El Rayo Vallecano venció al Girondins de Bourdeaux (1-2) y agrandó su leyenda en el Stade Chaban-Delmas. Los de Juande Ramos no dieron opción a la remontada del líder de la liga francesa y estarán en cuartos de final de la UEFA.
La meteorología futbolística había anunciado la llegada de un tifón desde el sureste francés. El Girondins, herido tras la goleada en el partido de ida, buscaba –o necesitaba, más bien– una respuesta. Un golpe sobre el tablero que deshilvanase los movimientos franjirrojos y destrozase la partida. Reinas, peones, torres y, por último, el rey, saltando por los aires y obligando a la apertura de una nueva mesa. Para ello, Élie Baup preparó una emboscada, olvidó la supuesta superioridad técnica, abandonó la aristocracia y, a pesar de jugar con la ventaja de su terreno a favor, bajó a librar la batalla con los códigos de su rival. Como el chaval que, después de jugar su partido de la liga federada, y perderlo, se baja a echar unas pachangas al parque, con el cuchillo entre los dientes.
El conjunto local, ataviado con su segunda equipación –gris, con la uve azul marino en el pecho–, planteó un cuerpo a cuerpo físico y duro a los de Juande Ramos. Un error, si tenemos en cuenta que los vallecanos están más que acostumbrados a salir victoriosos como locales en los entornos en los que el cine quinqui se hizo un nombre entre el starsystem y la farándula nacional. Evidentemente, los franjirrojos –también con su precioso segundo uniforme– salieron indemnes de esa confrontación.
Laslandes trató de poner en ventaja a los suyos desde los primeros instantes. Su cabezazo desde la frontal, plástico y muy estético, además de potente, lo detuvo Lopetegui sin problemas, en la primera intervención de un magnífico partido para el meta vasco. Poco más tarde, Pauleta probaba fortuna con un disparo de zurda que, blandito, se acurrucó entre los brazos del arquero. No había mucho fútbol y la emoción dependía de si los franceses conseguían ponerse pronto por delante en el marcador. Sin embargo, el Rayo no había salido, ni mucho menos, atenazado. Espoleado por los suyos, a los que se escuchaba en la zona visitante de la grada, fue sacudiéndose las piernas y entrando más en contacto con el esférico. Y en cuanto lo hizo demostró que la superioridad en una eliminatoria de la UEFA no entiende de pasados.
Quevedo envió un maravilloso pase en profundidad entre la espalda de la defensa y la carrera de Bolo que encaraba la portería enemiga con unos metros de ventaja. El ariete había sorteado con brillantez los tejemanejes del fuera de juego y tenía en sus botas la mejor oportunidad para abrir el marcador. Ramé, consciente de ello, quizás frustrado todavía por el rapapolvo vallecano de hace siete días, lo derribó. Había que hacerlo. Por lo civil o por lo criminal. El arquero francés optó por la segunda opción y asestó una patada voladora al delantero rayista en la frontal del área. Roja clarísima que dinamitó las pocas esperanzas galas de remontada. Más aún cuando el colegiado escocés Stuart Dougal decidió que la falta, que había sido casi un metro fuera del área de castigo, se convirtiese en penalti, ante las protestas tímidas de los jugadores franceses, que no parecían con ganas ya ni de pelear la decisión.
Se armó un cierto revuelo en torno a los protagonistas: Gerald Poschner hablaba con el propio Ramé, pidiendo unas explicaciones que el guardameta le concedía; Hélder, por su parte, pedía la roja al linier. Sommeil y Laslandes rodearon al centrocampista luso, que aguantó estoico entre los dos hasta que Dugarry, un tipo tan elegante dentro como fuera del campo, acudió a poner paz. La expulsión del guardameta obligó a Baup a retirar a uno de sus jugadores y el técnico emitió una suerte de rendición al sentar a Batlles, un perfil atacante, para dar entrada a su guardameta suplente, Frédéric Roux.
A punto estuvo de insuflar algo de oxígeno a los suyos al detener la pena máxima de Luis Cembranos, pero a pesar de rozarla con los dedos, el balón terminó besando las mallas del Chaban-Delmas. El Rayo no solo llegaba con ventaja en el global, sino que se ponía por delante en el parcial y trasladaba la locura a sus aficionados desplazados.
No se había hecho aún la digestión del primer gol vallecano cuando Dugarry se adelantó a Alcázar y cabeceó un balón larguísimo para depositar el balón en los pies de Laslandes. El 9 devolvió la pared con un gesto de muchísima calidad que puso al ex del Barcelona en posición franca de gol. A pesar de no poder descifrar si su toque sutil con el empeine exterior era un tiro o un pase a Pauleta, terminó en gol por el intento de acción defensiva de Mingo, que se arrojó en plancha para evitar el gol francés y terminó por hacérselo en su propia meta. Lo cierto es que, si no hubiese cabeceado ese envío, el ariete portugués del Girondins habría inaugurado su cuenta personal en estos octavos de final. Se lamentaba Ballesteros, en el suelo, y Lopetegui, que abría los brazos como el que pide respuestas al cielo. Por supuesto Mingo también se preguntaba por qué esto le tenía que pasar a él.
Nada más lejos de la realidad, el gol no descompuso al Rayo, que siguió dominando a la perfección tanto los tempos como los espacios sobre el césped del Stade Chaban-Delmas. Si acaso, el gol encajado le puso en perspectiva lo que estaba consiguiendo: apear de la UEFA a uno de los gallitos de la competición en su propia guarida. Y los de Juande Ramos se dedicaron a disfrutarlo.
Probablemente no sepamos nunca qué dijo el entrenador franjirrojo a sus pupilos en el descanso, pero los jugadores rayistas salieron al terreno de juego con fuerzas renovadas tras el intermedio. Presionaba e intentaba robar el balón en campo rival para tener más cerca la portería defendida por Roux. Así, a los pocos minutos de la reanudación, el Rayo ejerció una presión asfixiante sobre la medular y fruto de ella robó el balón a Dugarry para empezar a combinar la contra. En uno de los lances de la jugada, Sommeil tocó el balón hacia atrás y su intento de despeje despistó a Roche, que falló en el segundo patadón, dejando solo a Bolo. El delantero no desaprovechó la ocasión y, sin mediar los nervios, ejecutó a Roux con un disparo raso y cruzado al palo largo. Míchel entraba para empujar, pero el artillero franjirrojo quería su gol en la eliminatoria y así lo hizo saber. Vallecas no solo iba a presenciar unos cuartos de final europeos, sino que lo iba a hacer a lo grande, ganándole los dos partidos al indiscutible líder de la Ligue 1 francesa.
A partir de esa jugada, el segundo tiempo fue un paseo para los visitantes, a los que nadie iba a conseguir bajar de la nube en la que viven instalados desde el inicio de temporada. Juande Ramos retiró a su goleador una vez que consiguió anotar y dio entrada al bosnio Elvir Bolić, autor del 2-1 en la ida. Mediado el segundo acto, retiró a Míchel y Quevedo, también goleadores la semana anterior, para poner en juego al brasileño Glaucio y a Setvalls. Pero el partido, y la eliminatoria, estaba sentenciado desde el segundo tanto vallecano. Ni siquiera Élie Baup fue capaz de hacer más cambios hasta el minuto 81. El Rayo había conseguido bloquear por completo al temible ejército francés e iba a salir de tierras francesas sin apenas haber sufrido. Solo Dugarry desprendía su talento sobre el campo, hasta que claudicó también, en vista de que era el único soldado de sus filas que quedaba en pie; un líder indiscutible que demostró una calidad, un porte futbolístico y una elegancia muy por encima de sus compañeros.
Noche histórica para el Rayo de Juande Ramos, al que desde ya mismo podemos considerar como el mejor entrenador de la historia franjirroja. De su mano, el conjunto de la barriada seguirá paseando su escudo por Europa, aunque esta vez el desplazamiento será más cercano y fratricida que nunca. Espera el Alavés con la sensación de que, pase lo que pase, los dos conjuntos españoles ya han escrito una página de oro en sus historias. Gloria y corona de laurel.