El Rayo empató (2-2) en su visita al nuevo Anoeta. Sin brillos, los de Míchel se pusieron por delante tras remontar el 1-0 inicial, pero Willian José rescató un punto para la Real.
A fuerza de avisar, matan. Y anoche el Rayo lo volvió a experimentar en su franja. Tras la incontestable derrota frente al Alavés, el pasado sábado, el equipo de Míchel llegaba a uno de sus feudos malditos, Anoeta, para exorcizar el pasado, tanto el de larga distancia como el reciente. Dispuso el entrenador vallecano una alineación en la que se podían leer varias modificaciones –mucho tuvo que ver en ello que el viernes ya se juegue otro partido. A las bajas de Ba, por su absurda expulsión en la jornada anterior, y de Gorka Elustondo, por su desafortunada lesión cuando mejor fútbol estaba practicando, se unían los descansos de Imbula, en sala de máquinas, y Álvaro García en el extremo izquierdo. Por su parte, la Real Sociedad también se plantó con una cara distinta de la que ha venido ofreciendo en anteriores episodios.
Sin embargo, lo que todo el rayismo sentía como un intento de exorcismo pronto se tornó en una nueva posesión. Como es costumbre, la banda izquierda del conjunto franjirrojo dio cuerpo a las pesadillas que llevan sin dejar dormir al Rayo durante los últimos tiempos. Corría solo el minuto 5, pero la Real Sociedad ya iba por delante en el marcador. Con un gol para el que, ni siquiera, tuvo que esforzarse demasiado. Basta con estudiar un poco los partidos rayistas para comprender que en esa zona del terreno está el punto flaco del equipo. Álex Moreno salió a tapar a un jugador al que no tenía que tapar (Medrán ya andaba por ahí con la posición más o menos cogida) y dejó libre el carril y la retaguardia. Fue allí donde emergió Jon Bautista para recibir un balón largo, cabalgar a placer hasta el área y fusilar a Alberto ante la mirada de Gálvez y Amat, que habían salido a taponar el espacio, pero habían llegado tarde debido al desajuste defensivo. Comenzaba el partido y volvían los mismos fantasmas de ayer, antes de ayer, el mes y el año pasado: la banda izquierda.
Muy pronto pudo resolver el partido la Real Sociedad por ese costado. Y lo tuvo en sus pies, nuevamente, el joven delantero donostiarra. Otro desajuste defensivo dejó al ariete solo en posición franca, pero esta vez Alberto adivinó sus intenciones y, con una notable intervención, mantuvo al Rayo con vida en un encuentro que parecía destinado a resolverse en favor de los realistas más pronto que tarde. El Rayo estaba noqueado y sin ideas; resistía como podía y trataba de articular alguna jugada de varios pases para sacudirse el dominio de los blanquiazules. No obstante, era la Real el único conjunto que acercaba el peligro a las inmediaciones de su rival. Al borde de la media hora, Bautista consiguió burlar muy fácilmente a Jordi Amat y su pase de la muerte a Oyarzabal fue cortado, in extremis, por un veloz Advíncula. Hasta entonces no habían inquietado los visitantes a la parroquia local. Solo Raúl de Tomás había amagado con algo de peligro en un doble remate que detuvo Rulli.
Precisamente el guardameta iba a ser protagonista, para mal reala y bien franjirrojo, de la siguiente jugada. Una jugada sin apenas intriga por la banda izquierda –el centro de Álex Moreno había salido rebotado hacia el cielo y el balón caía sin misterio a las manos del arquero– se convirtió en gol y despertó al Rayo del coma en el que subsistía, aletargado desde el comienzo. El guardameta de los vascos, al que Garitano había mantenido pese a sus cuestionables actuaciones, volvió a dar razones al técnico y abrió la puerta al debut de Miguel Ángel Moyá. No consiguió atajar un balón fácil y dejó el balón muerto en los pies de Advíncula. El peruano ajustó cuentas con el gol que ya mereció en Huesca y descosió el esférico a la escuadra txuri-urdin. El Rayo había empatado en su primer disparo a portería. Y no fue eso lo más raro que ocurrió en el final de la primera mitad.
Cuatro minutos más tarde, en otra jugada aislada, Bebé recibió un balón en la frontal del área y encaró a Zaldúa. El defensor tocó la bota del portugués mínimamente, pero lo justo para que el árbitro señalase los once metros y el VAR, al ser una jugada interpretativa, no le pudiese corregir. Trejo tenía la oportunidad de poner por delante a un Rayo demasiado contemplativo y no la desaprovechó: lanzamiento fuerte, al centro, que batió a Gero Rulli sin problemas. Con el desconcierto de ir ganando al descanso sin ni siquiera saber cómo se llegó al descanso.
La segunda mitad comenzó con un liviano disparo de Zubeldia. Seguidamente, Garitano comenzó a mover sus fichas y a empatar el partido, aunque en el electrónico todavía se podía leer un incomprensible 1-2. El técnico de Bergara puso en juego, de un plumazo, a dos de sus referentes, Asier Illarramendi y Willian José. Con el primero se adjudicó el centro del campo, que, frente al ligero control que empezaba a acreditar el Rayo, pasó a ser dominio incontestable de la Real Sociedad desde su ingreso en el verde. Con el segundo ganó el área. Minutos más tarde, reforzó su posición en la medular con otro de los ausentes en la partida, Zurutuza, que entró dos minutos antes del empate. Justo antes pudo sentenciar Kakuta con un centro que, tras rebotar en las piernas de la defensa, detuvo Rulli en posición de balonmano.
Por su parte, Míchel había dado entrada a Imbula en el lugar de un Medrán nostálgico, que no termina de ajustarse a lo que demanda el Rayo de su calidad. El cordobés recuerda a esos personajes del cine que deambulan por la ciudad, buscándose a sí mismos y esperando el momento de explotar sus cualidades. Ayer se le vio algo perdido en un mediocentro en el que Santi Comesaña, con un juego más posicional que balompédico, ayudó a sellar sus desarreglos. La fatiga de un Bebé que había entregado todo en el campo dejo espacio a Embarba, con veinte minutos por delante y la sensación de que la Real empezaba a encajonar a los de Vallecas en sus tres cuartos. Quizás buscó Míchel con ese cambio la espalda de la defensa a través de la habilidad del 11 rayista.
Lo que es absolutamente indescifrable es lo que buscó con la permuta de Álex Alegría por Raúl de Tomás. Sobre todo porque se veía que Garitano le había ganado la partida de ajedrez y la Real Sociedad ya estaba volcando todo su juego hacia las bandas y, desde allí, hacia la cabeza de Willian José. Un gigante entre molinos de viento. Tal vez el momento del partido, a falta de 14 minutos, demandase amarrar la retaguardia y no buscar esa fijación de los centrales que le ofrece Alegría. Porque hacía tiempo que el Rayo apenas salía de su campo, salvo en contadas incursiones, como la de Kakuta, y no daba sensación de poder envidar a su oponente. Si tu rival vuelca todo su juego hacia el costado izquierdo y, de allí, lo manda al centro del área, donde Willian José lo remataba, mejor o peor, absolutamente todo, la lógica dice que un cambio de sistema para reforzar esa zona delicada parecía la opción óptima. Un Velázquez que, en lugar de un Trejo que apenas alcanzaba balón o de un Comesaña al que ya cubría con creces Imbula, ayudase a pelear contra ese golem que emergía entre los dos centrales a placer. Garitano había telegrafiado sus intenciones a Míchel, pero la incapacidad de este para modificar las dinámicas de los partidos y hacer mutar su sistema de juego en función del tipo de partido que se esté jugando –principal debe desde su aterrizaje en los banquillos– ató de pies y manos a su escuadra.
No lo vio el técnico rayista, o quiso apartar la vista, pensando quizás en alguna contra que sentenciase, y por ahí empató la Real Sociedad un encuentro que podía haberse llevado el Rayo si hubiese sido más competidor y menos futbolero. Como se esperaba, la jugada del gol se inició en el flanco izquierdo de la defensa rayista. Zaldúa tuvo tiempo de recibir, pisar la pelota, acomodarla y levantar la cabeza sin que ni Embarba, que presionaba en línea de fondo a otro rival, ni Álex Moreno, que merodeaba por el área sin ajustar marcaje alguno, encimasen para impedir el envío al corazón rayista. Allí emergió, como había anunciado varias veces, la testa de Willian José para certificar un tanto que la Real Sociedad llevaba gestando varios minutos.
No quedó tiempo para más ocasiones, y menos mal, en Anoeta. Los locales intentaron la remontada, pero de forma estéril, y el Rayo apenas se dedicó a amarrar, ahora sí, un punto que, visto el partido y las formas de alcanzarlo, no parecía para nada malo. El duelo concluyó con el arrebato txuri-urdin y con una patada por detrás a destiempo por la que Mikel Merino tuvo que haber visto la roja, aunque el árbitro solo le enseñó la amarilla (el VAR, a por uvas). Seguro que el rayismo se quedó con la duda de qué hubiese pasado si esa entrada la hubiesen hecho Santi Comesaña o Trejo, por ejemplo, y hubiesen cortado una contra en dirección contraria. Pero eso ya es fútbol ficción y para disfrutarlo siempre nos quedarán –y qué delicia– Juan Villoro, Eduardo Galeano o el negro Roberto Fontanarrosa. Lo que nos dejó la realidad fue un punto a rentabilizar en un partido bastante pobre desde lo futbolístico. Una pequeña inversión. Si da más o menos intereses lo determinará Vallecas este viernes.