Por gitanías

Por gitanías

El Rayo logró imponerse a domicilio ante el Real Madrid (1-2) y forzó la destitución de Valdano. El doblete de Guilherme sirvió a los de Marcos Alonso para tomar aire y abandonar el descenso. Primera victoria rayista de la historia en el Santiago Bernabéu.

Llovía a mares y, en mitad de la tormenta, se impuso el Rayo. Los de Vallecas, puerto de mar, llegaron a un Santiago Bernabéu en el que un Real Madrid parecía más una familia desestructurada que una de las mejores escuadras de balompié del mundo. Y ya se sabe que, en río revuelto, ganancia de pescadores. O de piratas, en este caso, siempre dispuestos a abordar al que posea más que ellos.

La notable representación vallecana en la grada fue testigo de la primera victoria del Rayo Vallecano en territorio vikingo, que es también la primera de la temporada a domicilio. Un saqueo histórico, una fecha que resonará en los calendarios rayistas durante años y años. Un partido que se convertirá en una de las peores pesadillas del técnico argentino Jorge Valdano, al que, para cerrar el círculo, echaron los dos goles de un brasileño. La victoria franjirroja fue la gota que colmó el vaso tras la contundente derrota madridista en Riazor, la eliminación copera frente al Espanyol de Lardín y los dos empates frente al Mérida y el Zaragoza. Y en esa incertidumbre, más que nunca, la aldea gala tumbó al Imperio Romano en sus propias calles.

Los pitos con los que parte de la parroquia local recibió a los suyos no auguraban una tarde fácil. En el once inicial de los blancos, por primera vez en los últimos doce años, ningún miembro de la famosa Quinta del Buitre. Eso sí, los de Concha Espina volvían a gozar de la clarividencia de uno de sus líderes sobre el terreno de juego: el danés Michael Laudrup, jugador más talentoso de la plantilla, se volvía a enfundar el “blanco que no empaña” contra el Rayo de Marcos Alonso.

Sin embargo, fue el Rayo el que consiguió golpear primero. Un error en la salida de Freddy Rincón propició el robo rayista en la línea de tres cuartos. Los de Vallecas salieron rápido a la contra, como el que huye de un monstruo feroz y hambriento, conscientes de que golpear primero podía significar salir de allí con vida. El quirúrgico pase en profundidad del croata Andrijaševic dejaba a Aquino en una posición inmejorable para que, con su zurda, asistiese a Guilherme, que corría despavorido y levantando los brazos por el carril contrario. Pase medido del Toro, ariete al suelo, balón a la red y locura a la zona visitante de la grada, donde retumbó el grito de gol como un directo a la mandíbula. No marcaba el atacante brasileño desde hacía nueve jornadas y se desquitó en el escenario soñado.

El delantero del Rayo, Guilherme, con la camiseta sobre su cara, abre los brazos, mientras celebra su gol en el Bernabéu.

Se suele decir que “poco dura la alegría en la casa del pobre”. Y así fue. Casi en la jugada inmediatamente posterior, el canterano Raúl González, debutante este curso, equilibró el marcador con un gol de listo que dejó en evidencia la falta de concentración de la zaga rayista. Laudrup, siempre el más perspicaz, botó la falta con su guante derecho entre la espalda franjirroja y la posición de Abel Resino y, allí, con la puntera de su pierna izquierda, apareció el chaval para remachar a la red el empate. Todo parecía volver a la normalidad con un breve intercambio de golpes, o tentativas de impacto. Fernando Redondo ponía a prueba a Abel con un zurdazo lejano cuyo efecto consiguió desviar el ex guardameta del Atlético de Madrid en una buena estirada, mientras que Baroja lo intentó con una falta lejana que Buyo detuvo sin excesivos problemas.

Poco duró la ausencia de la Quinta del Buitre sobre el verde. En concreto, solo diez minutos, hasta que Amavisca tuvo que ser retirado por lesión y dejó el testigo a Míchel. Los de Valdano buscaban el segundo gol con ahínco, pero las imprecisiones en la sala de máquinas permitían al Rayo, muy bien plantado sobre el césped, respirar y salir a la contra con muchísimo peligro y magníficas combinaciones. Los nervios seguían instalados en la tribuna de Chamartín cuando Aquino probó fortuna desde muy lejos tras volver a robarles la cartera a los centrocampistas madridistas. Antes, otro canterano, Álvaro Benito, había cruzado demasiado una volea y el colombiano Rincón había buscado la redención con un lanzamiento blandito que no generó problemas al guardameta rayista. También Hierro salió de la cueva y se unió al carrusel de ocasiones locales con un disparo fallido que no terminó de empalar el zaguero malagueño.

En su intento de expiar sus pecados, Rincón se jugó la crucifixión con una clara agresión a Cortijo en el área vallecana, pero Ansuátegui Roca ejerció de pueblo e indultó a Barrabás. El atacante cafetero eludió no solo la tarjeta roja, sino hasta la señalización de la falta. La primera mitad concluía con el asedio madridista simbolizado en un disparo muy lejano de Alkorta que, pese al incómodo bote, consiguió despejar el guardameta rayista y un libre directo que Hierro lanzó demasiado arriba.

Tras la charla en el vestuario, el Real Madrid salió decidido a poner el segundo tanto en el electrónico de la Castellana. Míchel lo buscó con un disparo de zurda que fue manso a los dominios de Abel. El Rayo seguía bien parapetado en la retaguardia y buscando las contras. De una, conducida por Guilherme, el brasileño puso un centro medido a la testa del Toro Aquino, que cruzó demasiado un estético y bien ejecutado remate de cabeza desde el centro del área.

Valdano, consciente de su delicada posición, puso todo el fuego en la chimenea y confío en la naturaleza goleadora del chileno Iván Zamorano. Ya estábamos todos. Raúl se escurría entre los centrales, Álvaro Benito rendía a un nivel fabuloso y Laudrup perseguía el pase definitivo y, cuando no tenía línea, disparaba sin demasiada puntería. En un acercamiento madridista, Raúl debió ser amonestado por tratar de engañar al árbitro y tirarse en las inmediaciones del área. Tal vez empezaba a vislumbrar que la prestidigitación iba a ser la única salida frente a un sólido Rayo.

Guilherme celebra el 1-2 definitivo en presencia de Fernando Hierro.

Precisamente, de esa solidez defensiva nació la jugada más importante de la noche. El robo en banda izquierda permitió un carril de alta velocidad, una autopista que aprovechó Ezequiel Castillo para alcanzar el área, recortar sobre Fernando Hierro y sufrir un penalti de libro que Ansuátegui Roca no vio o no quiso ver. El agarrón fue clarísimo. No obstante, en la salida de balón, Hierro, errante durante todo el encuentro, entregó un pase comprometido a la línea medular y Calderón, que acababa de entrar en sustitución de Andrijaševic, se adelantó y decomisó la posesión. Aquello, más que un robo, fue la nacionalización del esférico, una colectivización; el pueblo dispuesto a morir de pie. La pelota cayó a los pies de Aquino, el cerebro más lúcido, con la bombilla perpetuamente encendida y un radar para encontrar al mejor camarada en la línea de batalla. ¡Y vaya si lo encontró! Por la espalda madridista se filtraba Guilherme y allí mandó la pelota, con un toque sutil, fútbol deluxe, de argentino a brasileño, para que O Menino Guilherme, ayer coronado como rey indiscutible de Madrid, fusilara con una preciosa volea que llegó a tocar el palo del meta de Betanzos. Locura de nuevo bajo la lluvia y en la grada. El 9 rayista saltaba con la camiseta arrancada del pecho sobre la cabeza y llamando a filas a los suyos con los brazos al cielo. Música para los oídos vallecanos. Nostalgias de Camarón: “a partirme la camisa, la camisita que tengo”.

El segundo tanto franjirrojo descolocó aún más al equipo local, que automáticamente volcó el campo hacia los dominios de Resino. El Rayo se imponía con toda justicia y un planteamiento rocoso en el templo madridista, donde Valdano no era capaz de desentrañar los misterios que le planteaba Marcos Alonso. Buyo ya era más un líbero que un portero y el Rayo perseguía la recuperación y la salida en tromba y el espadazo que sentenciase definitivamente a su rival. En uno de esos contragolpes, Alkorta flirteó con la tarjeta roja al derribar a un Toro Aquino en cuya estampida se quedaba solo frente a Paco Buyo. Tampoco sonó el silbato. Poco a poco, el público madridista empezaba a asimilar que iba a ser testigo de la primera victoria rayista en su estadio. El partido concluyó con una jugada que podría ser la mejor metáfora de todo el encuentro. Una combinación preciosa de Chendo para Raúl, cuyo pase al hueco para Bam Bam Zamorano murió agónico en las manos de Abel. La calidad excelsa del Madrid no fue suficiente para doblegar el muro inteligente de un Rayo, que como Muhammad Ali, supo defenderse y asestar dos picotazos letales sobre la herida piel vikinga. Los de Vallecas llegaron al Bernabéu con una equipación alejada de su tradicional blanca con la franja roja y salieron de allí por gitanías: “yo soy gitano y vengo a tu casamiento, a partirme la camisa, que es la única que tengo”.


Ficha técnica

Fuente: Elaboración propia.