El Rayo vuelve a caer a domicilio ante el Albacete (2-1) en otro partido tedioso y aburrido. El conjunto manchego castigó la blanda defensa de los de Iraola, que en ataque volvieron a dejar escapar el grueso de los minutos sin amenazar el área rival.
Hay máximas que son irrevocables, en la vida y en el fútbol. Una de las que más me gustan dice que no por mucho repetir una idea se convierte en verdad. Y esto es lo que ocurre con aquello, que tanto y tanto hemos oído desde el inicio de Liga, de la solidez defensiva del nuevo Rayo de Iraola. Es imposible declarar que un equipo es sólido en defensa cuando en más de la mitad de los partidos el balón ha merodeado sin peligro alguno por el centro del campo, en un juego insulso y aburrido hasta la extenuación y el sangramiento de las pupilas. Es incoherente declarar la solidez de la retaguardia de un equipo cuando los únicos equipos que han avanzado la línea de ataque más allá de los tres cuartos de campo se han hecho con la victoria con relativa facilidad: la Ponferradina goleó al Rayo por 3 a 0 y el Albacete se puso con ventaja de dos goles cuando el Rayo aún no había pisado el área rival (y no serían pocos los que, entonces, imaginasen que el Rayo saldría goleado de La Mancha…). Si las rotaciones eliminan de la partida a Velázquez (no lo quite más, entrenador, ¡que juegue siempre!) para poner sobre el verde a Saveljich, el drama se acrecienta y la milonga de la solidez defensiva queda aún más en evidencia, si es que no lo estaba ya desde el primer momento en el que alguien la dijo.
Otra vez, como ocurriese el pasado jueves, el partido del Rayo fue tan entretenido como una película del ínclito José Luis Garci. Que sí, que será un gran cineasta y un ilustre en la materia, nadie lo niega, pero, por lo general, es aburrido de solemnidad. No pasa nada por reconocerlo. Como no pasa nada por reconocer que este Rayo también serviría a la buena voluntad de dormir a cualquier insomne que lo precisase. Que si uno ya no sabe cómo encarar una crónica semanal de semejante maravilla visual, imagínense tener que hacerlo dos veces en una semana. Un castigo.
La primera parte en el Belmonte se saldó con un minúsculo tiro lejano de Antoñín en el haber y con el clásico gol en contra en la última jugada en el debe. Un balón parado prolongado y mal defendido por Mario Hernández terminó en el tanto de Flavien Boyomo. Nada pudo hacer Dimitrievski salvo acomodar el cuerpo para minimizar el fusilamiento. Y, por si el público (en sus teles, claro) se había quedado con ganas de más, los primeros minutos de la reanudación ofrecieron un bis. “¡Otra, otra, otra!”… y así fue. Un córner prolongado, un triple error de marca de Qasmi, Pozo y Comesaña y Eddy Silvestre colocando una losa sobre un Rayo que, aunque no lo sabía, estuvo muerto durante todo el partido.
No ocurrió nada más de interés, apenas. Solo el cumplimiento de otra máxima: de nada suele servir el arreón final del mal estudiante. Porque eso es a lo que parece jugar este Rayo cada vez que le toca disputar un encuentro a domicilio. La estrategia franjirroja fue un calco de lo que se pudo ver en el Tartiere el jueves pasado: esperar, esperar, esperar y tratar de hacer los deberes en los últimos minutos. La diferencia es que contra el Oviedo se llegó a la reválida con empate a cero en el electrónico y contra el Albacete con dos goles en contra. Iraola puso en liza a Advíncula, Ulloa y Álvaro García y el Rayo pareció ganar algo de profundidad. En los últimos quince minutos, los visitantes habían disparado a puerta y habían generado más ocasiones que durante los setenta y cinco anteriores y, si me apuran, durante todo el encuentro de la jornada previa. Pero no fue suficiente; es muy difícil fiarlo todo a la suerte del último tramo.
Isi volvió a marcar y a demostrar que de calidad anda sobrado. Su gol, aunque con fortuna, le sirve como reivindicación de sus valores deportivos. Sin embargo, solitario en el marcador, no consiguieron equilibrar la contienda sendos cabezazos de Ulloa y de Catena, uno repelido con una estirada fantástica de Tomeu Nadal y el otro, desviado por unos metros a la izquierda de su segundo palo. Una tentativa sin cristalizar que no hizo sino zarandear el tedio que parece haber instaurado el Rayo Vallecano en esta temporada. Un Rayo tan irregular como insípido.