La cena

La cena

El Rayo se impone al Fuenlabrada (1-0) con un gol de penalti de Mario Suárez, que desatascó un partido físico y trabado en el que los azules presionaron para desactivar el juego local.

Suena el timbre y entran los invitados. Sonríen. Todo parece normal, pero se intuyen rencillas, memorias y pasados en común. El partido se presentaba como esa cena informal en la que invitas a tu ex pareja y su nueva compañía. José Ramón Sandoval volvía al banquillo de Vallecas y con él traía nombres como los de Pablo Clavería, Sekou Gassama, Juanma Marrero o Hugo Fraile. Ex rayistas que, no demasiado tiempo atrás, defendieron y honraron la franja roja contra la que se enfrentaban en un duelo casi fratricida para alguno de ellos. Paco Jémez no introdujo apenas variantes respecto al once que estuvo a cinco minutos de asaltar el cielo del Ramón de Carranza.

Comenzó el encuentro, precisamente, como ese aperitivo en el que los comensales tratan de conversar y buscar puntos en común sobre los que apoyar el convite. Con la mejor de las intenciones y la más forzada de las sonrisas. Fair Play. La mirada más amable. El respeto por el pasado y la memoria acumulada en las retinas. La primera ocasión, de hecho, fue como ese chiste-pulla que uno de los ex amantes lanza con falsa inocencia. Pathé Ciss disparó desde el centro del campo una parábola en la que prácticamente no confió ni él. Pólvora mojada que Dimitrievski se sacudió del hombro con absoluta suficiencia. Una de esas intentonas de choque que sabes que no va a hacer daño y que solo busca activar el contacto, el acercamiento primigenio, romper el hielo de la conversación perdida.

Presionaba el Fuenlabrada y desactivaba por completo la salida de balón rayista. El esférico no alcanzaba nunca las botas de Mario Suárez, que buscaba incrustarse entre los centrales para tratar de manejarlo desde el inicio de la construcción. Pero ni así conseguía el Rayo alcanzar el control del partido. Por el contrario, era el conjunto azulón el que parecía generar algo más de inquietud en su rival. La disminución en el ritmo de presión, hacia la mitad de la primera mitad, hizo parecer que los de Paco Jémez se hacían con el dominio poco a poco, pero nada más lejos de la realidad. No había ni rastro de peligro mientras la primera parte de la cena se consumía entre conversaciones intrascendentes y alguna que otra anécdota inocua. La noche era apacible. Como si nadie quisiese desanudar las hostilidades.

Tras una breve pausa para salir a la terraza a fumar un cigarro, la cena continuó con el segundo plato. La conversación empezaba a ser algo más distendida, se acabaron las formalidades. Nada más volver del intersticio, un balón a la espalda de la defensa vallecana fue rematado por Hugo Fraile con un vano intento de vaselina. Como si la jugada hubiese activado algún resorte, minutos después, el Rayo ofreció su primera combinación de más de diez toques. Había llegado el momento de los chistes, las anécdotas… ese espacio de la noche en el que todo puede pasar y la cosa se pone interesante. Ese interludio en el que, si el partido estuviese dirigido por Woody Allen, ocurriría algo inesperado que daría al traste con todo y activaría la bomba de relojería que había estado durante toda la noche en el centro de mesa. Y así fue. Lejos de llegar gracias a una destacable combinación, la jugada clave, que a la postre decidiría el marcador, surgió de un maravilloso balón en largo con el que Dimitrievski desahogó la asfixiante presión del equipo fuenlabreño.

Entonces, dos miradas cruzadas, un resorte que se activa, un corazón que da un vuelco momentáneo y hace tambalear todo de un plumazo. Porque, a veces, de una cena entre ex resurge la llama y, al contrario de lo esperable, no vuelan los cuchillos, sino que se rozan las manos conocidas. El balón no iba ya a ninguna parte, Trejo solo podía volver a (re)bombearlo al centro del área y esperar que algún compañero ejecutase allí un remate improbable. Sin embargo, Pablo Clavería –que un día defendió la franja con rabia y devoción– hizo un regalo al club de sus amores y atropelló a su antaño compañero. El penalti era tan claro como incomprensible. Una caricia por debajo de la mesa de esas que ponen a temblar al antiguo amante y disparan los celos de la nueva pareja. El gol de Mario Suárez desde los once metros –muy seguro el mediocentro en el lanzamiento– desatascó el partido para los locales de la única manera en que parecía posible. Hasta entonces, el Fuenlabrada no había aflojado ni un segundo la cuerda con la que maniataba a su rival. Pero Mario Suárez consiguió revertir los nudos y ofrecer el aire que le faltaba a los suyos.

Intentaba, entonces, el Rayo Vallecano anotar el segundo gol que marcase la diferencia definitiva. Levantar de un golpe el mantel y hacer volar cubertería, vasos y todo lo cocinado para la velada. No obstante, ni un voluntarioso Jorge de Frutos, con un directo seco que repelió Pol Freixanet, ni Álvaro García, que soltó un derechazo potente que se marchó por encima del larguero, consiguieron hacer ondear la bandera en suelo azulón. Tampoco Qasmi, que primero lo intentó con una tentativa lejana, flojita, y después desperdició un centro medido de Álvaro García con un remate sin oposición que envió por encima de la meta defendida por el citado Freixanet. En la otra orilla, el mar parecía mucho más en calma. Solo José Rodríguez levantó tímidas olas con una volea desde la frontal del área que rebasó la línea de fondo no muy lejos del palo. También llegó la clásica falta de última hora que pone a temblar a toda la línea de flotación vallecana, pero, esta vez, un valeroso Dimitrievski voló por encima del nido del cuco para despejar de un puñetazo toda amenaza de peligro e informar al resto de comensales de que la cena del anfitrión tocaba ya campanas conclusivas. Y que si alguno seguía teniendo cuentas pendientes, las solucionasen fuera, gracias.

El Rayo de Paco Jémez le ganó la partida al Fuenlabrada de José Ramón Sandoval. Supo sufrir, supo jugar mal y ser maniatado. Los franjirrojos ejecutaron un sincronizado ejercicio de resiliencia que los coloca en séptimo lugar, con 47 puntos, los mismos que el Elche, que ocupa la última plaza de playoff a espera de lo que ocurra mañana con el Mirandés en el cierre de la jornada. El Rayo de la nueva normalidad es tan extraño que, ahora, gana sin apenas generar ocasiones. Tan diferente que, sí, frótense los ojos, suma siete de nueve posibles y encara la recta final de la temporada con, al menos, todas las garantías de poderse colar y hacerse un hueco entre los top de la categoría. Que siempre hemos sido muy de rectas finales y de dejarlo todo para el último minuto, el del sombrero de Onésimo, el de la cabeza de San Tamudo. ¿Quién dijo miedo?