El plantel de Míchel salió al Coliseum Alfonso Pérez con la idea de llevarse el partido mediante el control del balón. Sin embargo, el plan no pasó de la primera mitad y, en la segunda, el Getafe condenó al Rayo en el último instante.
El fútbol de Segunda División es un juego de once contra once en el que siempre gana el equipo que mejor aprovecha sus oportunidades. Sobre todo cuando entran en escena las escuadras de Pepe Bordalás. Por algo es uno de los grandes entrenadores de la categoría. El Getafe volvió a demostrarlo ayer en el derbi madrileño de la categoría de plata. Los azulones se llevaron el partido en los últimos minutos gracias a un gol en propia puerta de Dorado. Antes, los dos equipos se habían repartido el juego en las dos mitades.
Por primera vez en lo que va de año el Rayo salió al verde y aparentó tener un plan de juego. Parecía que los escasos días de trabajo de Míchel en el banquillo le habían dado otra cara al equipo. Sobre todo a ese grupo de jugadores que volvían al once casi desde la grada. El nuevo director de orquesta alineó de nuevo a Trashorras, Lass, Ebert y Javi Guerra como principales modificaciones. Y los primeros instantes le dio resultados. Dominaba la medular con la intensidad de Baena y la batuta de Trashorras y a punto estuvo de materializar ese inicio fulgurante con un precioso taconazo de Javi Guerra que sacó Alberto García en una de las intervenciones más plásticas de la temporada. La ocasión más clara del partido llegó en el minuto 5.
De esta forma, la franja roja comenzó el encuentro imponiendo su idea. Ya lo había dicho Míchel en su primera rueda de prensa: presión en la salida de balón del contrario y posesión de balón. Las dos claves parecían funcionar. El Getafe, quizás sorprendido ante el dominio rayista, ponía la provocación. Porque para que alguien construya es necesario otro con vocación de destruir. Y en ausencia de creación, jugaba al “otro fútbol”, liderado en todo momento por Emi Buendía. El argentino se excedió con una plancha muy dura y varios empujones a sus rivales, sin balón en juego, con el único ánimo de sacar de quicio al oponente. Lo consiguió con el más fácil: el alemán Ebert empezó a responder sus citas, desapareciendo por completo del partido desde los primeros instantes.
Entretanto, Embarba tuvo el partido en sus botas, pero su decisión de golpear a puerta en lugar de aplicar el pase de la muerte solo consiguió que Alberto García volviese a lucirse interviniendo el remate y enviándolo a córner. El extremo desperdició una de las mejores combinaciones del Rayo Vallecano en lo que llevamos de temporada. Fuera de forma, alejado de su mejor momento y en una situación complicada, el atacante sigue apareciendo en las alineaciones de todos los entrenadores que aterrizan en Vallekas. Tal vez Iker Jiménez pueda investigarlo algún día.
Así pasaba la primera mitad, con el dominio total y absoluto del balón por parte de los visitantes y con un Getafe que respondía con acciones aisladas, como una gran jugada de Álvaro Jiménez que, tras rebote defensivo, logró palmear Gazzaniga cuando se colaba en su meta. Control vallecano y un Getafe que resistía las acometidas. Hasta que la medular franjirroja se resintió. El bajón de Trashorras coincidió con la lesión fortuita de Baena y la idea de un Rayo nuevo se desvaneció a la media hora. No había entrado mal al partido el 10 rayista, pero la realidad, triste por norma, señala que, como mucho, ofrece media hora de fútbol de cada 90 minutos que disputa. Y ayer esa media vuelta al reloj no sirvió para que los vallecanos se adelantasen. Jordi Gómez saltó al campo en sustitución de Baena y, a partir de entonces, nada ocurrió en un partido que parecía anestesiado, amén de una jugada invalidada por evidente fuera de juego de Jorge Molina que terminó en gol.
La segunda parte cambió de signo enseguida. Como si no fuesen los escudos los que generasen las ocasiones, sino la portería y el fondo en el que se volcaban. El Getafe arrinconó al Rayo en su área y entre ocasión y ocasión la balanza se fue inclinando hacia el lado de los locales. Álvaro Jiménez hizo estirarse a Paulo Gazzaniga con un balón mordido que se colaba en el arco. El jugador rubio fue, sin duda, el mejor de los azulones en la partida de ayer. Poco después, desde su banda, donde entraba como un cuchillo en el bloque de mantequilla, filtraba un balón que se paseaba cómodo entre la defensa y el arquero. Más tarde fue Scepovic el que, en semifallo, puso a prueba los reflejos del meta argentino, uno de los más destacados del plantel, como ya es costumbre y pese a una salida en falso que estuvo a punto de colocar el 1-0 en el tanteo.
El Getafe de Bordalás se estiraba y buscaba el desequilibrio mientras los hombres de Míchel se replegaban atrás para intentar contener las acometidas locales. Daba la sensación de que el punto era considerado un buen rédito de la visita a los vecinos. Sin embargo, la línea defensiva de los de Vallecas no paraba de invitar al ataque azul con faltas sin demasiado sentido al borde del área. Amenazaban los lanzadores getafenses con desbaratar los planes franjirrojos mediante estos golpeos directos. Y no fue así, pero casi. Un balón parado, en este caso un córner, terminó con las esperanzas de puntuar del Rayo. Quizás el balón parado peor defendido de la historia del balompié, tal vez. Valga la exageración para poner en valor la idea de que sea Álex Moreno el que pugne por la pelota con el delantero centro, un notable rematador como Jorge Molina, en una de las últimas jugadas del partido. El resultado, gol en propia meta de Dorado tras el remate del ariete y otro partido echado por tierra en los últimos minutos. El partido moría sin más, con una mitad para cada equipo, y con la sensación de que ganó el que aprovechó las escasas oportunidades claras (que no acercamientos)que tuvo, y con la rabia de que ni siquiera se puede aplicar eso de que “tanto va el cántaro a la fuente”… Ya saben, la Segunda División y los equipos de Bordalás.
Jesús Villaverde Sánchez