Veintena

Veintena

El Rayo remontó en Montilivi y venció al Girona de Míchel (1-2) para alcanzar, veinte años después, los cuartos de final de la Copa del Rey.

Decía el tango de Gardel que no, que veinte años no son nada. Pero sí. Veinte años son veinte años. Toda una vida, una relación, la durabilidad del coche de tus sueños, una carrera. Un mundo. Y veinte años son los que llevaba el Rayo sin pisar los cuartos de final de la Copa del Rey. Una veintena.

Iraola presentó un equipo de garantías en el que, no obstante, faltaban varios puntales como Trejo y Álvaro García. Como la España de 2008, su Rayo parecía decidido a pasar la barrera de los octavos de final del torneo del KO. Y con esa convicción entró al césped de Montilivi en el que hace solo medio año regresó a la Primera División con un partido indeleble para la memoria franjirroja.

Los primeros compases pusieron en liza a un Rayo que buscaba el área de Juan Carlos con avidez y hambre, pero cuyo arrojo solo culminaba en simples ‘casis’. Del Girona, poco, a excepción de una arrancada de Borja García que terminó con el balón estrellado en la defensa cuando buscaba la cepa del poste rayista. El arranque que sí culminó en la meta rival fue el de Óscar Valentín en el minuto 15: el jefecito de Ajofrín entró al área y regaló el pase de la muerte a Sergi Guardiola, que introdujo el esférico en el arco. Sin embargo, en el transcurso de la jugada, el árbitro entro en trance creativo y se inventó una falta del mediocentro rayista para anular el 0-1 que encarrilaba el encuentro. La continuación de la jugada, en la otra área, sirvió para que Luca Zidane se enfundase su disfraz de superhéroe otra vez con una doble parada a disparo de Juncà, primero, y al rechace, al que respondió con aires felinos para enviar a córner.

Pasado el cuarto de hora, el partido era un veloz intercambio de golpes. Uno parpadeaba y, de repente, Isi Palazón aparecía estrellando, con sutileza, un libre directo en la cruceta. Pero volvía a descansar la vista y era, ahora, el Girona el que botaba una falta que, al rebotar en un defensor rayista, hacía a Luca presumir de reflejos yendo al palo corto con un ágil rectificado. Al guardameta francés le sientan igual de bien Montilivi que a su equipo.

Así, entre párpados caídos y ojos avizor, se adelantó el Girona a la salida de un córner. Protestó mucho el Rayo una posible falta en ataque, pero lo cierto es que Bernardo Espinosa aprovechó que sus rivales se habían puesto estrictos con la distancia de seguridad para rematar, solo, a la red del conjunto visitante. Corrió el defensa a festejar con Borja García para agradecer su maravilloso envío.

Con el marcador en contra y malencarado, el Rayo dio un paso al frente. Fueron varios los lanzamientos lejanos, de Sergi Guardiola, de Isi, de Bebé…, que precedieron al gol del empate. El propio Sergi Guardiola recogió un rechace de la defensa para conectar una volea plástica, dura como el termómetro en la madrugada del lunes, y fusilar a Juan Carlos. Golazo que pone en valor todo el trabajo que viene realizando uno de los grandes aciertos del mercado de fichajes.

El empate llegó tan al filo del descanso que propició su caída. Y tras la reanudación, quizás todavía anestesiado por el golpetazo, el Girona recibió un directo a la mandíbula que lo amenazó con el knock out. Kebe cedió a Juan Carlos el balón que nunca hay que cederle a tu portero dentro del área. No obstante, también es justo reivindicar la presión de Sergi Guardiola, inteligente y pícaro como pocos, para encimar al arquero y bloquear el despeje para introducirlo en la portería y colocar un heterodoxo 1-2 en el electrónico de Montilivi cuando aún no se habían desatado las hostilidades del segundo asalto. El método Guardiola.

A partir de entonces, con el Rayo empezando a soñar, el Girona quiso despertarlo del sueño a base de empuje. Dos testarazos, uno de Santi, blandito, y otro de Isi, que se elevó entre dos torres, a las manos de Juan Carlos, fueron casi las últimas ocasiones del Rayo para tratar de ampliar distancias.

No contaban, claro, con que el colegiado volviese a tener un arranque de febril creatividad y se inventase, en el mismo área que la fantasmagórica falta de Óscar Valentín, un penaltito de Catena sobre Bernardo que invita más a la risa que a tomarse en serio la profesión arbitral. Por suerte, Luca Zidane aún no se había convertido en Clark Kent y consiguió desbaratar las ilusiones de Stuani y del Girona. A destacar, en la segunda jugada, la omnipresencia de Isi para correr como alma que se lleva el diablo y arrebatar de los pies el rechace a un Juncà que ya se relamía.

Luca Zidane disparo primero y tras su victoria en el duelo en once metros no quedó tiempo para mucho más que la protesta de un Girona al que el VAR anuló un gol por un fuera de juego que, pese a ser más o menos justo, según las líneas de la sala VOR, lo era. Y también para otra celebración sobre el césped de Montilivi, un estadio que empieza a ser talismán para el rayismo. Quizás la sonrisa de Trejo –como respuesta a la provocación de la grada– sea la mejor imagen del estado de ánimo que atraviesa el Rayo de Iraola, que cabalga entre ladridos. Una franja roja que no hace amigos, aunque en el banquillo rival se encuentre con uno de los mejores que tuvo. Dos décadas después, todo Vallekas empujará, en la cercanía o en la distancia, por alcanzar, de nuevo, unas semifinales. Y veinte años no es nada. Lo es todo.