El día que murió el Rayo

El día que murió el Rayo

Las derrotas deportivas duelen y mucho, pero aún más duele como el club de tus amores se desangra día a día

Mirémoslo por el lado positivo: no tendremos que volver a sufrir al Rayo hasta el 7 de enero. Y digo lo del lado positivo con la boca muy pequeña, porque en realidad esta sensación es lo peor que le podría ocurrir al hincha. No tener ganas de ver a tu equipo. Hasta ese punto han pisoteado nuestra ilusión y nuestra voluntad de querer siempre estar ahí. En este caso ya ni siquiera vale lo de “a las buenas y a las malasâ€. La situación ha superado con creces ese mantra. Ya estamos hartos. Cansados de ver cómo se ríen de nosotros en todos los estamentos del club.

No sabría decir cuando fue exactamente la fecha de defunción, pero la realidad es que el Rayo tiene trazas de muerto. Hace tiempo ya, no es nada nuevo, pero con cada esperpento la sensación se acrecienta. Nadie le da el golpe definitivo, pero todos han ido matándolo poco a poco. Desde Raúl Martín Presa, que parece que ha venido con la única intención de llevar a la desaparición al club –y que parece va bien encaminado en su vocación– hasta la cohorte de bufones que se arrastran por el campo y se descascarillan de risa en la cara de los casi 8000 valientes que aún aguantan ventiscas y tempestades en la grada. Por no hablar de los admirables que siguen acompañando a la franja en cada desplazamiento.

«Un otoño en el que solo podemos aferrarnos a las ganas y a la profesionalidad de un jugador al que, para más inri, ni siquiera se quiere hacer profesional desde las oficinas de Payaso Fofó»

Quizás el esperpento del Zaragoza fue la puntilla, no lo sé; tal vez es que cuando todo se da mal no haya forma de escapar de la desgracia. El caso es que Vallekas se marcha al parón navideño envuelta a un clima de tensión, nervios y constante reproche, no solo hacia los jugadores, sino entre la propia grada. Es lo que ha conseguido un presidente que, primero, creímos incompetente y que, posteriormente, descubrimos como un saboteador, un tirano, un asesino de voluntades. Con la hipoteca que suponen las renovaciones a los pesos pesados, jubilaciones anticipadas que han convertido cada convocatoria en un cementerio de elefantes, el Rayo acabará en Segunda B. Y si no, tiempo al tiempo. Visto lo visto, mucho tendrían que cambiar las cosas para que a final de año no se repita el desenlace del 2003.

No es la de Vallekas una hinchada que pida demasiado a los suyos. Es más, solo pide lo que para cualquier profesional debería de ser lo mínimo. Que respeten la entidad para la que desarrollan su labor. Que luchen por defender el escudo por el que tanta gente se juega horas de su descanso, dineros de su sueldo y mucha, mucha pasión. Simplemente. Pelear por intentar hacerlo lo mejor posible. Otra cosa es que las cosas salgan bien, mejor o peor. Pero lo que es intolerable es lo que estamos viviendo desde el inicio de temporada. Un otoño en el que solo podemos aferrarnos a las ganas y a la profesionalidad de un jugador al que, para más inri, ni siquiera se quiere hacer profesional desde las oficinas de Payaso Fofó. Un chaval de apenas diecisiete años que debería de estar poniendo la cara colorada a los Rat, Trashorras, Guerra o Miku de turno. Un joven que, junto a pocas pero honrosas excepciones, supone la única ascua que resiste de lo que un día fue y de lo que siempre debería ser la ADRV. De esa valentía, ese coraje y esa nobleza a las que alude el himno y que muy pocos de los que visten (que no defienden) la franja hoy en día respetan.

Por eso entiendo la reacción del fondo tras el partido frente al Zaragoza. Y por eso, incluso, me parece que han sido demasiado generosos en sus esfuerzos durante demasiadas jornadas. Por primera vez en mi vida vi a Bukaneros de espaldas al equipo en lo que yo entendí –creo que así fue– como una medida de protesta frente a lo que se viene dando como norma cada fin de semana. Desidia, dejadez, falta de honestidad deportiva y personal y, por supuesto, una sangrante falta de respeto a todos los abonados rayistas que sufrimos cada derrota. Porque se puede perder, claro, no queremos las Champions del Madrid, ni el fútbol total del Barcelona, pero hay maneras y maneras de hacerlo. Y estamos ya muy cansados de que se rían de nosotros semana sí y semana también. Solo queremos ver como nuestros once representantes lo dan todo por el escudo que defienden. Dignidad en la derrota. Y eso, en Vallekas, a día de hoy, es una simple utopía. Al contrario, las vacas sagradas, aquellos que representan sobre el pasto la voluntad de esa grada incansable, pisotean cada minuto de partido la historia y los valores que tanto tiempo han permanecido como pilares de carga de la entidad.Por eso es entendible la reacción. Y por eso es, sin duda, una de las imágenes más impactantes del año. Y esa demostración de hastío y cansancio es extrapolable no solo a lo deportivo, sino, y en muy mayor medida, a todo lo que tiene que ver con un club desnortado que despide empleados históricos, que desecha personal de cantera que ha dado todo por su supervivencia, que abandona un estadio en estado deplorable sin importar las consecuencias que eso pueda tener sobre su gente… y un largo etcétera que pondría la cara roja a cualquier presidente que tuviese unos mínimos de dignidad, vergüenza y sentido común. Ese es el contexto con el que terminamos 2016: triste en lo deportivo, moribundo en todo lo demás.

«No sabría decir cuando fue exactamente la fecha de defunción, pero la realidad es que el Rayo tiene trazas de muerto»

En el año 2003, cuando el Atlético de Madrid celebró su centenario, yo imaginaba cómo sería cuando mi equipo celebrase sus 100 años de vida. Aquello quedaba muy lejos, pero una mente inocente gustaba de imaginar que, quién sabe, a lo mejor entonces también la Avenida de la Albufera se vestía de franjirrojo igual que hizo la Gran Vía para homenajear al Atleti. Quedaba muy lejos, sí, pero entonces estaba convencido de que nuestra franja roja llegaría a cumplir ese centenar de mayos. Hoy quedan “solo†ocho años para el centenario rayista. Y a día de hoy tengo cada día más claro que, al contrario de lo que pensaba entonces, no llegaremos a ver cómo el equipo los cumple. Queda lejísimos ese 2024 que para cualquier otro club quedaría a la vuelta de la esquina. La gestión de Martín Presa –de largo la peor que ha existido en 92 años de historia, y mira que se cuentan cosas y cosas…– ha llevado al club de nuestro barrio a la pérdida total de identidad y de valores esenciales. Hoy la antigua Agrupación es un club sin alma, sin espíritu de superación, sin pelea. Una casa de retiro para futbolistas acomodados. Un emblema muerto en vida. Cada día cuesta más seguir a pie de grada. Porque cada día existen menos personas –y no solo hablo aquí de jugadores o técnicos, sino de todos los nombres que forman o formaron la genealogía de un club– que nos representen como aficionados. Porque cada día que pasa el Rayo Vallecano es menos “nuestro†que nunca.

Jesús Villaverde Sánchez