El Rayo Vallecano salva un «match ball» gracias a un gol en propia meta del Sevilla Atlético en los últimos compases del partido.
Apareció el césped de Vallekas vestido de una forma un tanto estrafalaria. Tanto que, durante unos minutos, no se supo si los linieres iban a tener que levantar la bandera o gritar “¡out!” en cada jugada por sus bandas. El esperpento de la doble raya de cal parecía anunciar algo bueno: a partir de entonces, lo que viniese solo podría ser mejor. Pero en cuanto al ridículo se refiere, el límite del Rayo es el cielo. Y no solo por el error de Quini, que aunque gravísimo, sobre todo por la falta de intensidad, no deja de ser un error, sino por todo lo que aconteció en el partido después de encajar el primer gol de 2017 cuando algún aficionado todavía apuraba el café.
Como casi cada semana, al Rayo le tocaba remar a contracorriente, pero lejos de reaccionar al gol recibido, en la siguiente jugada tuvo que reponerse a otro susto de Aburjania que consiguió repeler Gazzaniga bajo palos. El 0-2 hubiese supuesto la certificación del deceso de un partido que alumbró ya en muerte cerebral. Sin ideas y envuelto en dudas, los jugadores rayistas trataban de sacudirse la caraja inicial, pero el letargo dura ya meses y no se anuncia princesa alguna que despierte al durmiente. Veinte minutos tardaron en acordarse de que, aunque en horario de siesta, estaban jugando al fútbol.
Lo intentaba Ebert, el más activo de la primera mitad, pero sus acometidas eran despejadas por Caro, muy seguro en el poco trabajo que tuvo, o se perdían rozando el palo izquierdo del filial nervionense. A paso lento, los de Baraja parecían hacerse con el control del balón, sobre todo gracias al trabajo incansable de Fran Beltrán y Baena en la medular. El canterano y el malagueño fueron los capitanes sobre el césped de un barco cada vez más a la deriva. Sin alma ni espíritu.La imagen de Embarba en el suelo, rodeado y encarado por cuatro rivales,sin que ningún compañero acudiese a su defensa da una muestra del contexto del vestuario.
En esos lodos, le bastó al Sevilla Atlético con ordenarse bien sobre el campo para desactivar el plan de juego -si es que existe- de los vallecanos. Ni siquiera la lesión de Borja Lasso, una de las perlas de la cantera sevillista, instaló la más mínima duda en el cuadro de Diego Martínez. Así las cosas, la primera parte concluyó con un remate de Javi Guerra desde la frontal y un fallo incomprensible de Embarba, quien posteriormente, tras anotar de carambola el empate, se señalaba la oreja en señal de reproche. Quién sabe si para recordar a la grada este fallo clamoroso.
La segunda mitad comenzó exactamente igual que la primera. Fría. Y con la grada cada vez más hastiada. Los sevillanos comprometieron a Gazzaniga en dos ocasiones antes de que el reloj marcase los diez minutos. El arquero se negó a desconectar del respirador automático a los suyos y se erigió, otra vez, como gran artífice del rédito final conseguido.Y aún se guardaba otra intervención de mérito cuando ya mediaba el segundo tiempo.Una vez que consiguió escapar de las cuerdas, la franja volvió a manejar el balón y conectar algún golpe -muy leve, eso sí- a la defensa de Caro. La inoperancia de la banda derecha hizo que casi todo llegase por mediación de Aguirre, que fue, de nuevo, uno de los más destacados de la contienda. Pero las ocasiones morían en botas de un Javi Guerra que cada vez hace menos honores a su apellido y en un pintoresco intento de chilena de Embarba que no inquietó al meta andaluz. Entretanto, Baraja sacó del campo a Baena, cambio pitado por la grada, Ebert, de más a menos en el encuentro, y Rat, un fantasma de temporadas pasadas, para poner en liza a Cristaldo, Lass y, cómo no, Manucho. El angoleño se ha convertido en el cambio estándar de un técnico que parece completamente superado en su labor táctica.
Restaban tres minutos y se relamía el Sevilla Atlético, que había puesto suspense en un par de contragolpes y una acción peligrosa que Ivi envió al cielo de Vallekas. Entonces llegó el gol del Rayo de la única forma en que podía hacerlo: de rebote y en propia meta. El infortunio le jugó una mala pasada a Diego, que introdujo el balón en su portería tras el disparo de Embarba. De ahí al final, el arreón del vago. Encerró el equipo vallecano a los de Nervión en la trastienda, pero Caro amarró el punto como mal menor con dos paradas de mérito a un nuevo disparo del 11 franjirrojo y a un cabezazo de Dorado a la salida de un córner. Y sin más, el primer partido del año en Vallekas se apagó al principio de una noche fría. Paso cómodo por Vallekas del único filial de la Segunda División. Y la sensación de que o cambia mucho el asunto o el año que viene serán muchos más los que desfilen por Payaso Fofó. Deuce sobre hierba.
Jesús Villaverde Sánchez