Éxtasis

Éxtasis

El Rayo goleó al Girondins de Bourdeaux (4-1) en la noche más mágica de su historia. Si no media una hecatombre deportiva, Vallecas estará en cuartos de final de la Copa de la UEFA en su primera participación.

La RAE[1] define el éxtasis como el “estado del alma enteramente embargada por un sentimiento de admiración y alegría” y como el “estado del alma caracterizado por cierta unión mística con Dios mediante la contemplación y el amor, y por la suspensión del ejercicio de los sentidos”. Ambas acepciones sirven para tratar de contextualizar lo que se vivió anoche en el Teresa Rivero, cuando la lógica apuntaba que Vallecas viviría su último partido europeo de la campaña ante el todopoderoso Girondins de Bourdeaux.

Llegaban los franceses como líderes indiscutibles de la Ligue 1, competición que dominaban con mano de hierro, y dispuestos a sentenciar la eliminatoria de UEFA con premura para poder seguir proyectando su objetivo de apuntalar el campeonato doméstico. Pero Vallecas no es fiera para domar. Y ayer sacó, más que nunca, sus garras. Ya lo pudimos escuchar en la previa, antes del pitido inicial, cuando buena parte de los presentes clamaron contra Telemadrid ante el continuo olvido y menosprecio al equipo franjirrojo. Los hinchas visitantes animaban con el “Allez, Bourdeaux!” justo antes del minuto de silencio.

Ya avisó Hélder en la primera vez que conectó con el esférico. Su disparo al primer toque, que sirvió también de robo, no alcanzó la portería, pero el Rayo daba muestra de sus intenciones. Nada de guardar la ropa y evitar las acometidas de los galos. Jugaba en casa y quería ser protagonista. Sin embargo, el conjunto del sureste de Francia iba a golpear la mesa con demasiada prontitud. Ni dos vueltas había dado el reloj, algunos no habían llegado ni a sentarse en sus localidades, cuando un saque de banda de Bonnisel se convirtió en el primer tanto. Ballesteros, en su afán de despejar el peligro, dejó un balón muerto en el área y Laslandes fusiló con una impecable volea de diestra a Lopetegui. Primera ocasión, primer gol, y la sensación de que el equipo francés iba a ser un hueso imposible de roer para la voluntad y el arrojo del conjunto local. En la grada se encendían los primeros cigarros y se instalaba la pesadumbre del que espera un proceso largo que termine en condena. Se le podía hacer demasiado largo el encuentro al Rayo.

El Rayo se dispone a poner el balón en juego, en presencia de Dugarry.

Consciente de ello, quizás, Juande Ramos trataba de levantar a los suyos y arengarlos para una recomposición rápida que tuvo lugar unos minutos después con un disparo potente de Luis Cembranos, al que Bolo había asistido con un cabezazo sutil. Lejos de amedrentarse, los vallecanos se sacudían el favoritismo de su rival con un dominio innegociable del balón, algo que obligaba a los de Élie Baup a tratar de quitarse el enemigo de encima con contraataques y transiciones rápidas hacia la meta de Lopetegui. En uno de esos contragolpes, Pauleta, que ya sabe lo que es marcarle al Rayo (lo hizo con el Deportivo, aunque no en Vallecas), vio adelantado al cancerbero vasco e intentó doblegarlo con una vaselina que el arquero desvió con una estirada. Mismos protagonistas y mismo desenlace, minutos más tarde, cuando el ariete luso estuvo a punto de castigar la ingenuidad vallecana en la salida del balón. Antes de esta doble ocasión, una buena internada de Míchel había terminado con el esférico en los pies de Luis Cembranos, que, en el área, caracoleó, se jugó un autopase y envió un centro al área que detuvo Ramé.

El Rayo permanecía bien plantado en la medular, con un Hélder omnipresente que llegaba a todos los balones divididos y manejaba la sala de máquinas vallecana. En la línea enemiga, Dugarry bajaba a recibir a la medular y comenzaba los ataques del conjunto francés con muchísima clase, una elegancia exquisita, el cuello de la camiseta alzado y la estética de villano admirable a lo Marc Lenders. El antiguo atacante del FC Barcelona capitalizaba el ejercicio futbolístico de su equipo, aunque un incansable Mami Quevedo, derroche de entrega y potencia en el salto, lo mantenía a raya pese a sus incuestionables destellos de calidad.

Un intento de remate acrobático de Jon Pérez Bolo avisó a Ramé de lo que estaba por llegar. La clásica jugada de estrategia de Juande Ramos. El alemán Poschner puso el centro largo, al segundo palo, donde Quevedo se volvió a imponer en el salto. Su remate al área fue desviado por Ballesteros, justo delante del meta, y cayó a la zurda de De Quintana, que solo tuvo que empujarla para equilibrar el marcador y hacer efectivo el control del partido que estaba teniendo el Rayo.

Tras el gol, el Girondins quiso responder rápido, pero se encontró con un inconmensurable Lopetegui, que se estiró para dejarle claro a Smertin que, aunque en posición antirreglamentaria, ya no iba a recoger más veces el balón de sus mallas. La escuadra de la franja roja presionaba con agresividad y en multitud de ocasiones conseguía robar en la línea de tres cuartos, a pocos metros de los dominios franceses. Desde el gol, prácticamente todo el restante de la primera mitad se jugaba en la mitad del campo sin grada, en la que atacaban los de Juande Ramos, que estaban sorprendiendo al líder galo con una mezcla de intensidad y organización que los pupilos de Baup no eran capaces de leer ni interpretar.

Sin embargo, un gigante nunca deja de serlo, por muy pequeño que lo haga parecer la perspectiva. Tras replegar y enviar a córner una magnífica combinación entre Bolo y Cembranos, el conjunto visitante se desperezó y salió en tromba. Primero, un libre indirecto que Pauleta estrelló contra el palo tras una leve pisada de Dugarry. Minutos después, el internacional francés Laslandes estuvo cerca de volver a poner en ventaja a los suyos al cruzar demasiado, a la media vuelta, un balón suelto en el área. En el área contraria, el colegiado italiano no percibió la clarísima mano de Roche cuando Quevedo ya se disponía a encarar la portería de Ramé en posición de gol.

Precisamente, Ramé, curiosamente ataviado con una camiseta naranja y el pantalón por dentro de las medias a lo Benji Price, vio la primera tarjeta amarilla al filo del descanso, por perder tiempo, en una clara demostración de lo que había conseguido el Rayo durante la primera mitad. Los franceses, cansados, deseaban la pausa tanto que hasta dejaban correr el reloj en los minutos previos.

Mauro, en una acción del partido con Pauleta.

La reanudación mostró la misma cara del partido que los minutos previos al silbatazo de Messina. Solo unos segundos después del comienzo, Hélder arrollaba a Dugarry, avisando al rival de que su intensidad no había disminuido. Por otra parte, Luis Cembranos estuvo a punto de convertir en gol una peinada del central Ballesteros al poco del regreso al verde. Los primeros compases del segundo asalto transcurrieron con algo más de parsimonia. Solo una amarilla a Bolo por simular un penalti (el árbitro ya le había avisado en la primera mitad) nos sacó de la rutina del centrocampismo, donde se libraba una batalla de mucha brega por el dominio de los espacios. El ritmo del partido había disminuido respecto a la primera contienda y Juande Ramos decidió agitar la coctelera con dos cambios.

El técnico de Ciudad Real presentó el truco de la siguiente manera: cuando el Girondins se empezaba a percatar de que Luis Cembranos era su jugador de más calidad, aquel en que nacían las mejores jugadas, y Bolo, su estandarte en ataque y el destinatario de cualquiera de sus envíos, los retiró a ambos para dar entrada a dos piezas de perfil similar, pero aún desconocidos para su rival: Gustavo Bartelt y Elvir Bolić. No se conformaba el Rayo con rascarle el empate a su rival, consciente de que, la semana próxima, tendría que visitar el temible Stade Chaban-Delmas para abrochar la eliminatoria.

En esa partida ajedrecística estaba inmerso el entrenador franjirrojo cuando un error en la salida de balón estuvo a nada de desbaratar todos los planes. La concentración es un elemento básico en el fútbol, y fue precisamente lo que le falló al autor del empate rayista, De Quintana, que parecía estar pensando ya en el siguiente pase antes de recibir el balón, que cayó a los pies del inteligente Laslandes. La conexión franco-gala en la primera línea del ejército girondino colocó a Pauleta delante de Lopetegui, pero el delantero no pudo enviar a la red el gol que habían visto tantas veces Riazor o El Helmántico. La diosa Tiqué se había echado la bufanda franjirroja al cuello.

Solo ocho minutos después de la modificación, el fútbol empezaba a darle la razón a Juande Ramos. Una fantástica jugada del Rayo acabó, tras el centro de Bartelt, en dominio de Bolić, que incomprensiblemente la culminó por encima de la portería y muy posiblemente de la grada del fondo, donde las banderas francesa y vallecana seguían enfrentadas en el cielo vallecano. El dominio del Rayo era absoluto y los locales habían volcado el campo hacia Payaso Fofó, donde Ramé y sus defensas se sacudían las ocasiones como podían. El flanco derecho del Rayo Vallecano era un filón, la memoria más navajera de las calles de Vallekas; el Jaro contra los pijos del distrito centro. Grenet sacó, sobre la línea, un estético remate de Bartelt, uno de los rebeldes que más agitaban la bandera para alentar a los suyos. Inmediatamente después, Hélder, tras robar un balón en la medular, cabalgó hasta la frontal y soltó un latigazo que solo detuvo la pierna de Bonnisel. Y tanto iba el Rayo a la fuente… Parecía que no iba a llegar, pero Poschner creyó y requisó la pelota que manejaba el centro del campo francés. Subió la pelota y arengó a los suyos, el Batallón Thälmann, una centuria resistente dispuesta a defender Madrid ante todo y por encima de todos. Al mirar a la derecha, Gerald atisbó la llegada de dos buenos rematadores. Probablemente pensó también en terminar, él mismo, la jugada, en asestar ese golpe definitivo, pero había que ganar la batalla para apuntalar la guerra. Y se la cedió a Elvir Bolić, aunque más allá también corría Bartelt. Las Brigadas Internacionales. El bosnio llevaba la portería entre ceja y ceja desde que su compañero había interceptado el pase. Vallekas se relamía ya cuando el ariete cruzó e hizo inútil la estirada de Ramé con un disparo de diestra pegado al poste. Vallekas, la pasión.

Bolo se abraza a De Quintana tras el empate del Rayo.

Poco pudo durar la alegría, ya saben lo de la casa del pobre, ya que un fantástico balón de Dugarry, en la siguiente acometida de los galos, fue enviado al larguero –otra vez– por Pauleta en un remate a la media vuelta que hubiese sido una preciosa diana. Entonces, Juande Ramos volvió a agitar la coctelera, a golpear la varita contra el sombrero. Y el conejo se llamaba Glaucio, ese pequeño brasileiro que baila con el balón en los pies y hace sambear a la barriada más punk del mundo. Su lugar en el banquillo lo ocupó un excelso Hélder, que se había dejado la misma vida sobre el verde. Vallekas entonó el “uy” en una jugada en la que Míchel se quedaba solo cuando un pie perdido le rebañó el gol de la puntera. Asimismo, Pauleta seguía en su cruzada contra el gol enviando alta una pelota que buscaba la escuadra.

El partido se volvía loco y se convertía en un correcalles sin control alguno. Pura anarquía, entropía futbolística en la que podía subir tanto el empate como la sentencia al marcador. Baup puso sobre el tablero a Battles en la posición que había ocupado Jemmali. A morir en la zona noble. El incansable Dugarry seguía nutriendo de balones a sus dos cómplices y, en una de esas, con un exquisito envío a la media vuelta dejó solo a Laslandes. Sin embargo, cuando el ariete de la tricolor ya engatillaba, apareció Mauro, como si se hubiese personificado de repente. Nadie sabe de dónde pudo salir, en un segundo no estaba y al siguiente, Laslandes estrellaba la pelota contra su muslo, en una acción que culminó uno de sus mejores partidos con la franja roja. Cinco estrellas sobre tres para el lateral de Moaña en la noche mágica del rayismo.

En la continuación, Glaucio sacó la fantasía del bolsillo y, previa bicicleta a un defensor y recorte en carrera a otro, lanzó un violento derechazo que obligó a Ramé a lucirse para evitar el tercero. El Rayo defendía cada milímetro de espacio como si fuese el último resquicio para mantenerse en pie. Si robaba, salía a la contra con vehemencia, como si buscase la última de las confrontaciones callejeras. De una recuperación en tres cuartos llegó el tercer gol vallecano. La presión de Bolić, primero, y de Míchel, seguidamente, tuvo mucho que ver. El Mami Quevedo, que había secado a Dugarry, se puso la capa de héroe y, con fortuna, ya hemos dicho que vestía franjirrojo anoche, tras tocar el balón en Roche, batió a Ramé desde fuera del área. Se cantaba el “¡que bote Vallekas!” en una grada entregada a los suyos. Pudo ampliar la ventaja el Rayo merced a un tiro de Míchel, tras otro robo del inconmensurable Mauro, al que Ramé pidió la acreditación sobre la misma frontera del gol.

Otra arrancada del brasileiro Glaucio acabó cortada en falta por manos del defensor, cuando Míchel, de tacón, lo dejaba solo delante de la última línea del enemigo. No dudó ni un segundo: el canterano Míchel cogió la pelota con la portería metida en la retina. Aquello iba a ser gol y lo sabía; lo intuía todo un pueblo, el suyo, que lo llevaba en volandas hacia la gloria. La falta fue exquisita, bordeando la barrera e introduciéndose pegada al palo sin que Ramé pudiese hacer nada. Golazo, grito de guerra, alegría, abrazos. Victoria. Éxtasis. Y un paso testimonial y postrero por el partido de Wilmots y Feindouno en las filas azules. Locura absoluta en el sureste de Madrid, que se imponía con claridad al sureste de Francia. Porque, si Patty Smith cantaba que la noche es para los amantes, la de ayer era para los franjirrojos. Envuelto en cánticos y bufandeos de su gente, los de Juande Ramos concluyeron el partido presionando a la defensa del Girondins y buscando más, incluso con el 4-1 en el electrónico. Mágico. No terminó la eliminatoria, aunque parece que las cuatro puñaladas serán mortales. Habrá que esperar a la semana que viene, cuando el Chaban-Delmas dicte sentencia, pero este Rayo es un monstruo incontrolable.

[1] (Real Academia Española, 2001)

 

Ficha técnica