Una vez más el Rayo Vallecano es víctima de los errores arbitrales ante un equipo de los llamados «grandes»
Las palabras de Paco Jémez son rotundas y, sin decir nada, lo ponen todo sobre la mesa. “Yo no he visto ningún árbitro hoy en Vallekas”, repitió una y otra vez el técnico de la franja tras la bochornosa actuación (sí, otra vez) del colegiado Vicandi Garrido y de sus incompetentes auxiliares. La declaración de Jémez es tan ambigua en su forma que se puede leer en varios sentidos. Pero también es tan clara en su profundidad que solo admite la lectura primaria. Si nos atenemos a la definición de árbitro que proporciona la RAE, por la que un colegiado es el encargado de hacer cumplir el reglamento, efectivamente, anoche no compareció ninguno en Vallekas. Tampoco en su día en el otro gran esperpento de la temporada. Cómo no, el Bernabéu. Por definición jurídica, el árbitro ha de ser el juez, no el benefactor de una de las partes. Y en ninguno de los dos casos el encargado de impartir justicia ha dejado de ser lo segundo para convertirse en lo primero.
Sin embargo, en contra de las declaraciones de Paco en rueda de prensa, he de decir que, aunque me pueda parecer el peor de los desprecios, y más que justificado, a su condición, yo sí vi un árbitro en el césped. Tanto en el partido de anoche como en el citado escándalo del Bernabéu (aquella tarde el que se “disfrazó” fue Iglesias Villanueva). El problema surge en un escalón más profundo, en la raíz, y es que los árbitros de la Primera División seguramente sepan perfectamente lo que están haciendo. No me refiero a las equivocaciones puntuales, por si alguien lo entiende así, pero sí a la disparidad de criterios con la que miden las acciones de los jugadores según el color (y los billetes) de la camiseta que vistan. La situación la describía a la perfección un tweet de un buen periodista y amigo, David Redondo, apasionado del Barcelona, que dijo esto sobre la expulsión de Llorente: “Entrada de tarjeta naranja que si la hace un jugador del Rayo es roja y si la hace uno del Barça es amarilla”. Fin de la cita.
En esa diferencia de criterios a la hora de sancionar acciones similares radica la injusticia. ¿Por qué la misma falta es sancionada con tarjeta roja directa si la hace Llorente y con amarilla cuando es Dani Alves, por ejemplo, el que la propina (pongo como ejemplo al brasileño porque hace no mucho realizó una entrada similar)? ¿Por qué Cristiano Ronaldo puede agredir a cinco rivales sin balón, en cinco partidos consecutivos, y a Baena se le sanciona un penalti por apoyar la mano, sin empujar, sobre el hombro del atacante blanco? ¿Buscamos razones o ni siquiera es necesario a estas alturas? Lo cierto es que, a pesar de que, en cierta manera, siempre ha ocurrido así, lo de las últimas temporadas empieza a ser flagrante.El propio Trashorras reconocía ayer, preguntado por las acciones, que incluso jugadores del Barça habían asegurado al árbitro que la entrada era de simple amarilla. Quizás, porque aunque fuera fuerte y dura, que lo es, saben perfectamente que a ellos esa acción se les habría cobrado con ese color.
«En la disparidad de criterios que despliegan según quién sea el arbitrado está la injusticia a la que se somete, año tras año, el equipo humilde»
De nada vale ya todo lo escrito. Como de nada hubiese valido, seguramente, continuar el partido con once jugadores sobre el césped. Los millones y la calidad del Barça, igual que la del Madrid, te ganan sin despeinarse en el 95% de chances. Sobre todo con errores y regalos como los de la defensa franjirroja. Pero, de la misma forma que en el Santiago Bernabéu, al Rayo se le volvió a sesgar la oportunidad de competir un partido que, con el 0-0, incluso con el 0-1, se mantenía bonito y disputado. Después llegaron la variable roja directa, el gol en fuera de juego y, ¡sorpresa!, otra expulsión por un penalti inexistente, imposible en su concepción tras venirde fuera de juego el delantero del Barça, en este caso el especialista en vueltas de campana Sergio Busquets. No obstante, en definitiva, esto es lo de siempre. Y seguramente vuelva a ocurrir el 24 de abril cuando el Real Madrid visite Vallekas. Por el barrio llevamos años sufriendo eso, como lo llevan temporadas y temporadas digiriendo equipos como el Betis, el Sporting (anoche Abelardo estuvo fantástico en rueda de prensa defendiendo lo que es suyo, por cierto), el Getafe o el Levante. Los pequeños, en definitiva, esos que no importan a nadie. Los que están en la Liga negocio que han montado las tres grandes empresas del fútbol (dos de Madrid, una de Barcelona) para engrosar las cifras de las mismas.
«Por definición jurídica, el árbitro ha de ser el juez, no el benefactor de una de las partes»
Lo verdaderamente importante, más allá de la impotencia de que te impidan competir y disfrutar desde la grada el partido contra los equipos potentes, es lo que viene después. Los equipos humildes ni siquiera marcan el partido contra los grandes en el calendario. Ante la imposibilidad de competir con ellos, y con el resultado decidido de antemano, solo a la espera de ver cuál es la diferencia de goles, los encuentros frente a culés y blancos son una especie de fiesta, un premio a otra temporada más en Primera. La fiesta de la grada. Sin embargo, sí cuenta en lo deportivo, y mucho, lo que viene después. Y la realidad es que, de la misma forma que lo hizo contra el Atlético tras el partido de diciembre en el Bernabéu,el lunes el Rayo se enfrentará al Espanyol sin dos de sus pilares: Llorente e Iturra. El primero por una acción en la que la sanción depende del nombre del jugador enjuiciado; el segundo, por una decisión directamente injusta y precedida de un error en la lectura y aplicación del reglamento por parte del juez. Grave, gravísimo. Pero, al fin y al cabo, en beneficio y perjuicio de los de siempre.
A uno, que nunca ha gustado de cargar tintas contra los árbitros, ya le da por pensar en cosas extrañas dignas de Iker Jiménez y su equipo. En premeditación, alevosía y otros agravantes jurídicos que se podrían empezar a aplicar a los colegiados en sus actuaciones. Repito: no en las decisiones puntuales, pero sí en la disparidad de criterios que despliegan según quién sea el arbitrado. Ahí está la injusticia a la que se somete, año tras año, el equipo humilde. Estamos cansados ya de repetir la historia temporada tras temporada. Si el fútbol negocio que ha creado La Liga es el fútbol de los récords de goles, de partidos ganados, de millones, de victorias consecutivas –ese deporte que tan gustosamente han aceptado las dos familias más potentes del fútbol español, Barça y Madrid–, perfecto. Pero se agradecería que lo dijesen de antemano. Así los pequeños podrían alinear jugadores de segunda línea y reservar a los imprescindibles para los partidos que sí son importantes. Como dijo Abelardo ayer tras el partido del Sporting: “no pido que nos ayuden, solo que no nos perjudiquen”. En definitiva, que nos dejen competir en “igualdad de condiciones” sea cuál sea el rival. Si no lo van a hacer, por favor, que se vayan de una vez a su tan ansiada Liga europea. Así, por fin, los demás equipos respiraremos tranquilos sin su permanente presencia. Y, de una vez por todas, los ladrones dejarán de ir a la oficina.