El Mascherano de Ajofrín

El Mascherano de Ajofrín

Tras una campaña brillante en la que consiguió el ascenso con el Rayo, Óscar Valentín ha debutado en Primera División como pieza clave en el sistema de Iraola.

Cuatro kilómetros y medio separan Ajofrín y Sonseca. Diez minutos en coche por la carretera N-401 que atraviesa el alma de Toledo y su médula espinal. Cerca de la autovía, en los límites municipales sonsecanos, se eleva la modesta grada del Estadio Martín Juanes. Más allá, descampado. La calle en la que se sitúa no alberga lugar a la duda: Calle del Estadio. El Martín Juanes es la casa del C. D. Sonseca, club local en cuyas categorías inferiores militó el mediocentro titular del heroico Rayo Vallecano que consiguió un laudatorio ascenso a Primera División en los pasados playoffs y que, ahora, vuelve a batallar contra los quiméricos molinos de viento del fútbol nacional.

Óscar Valentín defendió la camiseta roja sonsecana hasta la categoría infantil. Pero el Sonseca no fue su primer equipo. Antes de llegar al Martín Juanes, el pequeño Óscar se estrenó en un pequeño club del pueblo llamado Textil Deportes, equipo en el que dio sus primeras patadas a un balón con solo cuatro años. No lo hizo en Ajofrín, su pueblo natal, porque allí no existía escuela de fútbol. Cuando nació Óscar, en 1994, su pueblo contaba con alrededor de 2000 habitantes frente a los casi 9000 que estaban empadronados en Sonseca, el sexto municipio más poblado de la provincia y centro neurálgico de la denominada comarca de Sisla. Tras jugar a nivel local en el citado Textil Deportes, Óscar Valentín pasaría a formar parte de la Agrupación Deportiva Diana, una escuela de fútbol base ligada al Club Deportivo Sonseca, en la que jugaría hasta alcanzar la categoría infantil, algo que recordaba el propio club sonsecano tras certificarse el ascenso rayista a La Liga. Con el A. D. Diana, Óscar empezó a desplazarse para jugar por toda la comarca y su nivel y aprendizaje empezaron a crecer cada semana. El propio mediocampista recordaba su etapa infantil en declaraciones a Matagigantes: “lo recuerdo como un juego en el que lo pasaba bien con los amigos; ahí no había tensión ni nervios, había diversión”.

Quemar etapas en el club toledano sirvió a Óscar para comprender los conceptos del fútbol. Los campos de la provincia disfrutaron su presencia hasta que cumplió los 16. Valentín se formó, futbolísticamente hablando, a la usanza de los noventa: “recuerdo los campos de tierra en Castilla-La Mancha. Te dejabas las rodillas. Literal”, rememoraba el futbolista un par de semanas después del ascenso a Primera con el Rayo. Entonces, tras la etapa formativa, la capital. La llegada al Atlético Casarrubuelos le permitió hacer la pretemporada con el juvenil División de Honor del Atlético de Madrid. Sin embargo, aquel verano, la película de Óscar Valentín tuvo un pivote argumental de esos que cambian por completo el guión. Pese a realizar la pretemporada con el conjunto rojiblanco, finalmente jugaría en el División de Honor del Rayo Majadahonda. Un cambio que, a priori, no encerraba mayores secuelas, pero terminó siendo trascendental para la carrera futura del mediocentro, aunque él jamás lo había imaginado. “Vine a Madrid con 18 años para estudiar y sacarme la carrera”, comenta, sobre su aterrizaje en la capital. “El fútbol era secundario, pero siempre he sido muy profesional y me lo he tomado en serio”, reconoce Óscar, en una declaración en la que se adivina al metódico y expeditivo mediocentro actual.

En el Cerro del Espino encontraría a una persona muy especial para el rayismo. Antonio Iriondo entrenaría a Óscar Valentín y, en seguida, sería consciente de su potencial. El ruso, que había entrenado en Vallecas entre 2002 y 2004, llegando a hacerse cargo del primer equipo en las últimas nueve jornadas de la campaña 2002/03, tras la destitución del paraguayo Gustavo Benítez, le llevó a debutar con el primer equipo en la complicada Tercera División madrileña. Tras su temporada juvenil, el Rayo B se fijó en su despliegue físico para acumular talento distributivo y contundencia defensiva en su línea medular. Aquellas temporadas, entre 2013 y 2017, fueron un constante baile en el que Óscar Valentín defendió en poco tiempo las camisetas del Rayo Majadahonda, el Alcobendas Sport y el Rayo Vallecano para, finalmente, quedarse en el conjunto majariego, de nuevo a las órdenes de Iriondo, en Segunda B. Allí vivió desde el césped el momento más importante de la historia del Rayo Majadahonda.

Óscar Valentín en su etapa en el Rayo B

El electrónico señalaba el minuto 96:35 del partido de vuelta entre el Rayo Majadahonda y el Cartagena con empate a 0 en el marcador. El árbitro había añadido 7 vueltas al reloj, quedaban exactamente 25 segundos para que terminase el sueño majariego; el resultado de la ida (2-1 para el conjunto murciano) ponía a los visitantes en Segunda División. Y llegó el milagro. Un saque de banda directo al área, una peinada a la desesperada y un esférico que, tras rebotar en un defensa, entraba en la portería y desataba la locura sobre el césped. El Rayo Majadahonda alcanzaba la gloria y ascendía, por primera vez en su historia, a la Segunda División del fútbol español con Óscar Valentín como uno de sus principales baluartes. El chico de Ajofrín se convertía en futbolista profesional de la manera más inesperada posible. “Si te soy sincero, nunca pensé que podía llegar al fútbol profesional”, explica el pulmón rayista. “Siempre he jugado al fútbol porque me apasiona y me divierte”, continúa, para, poco después, elogiar a Antonio Iriondo, una de las vértebras de su espina dorsal futbolera y vital. “Me ha marcado ya para siempre. Ese fútbol, la forma de entrenar de Iriondo… me hizo mejorar mucho como futbolista. Me siento muy identificado con su estilo de juego y con cómo vemos el fútbol”, asegura, sobre la figura del ruso. A su lado, todavía, disfrutaría del estreno en la categoría de plata. Una temporada que sirvió para que el Rayo Vallecano volviese a poner su mirada sobre ese canterano al que, poco tiempo atrás, había cerrado la puerta.

El martes 25 de junio de 2019, Óscar Valentín se convertía, a todos los efectos, en jugador de la primera plantilla franjirroja. La lucha y la entrega constante, unidas al trabajo, el sacrificio y la voluntad de seguir hacia adelante a pesar de las adversidades, daban fruto y el mediocampista, por fin, se vestiría la camiseta del conjunto vallecano, en el que había desarrollado buena parte de sus habilidades y conocimientos. Paco Jémez no terminó de darle muchos minutos, pero la llegada de Iraola supuso el salto definitivo para el jugador toledano. Con el técnico vasco, Óscar Valentín se hizo su hueco en la medular, llegando a disputar la redonda cifra de 40 partidos durante la campaña pasada y replicando a sus ídolos futbolísticos a escala rayista. Porque si uno pregunta a Óscar Valentín por los jugadores en los que se ha mirado a lo largo de los años, comprende el estatus que ha adquirido en los planes franjirrojos a corto y medio plazo. “Me acuerdo mucho de dos jugadores a los que me daba gusto mirar: Andrea Pirlo y Xavi Hernández. Qué fácil parecía todo lo que hacían y qué elegancia tenían para jugar”. Sin embargo, preguntado sobre el nombre que le ha podido influir más a la hora de conformarse un estilo de juego, Óscar no duda y su análisis revela kilos y kilos de fútbol: “Me encanta Busquets. Su posición es clave a la hora de elaborar el juego. No es el más veloz ni el más fuerte, pero si el más rápido de mente y en la claridad con la que lleva a cabo todas las jugadas”. No extraña que el hoy mediocentro titular del Rayo se fije en el tipo que ha encumbrado su posición táctica hasta la enciclopedia tanto en el mejor Barcelona de la historia como en la mejor selección española de las que hayamos visto. Y, sin embargo, en el juego de Óscar Valentín se entremezclan rasgos creativos, defensivos y posicionales del mejor Busquets con la contundencia y la inteligencia estratégico-posicional del jefecito Javier Mascherano, uno de los equilibrios más imprescindibles e insustituibles que tuvo el pulpo de Badia del Vallés.

El pasado 15 de agosto, Óscar Valentín debutaba en Primera División en el regreso vallecano a la categoría. Y lo hacía ya como engranaje irrebatible en el esquema de Andoni Iraola. Como un bastión dorsal para un Rayo que lo requiere cuando está y lo añora cuando falta. Como el perfecto ejemplo para toda una cantera de que, a pesar de las dificultades y de los obstáculos que puedan encontrarse (a veces, muchas, desde el propio club), la constancia en el trabajo y el sacrificio, la honra a unos colores y la generosidad en el esfuerzo, en ocasiones, conllevan el mejor de los premios. La confianza es gasolina; nadie podía decirle a Óscar Valentín, cuando se vio obligado a dejar su espacio en el Rayo a cualquier fichaje random, que un día sería vital en la disposición táctica del conjunto vallecano. Ni mucho menos que se convertiría en el equivalente de Busquets para Iraola. Aquel niño desollaba sus rodillas en los campos de Castilla sin pensar que algún día alcanzaría la cumbre y se ganaría, con todos los honores, un cariñoso apodo: el Mascherano de Ajofrín.