La casa de Bernarda Alba

La casa de Bernarda Alba

No hay duda de que cada uno vive los duelos de una manera diferente. Y además es perfectamente respetable. Pero existe un abismo entre vivir un duelo a tu manera y tratar de imponérselo a los demás. En su obra La casa de Bernarda Alba, el inmenso Federico García Lorca lo supo explicar mejor que nadie. “En ocho años que dure el luto no ha de entrar en esta casa el viento de la calle”, les dice Bernarda a sus hijas, tras enviudar por segunda vez a los 60 años. Algo parecido a lo que está haciendo Raúl Martín Presa en el Rayo Vallecano, imponiendo su duelo a todo un club, a su afición y a todo lo que rodea a la institución.

En el seno del club, cerca de cumplir los cien años, hace tiempo que no entra ni una pizca de aire. En parte porque cuando llegó, él cerro todas las puertas a cal y canto. Quizás es por eso que, ahora, utiliza la marca franjirroja para hacer hincapié en su dolor y trasladárselo a los demás. Las primeras muestras de este bucle lúgubre en el que ha sumergido el presidente al club llegaron en la reanudación de la Liga tras el parón ocasionado por la Covid_19. Las flores. Esos ramos que Martín Presa depositó en los asientos de los socios fallecidos durante los picos más altos de la pandemia y que, en un primer momento, parecieron un gesto digno y bonito como no había tenido nunca con su afición. 

Sin embargo, todo adquirió un tono demasiado mórbido cuando, partido tras partido, el presidente aparecía en la televisión portando esos ramos y depositándolos en sendos asientos de un campo tan silencioso como el más triste de los funerales. El Rayo empezaba a servir como alivio de una obsesión: la muerte del padre. Don Santiago Martín Marcos fue una de tantas víctimas ancianas que se llevó por delante el coronavirus. A los 84 años, el 12 de abril fallecía en el hospital Puerta del Sur, según informaba la Agencia EFE. Evidentemente, el palo sería gordo para el presidente, como lo sería para cualquier otra persona ligada a su progenitor perderlo en cualquier circunstancia. Pero, cuando ostentas una posición de representación, es necesario distinguir entre el yo personal y el yo representativo; es decir, entre el Martín Presa persona y el Martín Presa presidente.

En los años que dure el luto, no ha de entrar en el Rayo el viento de la calle. Y solo quedará saber si morirá antes la institución o la pena

No es de agrado tener que ver al presidente portando ramos de flores en cada uno de los partidos; ni siquiera transmite más respeto por los fallecidos que si lo hubiese hecho una sola vez. No es necesario “obligar” a toda la parroquia rayista a sentir un dolor que, probablemente, ya sienta por otros seres queridos (es difícil escapar de un virus tan agresivo sin que tan siquiera nos roce de alguna forma). No es de agrado y, además, es una muestra más de cómo el presidente ha ido convirtiendo al Rayo en su cortijo personal, expulsando al aficionado de toda la vida y quedándose como dueño y señor de un sentimiento que cada día se difumina más y más. Se podría decir, precisamente, que es el Rayo el que está de luto constante desde hace una década.

La última muestra de que Martín Presa ha convertido al Rayo en una extensión moderna de la casa de Bernarda Alba ha llegado con la presentación de las camisetas. La inclusión de un segundo conjunto funerario. Es cierto que la camiseta puede llegar a ser bonita (para gustos, ya sabemos), pero no es menos cierto que es una muestra más de la espiral fúnebre y doliente en la que Martín Presa busca convertir el club vallecano, que allá por mayo seguirá jugando con un crespón negro (para mi gusto totalmente innecesario) que simboliza, dicen, el respeto a las víctimas, pero que, más allá del marketing, no esconde otra cosa que la pérdida personal de Raúl Martín Presa. El próximo sábado, el Rayo vuelve a jugar en casa, frente al Sabadell, y no sabemos si habrá homenaje previo al inicio con esos ramos de flores. Sería redundante y, en cierto modo, ominoso tener que volver a verlo reabriendo su herida. En los años que dure el luto, no ha de entrar en el Rayo el viento de la calle. Y solo quedará saber si morirá antes la institución o la pena