Ni valentía, ni coraje, ni nobleza

Ni valentía, ni coraje, ni nobleza

Casi 24 horas después del fiasco de Anoeta, es tiempo más que de sobra para sacar algunas conclusiones.

“Puedo escribir los versos más tristes esta noche.”
Pablo Neruda. Poema 20. 20 poemas de amor y una canción desesperada.

Existe una inscripción a la salida del túnel de vestuarios del estadio de Vallekas que dice: “honrad la franja”. Una frase que encierra y aprisiona la única exigencia de una afición que, históricamente, se vuelca con el equipo de su barrio. Una grada comprometida que, consciente de las limitaciones de su club en el mundo del fútbol moderno, solo pide que los once que representen el escudo se dejen la vida por él. Y que si se pierde, que se perderá, seguramente más de lo que se ganará, se pierda con dignidad. “Humildad en la victoria, dignidad en la derrota. Rayo, juega con cojones”. Otro mantra.

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Terminó el partido en Anoeta pocos minutos después de su comienzo. Porque, siendo realistas (valga el juego de palabras con nuestro verdugo), nadie –o muy pocos– veían al equipo con posibilidades de levantar el resultado, la cabeza y la V del escudo, la que representa al barrio, que fue arrastrada por el césped de Donosti desde los primeros minutos. Y sin embargo, ahí seguía Vallekas, vergonzosamente disperso por un estadio semivacío en un alarde de “hospitalidad” local, pero alentando a su equipo. Pero de nada sirve. Como suele ser normal, esta temporada no iba a ser menos, la afición rayista volvía a estar por encima del club, de la directiva, de la plantilla y de todo lo que uno se pueda imaginar.

Nadie honró la franja. Ni de lejos. Por momentos incluso, lo que pasaba en el verde donostiarra daba vergüenza. Podríamos incluir una jugada de Carlos Vela en la que pareció no querer ajusticiar a su rival y miró hacia otro lado, como buscando el mínimo roce para excusar el fallo. Increíble. Y sin embargo, pese a que lo del Real Sociedad-Rayo Vallecano volvió a rozar lo esperpéntico, es evidente que la situación actual, que desembocará salvo carambola milagrosa en otro descenso a Segunda, no es cosa de un solo partido. Ni siquiera de una temporada, aunque los síntomas se hayan agravado en este último curso. Cuando un club tiene una gestión de Segunda es muy difícil que sobreviva en Primera muchos años. La agrupación lo ha hecho cinco y echando la vista hacia atrás parece una cosa imposible. El milagro del que muchos hablan.

«Nos queda, como nos queda siempre, la pertenencia. Ese orgullo de saber que pertenecemos a algo que va mucho más allá de resultados, de jugadores y de entrenadores».

Sin embargo, ni el descenso debería de empañar la hazaña, ni la gesta debería de esconder los errores que se han cometido y repetido durante este año (y otros). Si nadie “honró la franja” en el último partido es porque quizás nadie lo haya hecho durante todos los meses anteriores. Con el navío a la deriva, la embarcación ha adolecido la ausencia de un capitán de verdad. Un elemento humano capaz de zarandear a los integrantes de la nave para que espabilasen antes de entrar en la tormenta. Antes de que la enfermedad acabase por robarnos la vida. En tiempos de guerra se necesita aún más la figura de un comandante, alguien que active la inteligencia, la fuerza. Unos ojos agresivos que solo con mirar a su compañero le insufle vida. Y no, por mucho que lo hayamos buscado, esta plantilla no ha tenido un capitán a la altura de su categoría. El único atisbo de algo parecido que hemos tenido ha estado más preocupado de adaptarse a los infinitos cambios de posición a los que le ha sometido el verdadero gobernador. Otro de los problemas. Así las cosas, la ausencia de una figura de referencia en el vestuario y el ensimismamiento en los mismos planteamientos, cambios y probaturas de un entrenador absolutamente engullido por su personaje han propiciado una caída en picado que, ni ha sido tan vertiginosa, pues se preveía desde los primeros compases de temporada, ni ha sido tan caída, pues el equipo apenas ha salido de los cinco últimos puestos.

El resultado es una situación crítica que no por vivida en otras ocasiones se sobrelleva mejor. No es el descenso el problema, ni mucho menos, sino la falta de actitud que se parece filtrar en cada uno de los vacíos, no pocos, que han erosionado a la franja en este último año. Una única victoria lejos de Vallekas es el claro ejemplo de que el barco falla y de que por eso se hunde. Porque sí, por mucho que duela, y duele, duele mucho, a falta de un partido el Rayo está en situación terminal. Sin margen de mejora, sin tratamientos experimentales y habiéndose asestado por torpeza propia la mayoría de los golpes. Y aunque queda un mínimo, muy mínimo, resquicio para agarrarse al milagro, la lógica invita a no creer. Y este equipo apenas parece capacitado para la épica. Al menos no se irá solo, eso nunca, lo hará en casa rodeado de los suyos.

“Humildad en la victoria, dignidad en la derrota. Rayo, juega con cojones”.

Nos queda, como nos queda siempre, la pertenencia. Ese orgullo de saber que pertenecemos a algo que va mucho más allá de resultados, de jugadores y de entrenadores. La certeza de saber que, el año que viene, después de que se certifique el descenso de categoría el domingo, volveremos a vernos “los de siempre” en el primer partido.Otra vez locos por ver ganar a la franja, otra vez locos por dar guerra cada jornada. Donde sea. Pero hoy también nos queda la tristeza de esos casi 1500 hinchas que vuelven de San Sebastián en una caravana de autocares que se antoja casi como un cortejo fúnebre. Y que representan la tristeza de todos los rayistas. Una afición que, otra vez (y van…), ha vuelto a estar por encima del club. Una grada que volverá, como siempre vuelve, para tratar de levantar a un equipo en volandas. Hasta la victoria siempre.

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Una hinchada que no merece un club que la desprecia constantemente desde todos sus niveles, y de la que solo se acuerda cuando ya le ha visto las orejas al lobo muy de cerca. Sabíamos que podíamos irnos a Segunda. Siempre lo hemos tenido presente como una opción clara. Nuestra existencia está condenada a ello. Y no nos importa, no pasa nada, contamos con ello. Al Rayo se le quiere por encima de la categoría en la que juegue, como ya se ha demostrado con creces en los peores años del club. Sin embargo, no contábamos que la muerte fuese a llegar así. Pasando de tener la vida en nuestras manos a dejarla escapar y que otros sean nuestros jueces. No pensábamos que fuésemos a firmar la rendición sin apenas pelea. Sin valentía, sin coraje, sin nobleza.

Jesús Villaverde

 

  1. […] los que pelean cada día por la franja, porque sin ellos este club no tiene sentido, porque sin ese sentimiento de pertenencia del que hablaba hace poco mi amigo Jesús Villaverde, el Rayo Vallecano no sería ni la sombra de […]

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