En los últimos tiempos se ha instalado una tendencia en el Rayo que consiste en tomar por imbécil al aficionado. El último en sumarse a esta corriente ha sido Paco Jémez, con sus desconcertantes declaraciones de ayer en rueda de prensa. “Es una pena, va en perjuicio del equipo. Posiblemente sea una de las razones por las que yo el año que viene no siga aquí”, dijo el entrenador sobre la situación de no animación que vive el estadio de Vallekas. Quizás es que, antes de dar la rueda de prensa, hubiese leído que era el cumpleaños del cómico Woody Allen y ese fue su humilde homenaje. Quizás, mucho más probable, tal vez, por lo que Paco no esté aquí el año que viene sea porque haya recibido un gran contrato. Es más, posiblemente la razón de que siga aún en Vallekas es que todavía no lo haya recibido. Sobre lo de insultar a parte de la afición, que simplemente expresa su desacuerdo con determinadas gestiones extradeportivas y ajenas a su única pasión, de la manera en que considera oportuno, es mejor solo repetir sus palabras: “tontos hay en todos los lados”. Efectivamente.
«Y lo cierto es que, sin exagerar, salimos a un circo por semana»
Es cierto que la situación que atraviesa la grada y, por extensión, el equipo solo perjudica al espectáculo y, por ende, a los resultados de la franja. Evidentemente. Pero como dice mi padre, de forma muy sabia, “antes va Dios que todos los santos”. Y, como muchas otras veces hemos comentado, por activa y por pasiva, la gente ya empieza a hartarse de ser el muñequito de feria cuando interesa y de no pintar absolutamente nada, ni recibir un solo gesto cuando corresponde.
Según dijo Jémez, no sin razón, es cierto, en esta guerra él (y se deduce que la plantilla) tiene poco que hacer. Correcto. Tan poco como tenía que hacer la afición cuando, hace seis años, amaneció con la noticia de los impagos a los jugadores, cuerpos técnicos y trabajadores de la entidad. Sin embargo, allí estuvo, sacando fuerzas, dinero y buenas intenciones de donde hubo falta para que aquello se solucionase, o al menos se paliasen sus efectos. No estaría de más que, ahora, cuando vienen mal dadas para la afición, fundamentalmente por una gestión extradeportiva para la que la palabra ineptitud sería un halago, la plantilla tratase de implicarse un poco en la situación, aunque fuese solo con un gesto o unas palabras. Que, total, sabemos que su margen de maniobra en este caso será corto, escaso y prácticamente inoperativo. Al final, todo se reduce a gestos.
«Todo tiene un aura de extrañeza en torno a Vallekas»
No es, obviamente, la única tomadura de pelo. Ni la más grave tampoco, aunque quizás si la más sorprendente, por la vehemencia y el timing en los que llega. Lo de tomarnos por bobos ya viene de mucho tiempo atrás. Y lo cierto es que, sin exagerar, salimos a un circo por semana. Hace cuatro fue la situación de la cantera; hace tres, la compra del Rayo Oklahoma City por parte del Rayo; hace dos, la amenaza de tener que jugar en Nochevieja ante la inoperancia y la ausencia de discurso por parte de la presidencia (con otro ligero patinazo en rueda de prensa de Jémez, por cierto); y ésta todo lo que ha rodeado al partido contra el Athletic de Bilbao, cuanto menos raro, y acrecentado por la nefasta comparecencia de la plantilla sobre el césped de San Mamés II. De la estelar aparición de Martín Presa y su inglés en la presentación de la cuestionable participación del Rayo en el proyecto del Rayo OKC mejor no hablamos. Lo dicho: la ineptitud se convierte, en estos casos, en un halago.
Todo tiene un aura de extrañeza en torno a Vallekas. Lo dicen los locales, pero también los visitantes que vienen a ver a su equipo en nuestro estadio. Solo hay que leer el twitter de los rivales con cada pitido final para percatarse de ello. Pero todos nos siguen tomando el pelo. O tratando de hacerlo. Y que nos sintamos disgustados en lo deportivo, tiene un pase, porque sabemos que somos el Rayo, y de dónde venimos y a dónde podemos llegar, pero que nos intenten tomar por imbéciles y engañarnos con dos de pipas en lo demás… como que ya es harina de otro costal. Y la hartura empieza a quemar la grada.
Jesús Villaverde Sánchez