En la previa del Cádiz-Rayo rememoramos una anécdota que protagonizó Mágico González en el partido que enfrentó a amarillos y franjirrojos en Vallecas en 1990.
Hay un chaval que está pegado a la valla. Llama a otro de manera insistente. “Eh, tío, llévale esto a mi primo; mírale, está allí al otro lado”, le dice y le entrega un porro a medio fumar. Sin mediar palabra, el otro lo coge entre los dedos de su mano derecha, retira la mirada a varios agentes de la autoridad que se hacen los suecos y empieza a caminar en dirección a un tipo que levanta y agita repetidamente los brazos.
Hasta aquí, todo medianamente normal. Salvo que, lo que podría ser una escena transcurrida en cualquier valla de instituto de un barrio estándar, ocurrió en el Estadio de Vallecas y el personaje que transportó el canuto era Mágico González en su segunda y última visita al barrio madrileño. Varios miembros de Brigadas Amarillas estaban esperando el inicio del partido mientras el Cádiz calentaba. Mágico, que partía desde el banquillo, hacía los típicos ejercicios de calentamiento suaves que suelen realizar los jugadores suplentes sobre el césped de Vallecas hasta que fue interpelado y abandonó por un momento su papel para cruzarse el verde del templo vallecano y acercarle, con ritmo parsimonioso y cadencia elegante, el peta al destinatario en la otra banda.
Hay anécdotas que definen a sus protagonistas. Sin duda, Mágico era un genio y, como tal, su mente era díscola y albergaba mecanismos diferentes a la de cualquier mortal. El salvadoreño vivía la vida para divertírsela. Ni más ni menos. Nunca el 10 le dio importancia alguna a lo que nadie pudiese pensar de él. Como muestra, esta historieta. Como era de esperar, los mentideros han otorgado muchos y dispares finales a esta situación tan sencilla. Unos dicen que le dio una calada al porro, otros que se lo guardó… Sin embargo, la única realidad es que Mágico, siempre amable, correspondió la petición de uno de sus aficionados de la manera más humilde y sencilla que encontró.
Poco importa el tiempo y el resultado de aquel partido, pero, por si alguien se lo pregunta, el relato se corresponde con el partido que enfrentó al Rayo y al Cádiz en Vallecas el 22 de abril de 1990. Husillos anotó un gol de cabeza a falta de dos minutos para el final y el Cádiz se llevó el partido por 0-1. Sobre el césped de Vallecas había, entre otros, tipos de la talla de Juan José, Sánchez Pose o Cortijo, en el Cádiz, o Férez, Cota, Sabas, Mejías o Hugo Maradona con la elástica franjirroja. Este último, por cierto, terminaría expulsado aquel encuentro. Aunque nada de eso es relevante para una secuencia que revela el carácter de Mágico González. Un antihéroe tan capaz de peinar una noche entera con el mismo Camarón de la Isla como de atender amablemente una petitoria tan rocambolesca como la que le lanzó aquella mañana uno de sus hinchas, que lo contaba posteriormente en el libro sobre el jugador de El Salvador que escribió Enrique Alcina Echeverría: «Le dijimos: “Mágico, pásale el porro a mi primo”. Lo cogió delante de un policía, sin cortarse un pelo. El guardia se quedó mirando la escena e hizo un gesto como diciendo: “Yo no he visto nada”». Y lo cogió para llevarlo al fondo como tantas veces llevó la pelota con delicadeza a la red o con maestría al pie de sus compañeros. Vallecas, segundo acto: El canuto de San Jorge.