En la grada del Estadio de Vallecas se vivieron hace una semana situaciones que, por fortuna, son inusuales entre nuestra afición.
Vaya por delante que esto es una mera opinión y que como tal debería ser tomada. Que nadie se altere más de la cuenta. Muchos dirán, y tienen toda la razón del mundo, que cada uno es libre de comportarse y hacer lo que quiera en un campo de fútbol. Pero en el último partido en casa, yo, como individuo y aficionado del Rayo, sentí vergüenza de muchos de mis acompañantes. El pasado miércoles, contra el Sporting de Gijón, volvió el Mini Bernabéu a Vallekas. Muchos aseguran que nunca se había ido, que siempre estuvo ahí, silenciado por el inconmensurable esfuerzo de Bukaneros, que ahora, en su huelga de animación, no esconde como antes esas “miserias”. Puede ser. Sin embargo, nunca había visto algo igual a lo que experimenté el otro día cuando el Celta endosaba una goleada al Barcelona. Gritos exacerbados, gente abrazándose como si acabase de lograr una hazaña épica o como si hubiese sido el Rayo el que hubiese marcado un gol importantísimo. Aficionados que gritaban más los goles del Celta al Barcelona de lo que gritan los del Rayo a cualquier otro rival. La situación era tremenda y, en cierto modo, vergonzosa. Sobre todo porque esos mismos aficionados son los que, a la mínima, pitaron en su día a Cobeño o, sin ir tan lejos, el propio miércoles a Amaya (que es cierto que no está para jugar en Primera, pero sigue siendo un jugador de nuestro equipo). Y los que pitan a Bukaneros y creen que su abono tiene una cláusula de obligatoriedad en cuanto a la animación.
Esa misma noche, mi vergüenza ascendió al nivel máximo cuando, además del circo montado en el Mini Bernabéu (¿o debería decir el Mini Balaídos?), miré tres filas hacia abajo y, ¡sorpresa!, un hombre estaba alternando en el móvil la segunda parte del Barcelona con la primera del Real Madrid. Mientras, el Rayo (supuestamente su equipo) se dejaba el pecho para sacar los primeros tres puntos en casa. Vuelvo a repetir que, efectivamente, cada cual puede hacer lo que le venga en gana en el campo de fútbol. Faltaría más. Para eso paga. Sin embargo, a mí (y reitero lo de opinativo que tiene esta afirmación) me pareció una falta de respeto al club, a los jugadores y a toda esa gente que se está dejando la garganta en los mejores casos o que está sufriendo en los peores. Sinceramente, ese récord de abonados del que tanto se ha alardeado me dice más bien poco. O nada. Sí, hay 11000 personas con carnet, pero eso no quiere decir que haya 11000 rayistas. El otro día quedó bastante claro. Y es que, no, Vallekas no es un sitio en el que ver fútbol de Primera a buen precio. Nunca debería serlo. El campo de fútbol de Vallekas es la casa de muchas personas, o de unas cuantas, da igual el número, que viven el Rayo como si fuese su familia, que tienen el Rayo casi como forma de vida. Por eso me dicen tan poco los 11000 abonados y me dicen tanto los 4000-5000 rayistas. Y por esa razón pienso, y podéis llamarme radical o lo que os parezca, que ojalá, ojalá de verdad, algún día estuviesen en el campo solo aquellos que aman al Rayo de verdad y de forma incondicional, y no los que vengan a ver el Madrid en el móvil mientras están en el estadio porque “en Vallekas se puede ver fútbol a un precio asequible”.
¿Qué prefieres: cantidad o calidad?
Jesús Villaverde
10 de Comentariosen este Artículo
Miguelin
Solo un inciso ¿ los que festejaba los goles del Celta no podían ser también del Atleti? Al fin y al cabo muchos Madridistas/Rayistas (con perdón) estarían en su casa viendo el partido, Pudieran ser entonces Atletistas/Rayistas, que también los hay, que estaban el miércoles en Vallekas tras ver a su Atleti ganar el martes al Getafe.
Todo es posible
Julio
En muchas cosas de acuerdo con Jesús. En muchas otras, no tanto. Es cierto que ver a un tipo viendo el partido del Madrid debe impactar bastante y dejarte tocado para el resto del partido. No tuve oportunidad de verlo, como tampoco a los que se abrazaban y celebraban los goles con más énfasis que los del Rayo. Si lo hubiera presenciado, lo mismo tendría una opinión totalmente diferente.
Confieso, pecador de mi, que celebré los goles del Celta (al menos de los que me di cuenta). No con tanto énfasis, es verdad; no más que un escueto, aunque sentido, «¡Toma!». Pero no creo que eso me ponga automáticamente en la lista de madridistas, ni que me dé derecho a un pescante junto a Florentino Pérez en su palco. Lo celebré, con la coherencia que caracteriza, con el mismo sentimiento de rabia con el que me desgañito cuando Vallekas grita «Estoy hasta los h****s del BarÇa y el Madrid»; y lo celebré con la misma contundencia que hubiera celebrado los goles del Levante o del mismísimo Betis al Real Madrid.
Por último no dejo de preguntarme qué hubiera pasado, cuáles hubieran sido las sensaciones, si el ejecutor de la goleada al BarÇa no hubiera sido el Celta sino el Depor o el Eibar.