Historia

10/02/2022
Historia

Contracrónica emocional del partido de ida de semifinales disputado entre Rayo Vallecano y Real Betis (1-2). Una noche histórica para el rayismo, que, cuarenta años después, volvió a experimentar una semifinal de Copa del Rey.

Hay una anécdota de Benito Pérez Galdós que siempre me ha encantado. El escritor se estaba preparando para salir de casa a contemplar unas revueltas estudiantiles cuando alguien lo paró y le preguntó que a dónde iba. “Me voy a ver la historia”, le respondió, algo que, según cuenta la leyenda, siempre decía cuando iba a asistir a algún acontecimiento de cierta relevancia.

Ayer, a media tarde, cogí mi bufanda, me puse el abrigo –debajo iba la camiseta de Wilfred, porque a los días grandes hay que acudir junto a nuestros ídolos– y me encontré con mi padre y mi hermano, dispuesto a hacer aquello que decía el mejor cronista de España: íbamos a ver la historia del Rayo.

Desde que el Rayo se clasificó para las semifinales de Copa tuve la clarividencia y la tranquilidad de que era un acontecimiento para paladear, disfrutar y recordar con el paso de los años. Cuatro décadas son muchos años sin pisar una semifinal. Ya desde el trayecto en coche me propuse disfrutar de todo y tratar de empaparme de una jornada única. La conversación sobre partidos del Rayo de los 80 y 90, el análisis del rival, la imaginación constante de qué nos podría deparar un partido histórico… Incluso recordamos a mi abuelo Serafín cuando pasamos cerca de la localidad que ocupaba siempre en el estadio. Como una especie de recordatorio de que, aunque ya nunca más en cuerpo, siempre está ahí sentado cada vez que miramos al pasado escrito en su butaca. En alma y memoria.

Al llegar a los alrededores del campo quisimos hacernos con uno de esos recuerdos que miraremos dentro de años: la bufanda del partido que sacaremos del armario dentro de años y con la que rememoraremos la noche del 9 de febrero de 2022. Al llegar a la tribuna nos hicimos una foto que nos hemos hecho cientos de veces y que, sin embargo, no nos habíamos hecho nunca. Seguramente, de todo lo vivido en la grada, eso sea lo más bonito que me llevo: disfrutar una noche como la de ayer junto a ellos, mi padre, Mariano, y mi hermano, Alejandro. Porque, para mí, el fútbol no es sin ellos.

Poco importaba lo que pasase en el campo, pero es que incluso lo que ocurrió en el césped era fabuloso. El Rayo y el Betis jugaron un gran partido, una contienda preciosa cuerpo a cuerpo. El Rayo se adelantó a los cinco minutos y llevó la locura a la grada de Vallecas. Del gol me quedo sobre todo con tres cosas: la cabalgada impresionante de Iván Balliu –metáfora del clínic que ofreció al ex-rayista Álex Moreno–, el rugido de la hinchada cuando el balón besó la red y, sobre todo, por encima de todas las cosas, el descontrolado abrazo con mi hermano y mi padre. Incomparable e indeleble. Mucho más reconfortante que cualquier triunfo imaginable. Con su cabezazo, Álvaro García se convirtió en el primer jugador franjirrojo en anotar gol en una semifinal. Después, el Betis remontó con un gran gol de Borja Iglesias y  una genialidad del portugués William Carvalho y se llevó un partido intenso, bello, de esos que hacen afición. El Rayo pudo, incluso, empatarlo con una ocasión de Sergi Guardiola que sacó Rui Silva en los últimos minutos, pero al final no consiguió la machada ante uno de los transatlánticos económicos, sociales y –este año, también– deportivos de España.

Cuando los tuyos lo dan todo, no hay lugar al reproche, sino todo lo contrario. El abrazo, la colectividad, el cántico de amor eterno a unos colores que nos dan sentido a la vida. Agradecimiento y confianza en lo que viene por delante. Se lo han ganado y lo merecen.

Cuando salí de Vallecas y enfilé el camino hacia el coche, que habíamos aparcado en la calle Palomeras –donde vivió mi abuelo casi toda su vida–, sentía una mezcla de orgullo y paz interior. Orgullo de mi gente, de mi equipo, de mi escudo y de mi familia. De disfrutar del fútbol con mi padre, que me lo enseñó, y con mi hermano, con el que siempre lo he compartido. Con la clarividencia de saber que perder no duele si es con ellos, que hasta en las derrotas uno puede sentirse reconfortado. Hemos perdido tantas y tantas veces… que una derrota como la de ayer es toda una victoria.