Tal y como adelantó hace más de un mes el periodista Carlos Sánchez Blas, Leo Baptistao vuelve al Rayo Vallecano. Regresa, como no podía de ser de otra forma, en calidad de cedido, y bajo unas turbias condiciones económicas cuyos entresijos es muy probable que no lleguemos a conocer nunca. Todo apunta a que el Atleti, el ‘equipo del pueblo’, el mismo que ha reventado el mercado veraniego gastándose más de cien millones de euros en fichajes -una quinta parte de lo que debe a Hacienda-, no ha pagado aún ni un solo níquel por el que hace un año parecía ser el negocio del siglo en Payaso Fofó. Y quién sabe si encima no le han hecho unas rebajas de última hora.
En realidad, no hay nada nuevo bajo el sol. Enrique Cerezo fue, es y será un virtuoso de la bolita y los cubiletes. También es verdad que es un talento fácil de explotar, el de trilero, si tu clientela es proclive a babear con la mirada perdida en el infinito. Pero esa es otra historia, de sobra conocida por todos. Ahora toca recapitular, porque si bien vuelve Leo Baptistao, resulta que para el monedero del club es como si nunca se hubiera ido. O incluso peor.
El brasileño, canterano del Rayo desde los 16 años, explotó hace dos temporadas en el primer equipo, cuando se marcó una primera vuelta prodigiosa y una segunda parte de campaña con más sombras que luces, nada extraño para un jugador de sólo 20 años con un intenso historial de lesiones y enfermedades (hepatitis, varias fracturas de clavícula) y, como consecuencia, abundantes y largos periodos de inactividad. Pese a todo, el bombazo fue indiscutible: no se había visto un canterano con semejante talento desde los tiempos de Fernando Marqués y el Atlético de Madrid decidió ficharlo por una cantidad que rondaba -dijeron- los siete millones de euros. Hasta ahí todo en orden, aunque con la gente algo mosqueada porque al chico le pillaron merodeando el palco del Calderón cuando su traspaso ya era un secreto a voces.
Lo malo es que daba comienzo una nueva temporada, pasaban los meses y el Atleti no pagaba un duro al Rayo Vallecano, porque los responsables del Rayo Vallecano no conseguían averiguar en qué cubilete estaba la dichosa bolita. Mientras, Leo, demasiado verde a ojos de un Simeone que sabía que tarde o temprano tendría que hacer caja con Adrián, se marchaba en invierno al esperpéntico Real Betis, que soltaba un millón de euros, o más, para que el joven delantero abanderara el descenso a Segunda más precoz y cantado de los últimos años. Enrique Cerezo, viejo tahúr y virtuoso del tapete, volvía a Vallecasen enero, pero sólo para repartir pines con el escudo del Atleti entre el populacho. Ni siquiera insignias, ojo.
A todo esto, a parte de la afición rayista le daba por sufrir un doloroso ataque de cuernos al más puro estilo Otelo porque el equipo avanzaba inexorablemente hacia el precipicio y el hijo pródigo no había vuelto para resucitar al muerto, sino que se había largado a un club con el que en los últimos años se ha creado una extraña rivalidad -a falta de algún pique doméstico, improbable por falta de personal- de cuyo origen la mayoría ni se acuerda. Como no podía ser menos, varios mendigos del retuit calentaron el regreso del muchacho al barrio vestido de verde y blanco y se lió la de Dios. Quizá para muchos lo normal hubiera sido que el Atleti hubiese dejado volver a Leo gratis renunciando al regalo de Miguel Guillén y sus compadres, y que todos los que trincaron (representantes, intermediarios, el mismo Garrido) se hubieran vuelto honrados de repente, como esos forajidos de las películas de John Wayne que se redimen justo antes de morir. Para qué darle vueltas al coco y utilizar el sentido común, si uno va al fútbol a gritar lo que no tiene cojones de gritarle a su jefe, marido, esposa o cuñada. Lo curioso -que no sorprendente, aunque sí indignante- fue comprobar, una vez más, que siempre hay algún eunuco mental que disfruta propagando bulos por las redes sociales, rumores lamentables y malintencionados que pueden ir desde ese ‘alguien’ al que le han contado que dicen que han visto al jugador insultando gravemente a los pacíficos y silenciosos hinchas al que -y esto sí que merece un bofetón con la mano abierta- decide ‘matar’ a la pobre madre del brasileño, a saber qué mal ha hecho la pobre mujer.
Ahora Leo Baptistao ha vuelto, y la polémica va a durar hasta que el chico meta su primer gol, regale su primer gol a un compañero con un pase imposible acariciando el balón con el exterior del pie, o se marque una de sus clásicas carreras de 70 metros con el balón cosido a la bota. Ni un segundo más. Y también, si la pelota sigue entrando -esperemos que sí-, a la gente se le olvidarán los millones que nunca llegan, esa jodida bolita que nunca está en el cubilete que debería.
Esto, como cantaba Patxi Andión, es Vallecas.
Álex Calvo