El Rayo empata contra el Albacete (2-2) y vuelve a dar una pobre imagen ante un equipo al que pudo sentenciar y contra el que terminó por rescatar un agónico punto.
La visita del Albacete a Vallekas dejó varias conclusiones. La extradeportiva fue solo una corroboración: Presa es un presidente indigno de la entidad que representa y de su gente, un pirómano con una caja de cerillas, un incendiario loco. El piloto de Lufthansa estrellando su aeronave contra todo un barrio que permanece en mucho más alto lugar. La invitación al fascismo de Vox es otra más de las infinitas provocaciones de este personaje vodevilesco hacia su afición. La conclusión deportiva es una conjunción: sin Óscar Valentín, el centro del campo vallecano es un erial, una cueva sin fuego, una plaza en la que dos sudaderas hacen de postes, pero en la que no hay balón. Ninguno de los sustitutos son capaces de sostener en pie al equipo como el canterano. Más allá, la idea vaga del playoff como un sueño de los que, fácilmente, se tornan pesadilla: los de Vallecas, si llegan, serían hipotéticamente el rival más débil en el duelo a muerte.
Y eso que la tarde comenzó de forma inmejorable. Un túnel exquisito del Trejo más canchero pistoleaba la función y precedía al primer highlight. No habían transcurrido dos vueltas al segundero cuando el propio Chocota celebró su cumpleaños con una asistencia de genio a balón parado. La cabeceó, inapelable, Saveljich, ante la pasividad manchega en defensa. Pintaban oros.
Sin embargo, tras el gol, el Rayo fue regresando poco a poco a la tan pisoteada senda de la racanería. Ante un rival en manos ajenas, los de Iraola decidieron guardar una ropa que todavía no estaba, ni mucho menos, seca. Presionaban la salida de un Albacete de piernas temblorosas, pero a la hora de morder, sus dientes no desgarraban la carne. No dolían.
Y así, entre insulsez y minutos cándidos, se esfumaba la primera parte en Vallekas. Poca inquietud, si acaso un remate en semifallo de Ortuño en una de esas ocasiones que no suele marrar (aquí es justo atribuir a Fran García la habilidad de molestar al delantero en la acción previa al testarazo), y otro cabezazo de Mario Suárez, en el campo desde la recaída del jefecito Óscar Valentín, que se marchó fuera de manera incompresible.
Tras la reanudación, un fallo en defensa de Gorosito dejaba en posición franca a Antoñín, que se entretenía y se entretenía hasta dar tiempo al zaguero a recomponerse y desbaratar la sentencia. El Albacete empezaba a dominar mejor el espacio y el Rayo renqueaba, como en cada uno de los partidos en los que toma ventaja en el marcador. Hasta que Mario Suárez fue al suelo en esa jugada en la que la academia enseña que nunca hay que hacerlo. Penalti clarísimo, segunda amarilla, gol y la sensación de que la temporada del ex internacional absoluto está siendo muy pobre y muy por debajo de su talento pretérito. Álvaro Jiménez ponía las tablas en el marcador y el partido se volteaba por completo. El Albacete jugaría la última media hora con un efectivo más y ante un Rayo desorientado que ni propone ni dispone.
No tardaría en hacer valer su superioridad numérica el conjunto manchego. Solo doce minutos. Manu Fuster remachaba a la red una jugada rápida por la banda derecha albaceteña. Había cambiado la mano. Ahora pintaban bastos.
Pero, ante el orden y la ley que desean aquellos que ensuciaron y deshonraron el palco franjirrojo y a las gentes vallecanas durante la velada, llegó la anarquía en forma de Bebé. Como única salvación. El verdadero San Tiago estaba sobre el verde y no escupiendo odio desde el atril. El portugués, nuestro son of anarchy predilecto, recogía un centro al espacio de Fran García y asestaba una inesperada puñalada a las aspiraciones de llevarse los tres puntos del conjunto capitaneado por un Tomeu Nadal que nada pudo hacer ante su disparo cruzado.
Tablas, un punto y la sensación de burbuja pinchada. De que, por mucho que confíe en sus ideales, el Rayo de Iraola no puede plantear un fútbol de resistencia sin un ejército combativo, con una defensa de mantequilla o un centro del campo que pende de un solo puntal. Stalingrado tiene su mística, sí, pero Vasili Záitsev también muere algún día.
Texto de Jesús Villaverde. Imagen: Twitter oficial LaLiga.