El Rayo se impuso al Albacete en la segunda mitad del encuentro aplazado desde el pasado 15 de diciembre. Seis meses después, los vallecanos supieron hacer valer su superioridad.
Se acabó. Nadie le terminó de avalar el teatrillo al Albacete y, seis meses después, el conjunto manchego tuvo que recular y volver para terminar un duelo del que había desertado, meses antes, sin pizca de honor, con la excusa de la dignidad por bandera y con la vana esperanza de que el juez tomase parte y pudiese rascar en la corte lo que jamás sería capaz de obtener sobre el terreno. Por suerte, la cordura imperó y el partido, que nunca se debió aplazar, y una vez aplazado podría haber sido finiquitado en favor del Rayo Vallecano por la incomparecencia de su rival, se reanudó como preludio del regreso del fútbol tras la crisis sanitaria.
El principal hándicap lo arrastraba el equipo foráneo desde su anterior visita a Vallecas. Así, los ahora dirigidos por Lucas Alcaraz, entonces por Luis Miguel Ramis, encaraban el medio encuentro con un efectivo menos, tras la expulsión, segundos antes del descanso, en diciembre, de Eddy Silvestre. De esta manera, el partido más largo más corto de la Historia tenía, además, otra particularidad más: era un once contra diez.
Todo le sonreía al Rayo desde la previa. Todo menos la ausencia de delantero en su plantel. Ante la imposibilidad de las nuevas incorporaciones para ser sumadas a la convocatoria, el conjunto de Paco Jémez se presentaba sin ariete a la contienda. En ese impasse táctico, apareció el Jémez más calculador y perspicaz. El técnico franjirrojo alineó al central Alejandro Catena como único referente en ataque, algo que sorprendió de primeras, pero que resultó un fantástico movimiento: el mostoleño fijó a los centrales rivales y descargó el juego al primer toque mucho mejor de lo que cualquiera hubiera podido imaginar.
Así empezó el partido, o lo que quedaba de él, con los vallecanos volcados al ataque, sabiendo de la inferioridad, técnica y numérica, de su contendiente. Mientras el juego de posesión de los locales acumulaba hombres entre líneas y controlaba las tenencias largas, las bandas –sobre todo la izquierda, con Saúl y Álvaro García como estiletes– percutían como un cuchillo en la mantequilla templada. El Albacete, a causa de su inferioridad en filas, había acudido al partido con la única voluntad de no encajar gol y era totalmente ineficaz en la contención del juego de ataque rayista. El partido, pese a corto, se tornó, pronto, algo bronco: Pedro Sánchez sorprendió con varias entradas duras y a destiempo, Santi Comesaña se encaró con él y el codo de Catena puso a bailar las risibles ideas del guardameta Tomeu Nadal (en su día, uno de los más vehementes en la protesta y el ardid) y le enseñó la dirección en la que quedaba la ruta de Don Quijote.
A todo esto, aún no habíamos tenido noticias relevantes sobre el gran protagonista del choque. Roman Zozulya, aquella “inofensiva víctima” que no paraba de reír y provocar a la grada en la primera parte, compareció en el verde, donde su máxima aportación al juego fue un control bastante bueno que, milésimas de segundo después, arruinó con un centro (por llamarlo de alguna manera) sin sentido a donde no había ningún compañero que pudiese rematar. En la otra orilla, Catena no tuvo el instinto asesino necesario que se le presupone a los cazadores de goles cuando, en una acción aislada, se quedó solo, de espaldas a la portería de Nadal, pero no fue capaz de darse la vuelta y optó por cabecear el balón mansamente a los guantes del portero.
Era cuestión de tiempo –si algo ha tenido este encuentro ha sido, precisamente, eso– que el Rayo Vallecano tomase la delantera en el electrónico. Y finalmente lo fraguó el peruano Advíncula, cuyo zurdazo a la escuadra le pintó a Tomeu Nadal pajaritos en el aire. Y se los asesinó a escopetazos. Qué golazo se inventó el carrilero peruano, que, con espacios, es, no hay duda, uno de los mejores jugadores de la categoría. Lo demostró, también, en varias recuperaciones defensivas en las que doblegó, con carreras tanto explosivas como de resistencia, a los futbolistas del conjunto manchego.
La diana del lateral franjirrojo no hizo más que refrendar el control absoluto de los espacios, el ritmo y el esférico que ejercían los pupilos de Jémez sobre el césped de un campo de fútbol condenado al más extraño de los silencios. Alternaban los locales el juego interior –magnífico Trejo en su plaza– con inteligentes salidas de balón hacia las bandas y, poco a poco, tímidamente, se sucedían las ocasiones para aumentar la diferencia en el tanteo. Lo intentó Joni Montiel con un disparo blandito que atajó el arquero y capitán del Albacete. Trejo también probó suerte con un latigazo que se marchó demasiado arriba, mientras que, en un testarazo al segundo palo, Catena volvió a rozar el segundo gol que finiquitase, aún más, las insulsas aspiraciones del Albacete de Alcaraz, que, por su parte, solo inquietó mínimamente los dominios de Dimitrievski gracias a un contragolpe ocasionado por el único error que cometió Santi Comesaña durante los cuarenta y cinco minutos y una volea de Acuña, que no atinó a golpear con dureza el balón. El resto, agua.
Concluyó, por fin, el teatrillo del Albacete. Y lo hizo con sonrisa para los de Vallecas, que de un plumazo se sitúan en séptimo lugar, a solo tres puntos del playoff, para encarar esta breve recta final de Liga post-Covid_19. Volvió La Liga, no volvió el fútbol, y también lo hizo un Rayo de esperanza. La evasión, finalmente, fue victoria. Anoche, como en el cine más clásico, ganaron los buenos.