5-0) y hunde a los de Jémez en la última posición. Los de Vallecas, prácticamente descendidos, no fueron capaces de tirar a puerta. El domingo se podría certificar la pérdida de categoría. Y tal vez fuese lo mejor.

Si a Cobeño le quedase una pizca de dignidad profesional, esta misma noche pondría su cargo a disposición del Rayo para que el club pudiese empezar a planificar la próxima campaña en Segunda División. El partido del Sánchez Pizjuán ha sido la viva imagen de la nefasta arquitectura sobre la que se ha cimentado el conjunto vallecano en la temporada que toca a su fin estas semanas. Igualmente, si a la hinchada franjirroja nos quedase un ápice de amor propio, el domingo el equipo jugaría frente al todopoderoso Real Madrid con la grada fantasmalmente vacía. Pero lejos de eso, estaremos jactándonos de que apoyamos a los nuestros hasta cuando se mofan del escudo que tan en los huesos llevamos grabado. Porque apoyar sin condiciones está bien, pero no cuando aquellos a los que apoyas se ríen constantemente en la cara de uno. De la misma manera, si a la plantilla le quedasen unos baremos mínimos de valentía, coraje y nobleza, habrían salido a morder el césped en Sevilla (y en los tantos y tantos partidos anteriores en los que no lo hizo) y se cortarían a la hora de hacer declaraciones tan absurdas como la que hizo Jordi Amat en zona mixta tras perder 5-0 y ser humillado, otra vez, de manera incontestable. “A la afición, decirle que vamos a darlo todo en los cuatro partidos que quedan”, dijo el central, cuya temporada ha dejado muchas más sombras que luces. El problema, Jordi, no es que lo deis todo en los cuatro partidos que quedan –que a quien esto firma, y viendo lo visto, le extraña–; el problema es que no lo hayáis hecho durante toda la temporada. Porque, además, lejos de victorias, es lo único que os pide vuestra gente.

Del partido entre Sevilla y Rayo se puede decir poco o nada. Porque no lo hubo; nunca existió el duelo. Solo se presentó a jugar el conjunto local, que avasalló a los de Paco Jémez de principio a fin, ante su pasiva e indolente mirada. Porque perder con un marcador tan contundente y que tu mejor jugador sea el que lleva los guantes no habla nada bien del resto de la plantilla. Terminó con 5-0, pero si el partido hubiese concluido con el doble de goles para los nervionenses, apenas habría extrañado a los que no hayan visto un partido de los vallecanos en todo el curso.

El Rayo Vallecano decidió prescindir de Míchel por los malos resultados. Algo normal desde una mirada fría y lógica. Para sustituirle llegó Jémez (suponemos que con su pasaporte a mano) y su regreso ha demostrado que el problema no era solo de entrenador, sino de planificación, de jugadores, de plantilla y, sobre todo, de ganas. De actitud. Porque es imposible ganar cuando ni siquiera se tienen ganas de jugar y competir. A los quince minutos, el Sevilla ya podía haber marcado hasta en cuatro ocasiones. Una preciosa rosca de Banega en un libre directo obligó a estirarse a Alberto García hasta la escuadra en la ocasión más clara de los primeros minutos. También lo intentó el Mudo Vázquez en dos ocasiones y Sarabia en otra internada cuya finalización se marchó mordida y muy desviada. No había ni rastro del conjunto visitante, una mera comparsa: “¡Tierra llamando al Rayo! ¡Repetimos: Tierra llamando al Rayo!”. Como ya sabéis, no llegó respuesta alguna.

Solo un centro lateral que despejó la defensa de los de Nervión en el haber de nuestros jugadores. Desesperante. Como lo fue la brillante idea de Velázquez de sacar el balón jugado con un taconazo en el centro del campo que desnudó la retaguardia rayista y que a punto estuvo de abrir el marcador. Suerte tuvieron los franjirrojos de que Sarabia la pegó mordida otra vez y el balón salió muy lejos del arco. El Sevilla dominaba casi dictatorialmente a un Rayo que nunca compareció en la Híspalis rojiblanca. Los de Caparros encontraban la espalda del Rayo con suma facilidad y la incompetencia y falta de aptitud y actitud de su rival les hacía atacar una y otra y otra vez la portería de un sobrepasado Alberto. Mudo Vázquez no pudo culminar un contragolpe que terminó con un pase de la muerte demasiado fuerte hacia su testa,  Banega lo intentó con un lanzamiento muy lejano que detuvo fácilmente el meta rayista, Jesús Navas forzó la estirada y paradón del capitán franjirrojo y Promes probó suerte con otro obús que marchó por encima del larguero. Era tal el asedio que el gol parecía cosa de tiempo. Como siempre, como en cada una de las jornadas que ha disputado el Rayo esta temporada. Así las cosas, la primera parte terminó con dos ocasiones consecutivas. En la primera, Alberto tuvo que estirarse hasta la cepa del palo para desviar un remate en propia puerta que ya se convertía en el primer tanto del encuentro. En la segunda, el guardameta palmeó un envío seco de Ben Yedder al segundo palo cuando Munir ya esperaba para empujarlo.

La primera mitad concluyó sin que el Rayo apenas hubiese pisado el área contraria, pese a estar prácticamente descendido y jugarse la vida en suelo sevillano. La única muestra de que, efectivamente, existiesen los de Vallecas la ofreció Álvaro García. El extremo robó un balón en línea de tres cuartos y se encaminó hacia la meta defendida por un Vaclik que podría haberse pasado los 90 minutos sin tocar el esférico con sus guantes. Sin embargo, la definición del ex jugador del Cádiz fue absolutamente indigna de la cuantía de su traspaso (el más caro de la historia para el Rayo [?]). Como su decepcionante temporada.

En los siguientes minutos, se iba a desatar la bestia y la pesadilla del Rayo, esa que llevamos soñando cada sábado desde septiembre, se hizo realidad. La desidia de la línea defensiva rayista iba a posibilitar que Promes rematase no una, sino dos veces en la misma jugada. El extremo neerlandés culminó una buena pared con Banega con un seco lanzamiento que volvió a repeler Alberto García con otra intervención de mérito. Pero su defensa estaba empeñada en ensombrecer su gran actuación y, pasiva, lánguida, sin ganas de correr, permitió que, en el rechace, el jugador sevillista rematase a gol sin oponer resistencia.

La diana sevillista fue la metáfora perfecta de la temporada del Rayo: que nos hagan lo que quieran, que esto no va con nosotros. Solo dos minutos después Velázquez iba a dejar un agujero negro a su espalda. Inteligente, Sarabia lo vio y envió un balón medido a la bota de Munir, que pudo controlar, acomodar el cuerpo y fusilar al guardameta rayista sin que nadie tuviese capacidad ni apenas intención de tapar el tiro. No contentos con el desastre y el ridículo, la defensa franjirroja iba a hacer gala de su ineptitud y de su escasez de amor propio en el tercer tanto, solo cinco minutos más tarde. Nuevamente un remate del Sevilla, esta vez de Ben Yedder, que rechazó Alberto en la enésima intervención meritoria de su partido. Y nuevamente un rechace. Sin que nadie hiciese intención de salir a tapar el rebote. No tuvo otra opción Munir que meterlo entre los tres palos para desesperación del capitán Alberto García y de toda la hinchada del Rayo, a la que ninguno de los futbolistas (por decir algo) que vestían la franja representa.

Pero el festival no había terminado, y aunque no sonaba música circense, el espectáculo era un esperpento. Ocho minutos más tarde del tercero llegó el cuarto. Pero entonces ya nada dolía. Los goles caían en contra como las puñaladas sobre herida abierta. Ben Yedder, que lo había buscado de mil maneras, recibió un balón entre líneas y se adelantó a Alberto para sortear su salida y marcar a placer. Lo revisó el VAR para volver a dejar en evidencia a cualquiera de los centrales del Rayo Vallecano (puede poner usted el nombre que desee) que rompía el evidente offside que habría anulado el tanto. El cadáver del Rayo yacía en manos del conjunto de Caparrós, que lejos de seguir magullándolo, lo mecía de un lado a otro, como buscando un lugar en el que deshacerse de él sin que nadie lo viese. No golpeaba apenas a los de Jémez, incapaces de aproximarse al área rival en todo el partido, sino que trataba de anestesiar su dolor incalculable con un fútbol de control. Solo la juventud de Brian Gil puso otro tanto más, el quinto, en el electrónico. Para certificar la sensación de que a este equipo, a día de hoy, podría marcarle un gol hasta uno de los chavales que juegan cada verano, con muchas más ganas que la plantilla franjirroja, de largo, en Brunete o Maspalomas. El canterano, que ha jugado con el Sevilla Atlético en Segunda B la mayor parte de la temporada, hizo lo que quiso con la zaga vallecana antes de poner el balón en la escuadra, lejos del alcance de un Alberto García que, pese a ser el mejor, encajó cinco goles que a muchos supieron a poco.

Todo empezó con un 1-4 frente al Sevilla en Vallecas. Y todo culminó con otra goleada a manos de los hispalenses. No es matemático, pero el descenso ya es un hecho. Como lo lleva siendo desde hace ya varios meses. Quizás desde que la mala planificación de la dirección deportiva, con David Cobeño como cabeza visible, hizo que el equipo cerrase el mercado de fichajes de verano sin culminar la plantilla. No es matemático, pero es incontestable. Y, por fin, en la jornada 34, el Rayo Vallecano ocupa la posición que merece por actitud, ganas y aptitud. Muy lejos quedan el coraje y la voluntad del Huesca, que probablemente baje junto a los vallecanos, pese a todo, de la desidia que ha gobernado el vestuario rayista durante toda la temporada. Ni valentía, ni coraje, ni nobleza. Cuando solo se pedía dignidad.