Se dice que el silencio es el mayor grito que puede jamás emitirse, un instante eterno en el que la urbe toma la palabra para denunciar sus males, en el que la ineptitud recibe aquello que tanto se esfuerza en conseguir.
Uno de marzo, día de fútbol, día de Rayo. El primer pensamiento del día ya vira hacia las nueve de la noche, hora prevista para el choque. Todo movimiento, toda acción, toda palabra, todo gesto; todo es expuesto en clave de franja. Persianas arriba. Amanece oscuro el jornal, el frío invade hasta la más recóndita entraña de los cuerpos protegidos por la elástica franjirroja, penetra la rutina en la religiosidad del fútbol. Aún es viernes. Sí, hay Rayo.
Estrés caracteriza el atardecer, largo horario, los trenes no funcionan, hay tráfico, queda poco para el partido. Las súplicas del subconsciente dan resultado, son las nueve menos cuarto, ya asoma la grada de Arroyo del Olivar.
Hay protesta contra la institución que maneja los hilos de la competición, voluntariedad de asumir cinco minutos sin entrar al campo. Llora el corazón, el Rayo comienza solo, nadie lo arropa, pero más llora su escudo al sentirse parte de un colectivo que lo aleja progresivamente de su lugar, de su gente.
Tiemblan nerviosamente los fieles, el árbitro da comienzo al encuentro. Poco importan desde fuera las cuatro derrotas consecutivas, y la posición, y la visita del tercer máximo goleador del campeonato, y el agónico febrero, y la situación del rival… Sólo importas tú, Rayo, sólo volver a verte.
Quinto minuto cumplido, sonríen tus gradas al reencontrarse contigo, sonríe el barrio. Puños al alza y atronadoras gargantas vuelven a morir por ti, por tus catorce escudos, por el banquillo que más que nadie lo representa, por tu gente, por los rayistas.
Minuto noventa y tres, aguda sinfonía que indica que todo ha llegado a su fin. El luminoso no refleja el resultado, tal vez no importe. No todos están allí para aplaudir tus valores, es viernes, son las once de la noche. No importa la posición, ni la puta primera división, ni la televisión, ni el capital, ni el objetivo.
No todos están, nada importa, es viernes. No importa nada, sólo importas tú.