Comienza la temporada en Vallecas y la normalidad no acompaña al equipo de la franja, como de costumbre.
Es imposible cuando nadie mira por el equipo más allá de sus propios intereses. Cuando todo está mal desde el primer minuto. Es muy difícil seguir adelante con todo cuando tu casa, en lugar de un equipo de fútbol, parece un circo. Cuando las guerras internas entre unos y otros ensombrecen todo lo que ocurre en el verde y los partidos en casa se convierten en una ruina. Pero todo tiene una explicación y un motivo, aunque, desgraciadamente, pero parece imposible, también, que muchas entendederas alcancen hasta comprenderlo, como si los abonos de según qué zonas viniesen con un contrato específico de comportamiento de cara al equipo sin importar el tratamiento recibido.
Claro que la división social resta. Eso lo sabe cualquiera que haya asistido regularmente a Vallekas, cualquiera que se haya acercado a la franja en cualquiera de sus formas. Pero animar y disfrutar plenamente del fútbol en nuestro barrio es imposible con un Presidente que prefiere lamer traseros nobles que tener un campo lleno y animando. Porque, si quisiese una pizca, aunque solo fuese una, al Rayo (o ya no al Rayo como equipo, sino a su negocio, al negocio en el que ha convertido la pasión de muchos) ya se habría dado cuenta de que su baluarte somos, en gran parte, las gargantas que hacemos vibrar cada semana los cimientos de Vallekas. Pero ya empiezo a tener muy claro que todo eso le da exactamente igual, como que pierda, gane o empate el equipo.
Lo peor es que sería muy sencillo tener las cosas en orden. Sería tan fácil tener a la afición contenta… Pero no. Él, en su enorme ineptitud, permite que un aficionado no pueda acceder al estadio en la segunda parte porque “los tornos ya se han cerrado”. Y acepta que ese mismo aficionado tenga que enseñar bufanda, camiseta y casi ropa interior a un guardia de seguridad para entrar en su casa. Porque, claro, todo el mundo sabe la enorme cantidad de hijos de puta que andan sueltos por Vallekas. ¿Habrá en el palco controles de acceso como estos?
Se hace muy difícil competir con otros equipos de nuestra Liga cuando, un lunes, nuestro estadio parece Riazor y el rival nos golea, tanto en el césped como en la grada. Cuando el único grito de “¡Rayo, Rayo!” llega procedente de la zona visitante, con un 1-3 en el marcador, supongo que por pura pena y compasión del ambiente. Y cuando, en un día que tenía que haber sido de fiesta por la consanguineidad del rival que visitaba nuestra casa, Vallekas parecía un cementerio civil, en la grada, y un cementerio de elefantes en el césped. Porque hasta en lo deportivo, más allá del preocupante conflicto social que sobrevuela al Rayo, es difícil competir en igualdad con una política de fichajes paupérrima que deja todo para el último día y que recoge lo que nadie quiere mientras el club se aventura a la absurda conquista de América. Es muy difícil.
Este es el quinto año de la franja en Primera y empiezo a pensar que la situación le hace más daño que favor. Y me duele escribirlo, pero hace un tiempo he empezado a pensar que igual lo mejor sería volver a Segunda y desparasitarse. Porque así no hay manera. Y en 22 años de rayismo nunca había visto algo semejante. Es imposible; no se puede disfrutar de algo cuando desde arriba no se quiere que eso sea disfrutado. Cuando ir cada domingo a Vallekas hace tiempo que dejó de ser una alegría para ser casi una penitencia.
Texto: Jesús Villaverde Sánchez. Periodista y abonado 721 del Rayo Vallecano
Foto: Vallecasweb
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