El Rayo Vallecano ha hecho soñar a su hinchada con lograr algo muy grande para un equipo tan humilde como el nuestro.
Dicen que la historia la escriben los vencedores. Pero solo es otra de las grandes mentiras que se han asumido como ciertas a base de repetirlas una y otra y otra vez. La historia la escriben los que asisten a ella, los que miran. Los testigos de uno y otro bando. Los que vencen escriben su historia, a menudo aderezada con una verdad y una serie de detalles que solo existirán para su retaguardia. La historia de los perdedores, en cambio, siempre es la más bonita; la que más certezas alberga. Porque contiene los sueños y los anhelos de todos los que lucharon por hacerlo real. Los que sufrieron el dolor de haber caído en el mismo plano que el orgullo de haberlo peleado. Solo en la nostalgia y la amargura momentánea de esa derrota se puede escribir desde el corazón.
El Rayo nos ha hecho soñar como nunca. Los chicos de Iraola se han convertido en la extensión del barrio al que representan. Un barrio que no está acostumbrado a reír a mandíbula batiente, una gente que siempre prima el colectivo sobre la individualidad. Con esas trazas se presentó el Rayo en el Benito Villamarín para enfrentarse a un equipo espectacular y a una hinchada de 60000 almas que ni siquiera le habían guardado en sus comentarios un ápice de respeto al visitante. Los franjirrojos, a lo suyo, fueron picando y picando, resistiendo en silencio, hormigas gregarias, un equipo simbólicamente comunista y sin ningún tipo de complejo. Como esas guerrillas que aguantaban en las calles de Madrid ante ejércitos armados por las potencias hasta los dientes. Rayo, qué bien resistes.
La resistencia, colectiva siempre, otorgó sus frutos y regaló dos cosas, una en cada trinchera: un silencio cementerial en la grada y una sonrisa que va a tardar en quitarse mucho tiempo en esa gente que se sabe eternamente menospreciada. El Rayo luchó con uñas y dientes contra el rival y contra todo lo que le importunó en su combate. Se defendió como un felino el equipo de Iraola. Porque si Madrid es un gato, Vallekas son las garras.
Dicen que la historia la escriben los que vencen. Y no es así. Jamás lo fue. Aunque los triunfadores suelen empeñarse en borrar y lastrar el relato de “los otros”. Que no os engañen. El Rayo perdió un partido, pero ganó la admiración de todo un pueblo que nunca ha pedido que se ganen las guerras, sino que se luchen con todo, cuerpo a cuerpo, si hace falta, y que sus jugadores sean la extensión de ese barrio que, día tras día, lucha a muerte por sacar adelante a los suyos.
Gracias, Rayo, por hacernos soñar despiertos. Por ser tan realistas como para buscar un imposible. Gracias, Rayo, por representarnos. Por esta pertenencia. Y por luchar hasta la extenuación cuando, incluso antes del combate, ya todos te daban por muerto. Gracias, en definitiva, Rayo, por darnos un relato que contar y por hacernos partícipes de la historia. Siempre estaremos en tu trinchera. Lo más lejos, a tu lado.