El Rayo vence al Valladolid (0-1) en el José Zorrilla y alcanza los 26 puntos. Los de Iraola fueron de menos a más y triunfaron, justamente, con otro golazo de Isi.
Jesús Villaverde Sánchez (Fotografía: Alberto Leva)
Tiene una cosa el fútbol que lo eleva y es que no importa el estado de ánimo en el que uno esté, pero empieza el partido y es como si, de repente, el mundo se parase y nada importase apenas fuera de ese rectángulo de cal. El Rayo, en ese sentido, actúa como ese grupo de amigos que, no importa cuál sea el problema o si la tristeza parece irrenunciable, siempre consiguen sacarle a uno de sus desiertos. Y, a veces, como hoy, lo fuerzan a sonreír.
El conjunto de Iraola se presentaba en el José Zorrilla para enfrentarse al Valladolid con la única modificación de un Unai López que recogía el testigo del capitán Óscar Trejo como trequartista. El Valladolid de Pacheta presentaba más urgencias que los franjirrojos y se notó en su salida al terreno de juego. Mucho más activo en todas las zonas del campo, los vallisoletanos presionaban en el bloque alto y cargaban mucho su ataque hacia el flanco derecho, en el que activaban a Gonzalo Plata. El extremo ecuatoriano, emparejado con Fran García, llevaba todo el peligro pucelano sobre el área de Dimitrievski. El Rayo no parecía terminar de encontrarse sobre el césped hasta que, sobre el ecuador de la primera mitad, pareció asentarse y recuperar un poco la compostura y el control del balón con varias posesiones largas.
El duelo se desarrollaba, íntegramente, en la zona medular. Mucha brega y una pelea constante que dejaba varias acciones fortuitas entre Óscar Valentín e Iván Sánchez, que se erigían como los dos contrafuertes de ambos conjuntos. En una de las pocas avanzadillas hacia las áreas, el atacante brasileño Kenedy se lesionó en mitad de una carrera. Lloraba el futbolista en una imagen dura que inmortaliza la constante batalla que mantiene con su cuerpo. Tras el cambio, Lejeune advirtió por primera vez a las huestes blanquivioletas. Un magnífico disparo del central francés devino en una soberbia intervención de Masip a mano cambiada. Digna de póster. El balón a córner fue el preludio de una jugada clave: en el saque de esquina, Óscar Valentín remató a portería y el balón impactó de lleno en las manos de Monchu. Tras la revisión de la sala VOR, el colegiado Melero López señaló la pena máxima. El Rayo podía ponerse por delante, pero el arquero catalán le iba a poner un poco de salsa al guiso con una buena intervención desde la línea de cal. Fallaba Isi Palazón el penalti que serviría para el 0-1.
El desconcierto pareció apoderarse de los siguientes minutos y ninguno de los dos equipos consiguió acercarse al área rival. Si acaso, de manera tímida, lo hicieron los de Pacheta con un disparo alto de Plata. Casi al filo del descanso, el Rayo tuvo dos ocasiones bastante claras sobre la meta de Masip. Primero lo intentó Fran García con otro fantástico zurdazo que obligó al cancerbero a sacar otra fantástica mano cuando el balón parecía colarse en las mallas. Más tarde, en un rechace, Catena consiguió un remate algo forzado que el guardameta se quedaría en las manos para llevar el cronómetro hasta el descanso.
Recibidas las charlas técnicas, el partido volvía a su cauce y, en este segundo acto, era el Rayo el equipo que aglutinaba más balón desde el primer instante de juego. Los de Iraola controlaban la posesión y volcaban más el juego hacia su zona de ataque. Esta sensación se acrecentó cuando el técnico de Usurbil dispuso sobre el tablero al ‘Chocota’ Trejo. El argentino, con imán para cualquier cosa redonda y susceptible de controlar que se pasee sobre el pasto, consiguió equilibrar a su equipo con su pausa y su mirada periférica. El control del Rayo era absoluto en la segunda parte.
Sin embargo, el que más cerca estuvo de batir al guardameta rival fue Weissman. El jugador hebreo recibió un balón en el área, caracoleó y disparó un lanzamiento que se fue convirtiendo en centro-chut, pero al que no llegó ninguno de sus compañeros. En la salida de balón de la jugada posterior, el Rayo golpeó la mesa y terminó de asustar al rival. Florian Lejeune se inventó un majestuoso pase largo de muchísimos metros. Comesaña bajó de cabeza el balón que llovía para que un delicioso primer toque exterior de la diestra de Óscar Trejo le pusiese el balón a Álvaro García en la frontal del área en apenas tres toques. Hasta ahí, el contragolpe ya era exquisito, pero se tradujo en excelso cuando el de Utrera recortó a su par y cedió el balón para que Isi, con un deje leomessiano, lo empujase de empeine, raso, con rosca al fondo de la red. Nada pudo hacer Masip esta vez, salvo acompañar con una inútil estirada el fantástico golpeo del señor Palazón.
A partir de entonces, el Rayo consiguió trabar todo el juego del Valladolid y defenderse con el balón en los pies y con circulaciones amplias, largas y de costado a costado. Los de Pacheta, algo desesperados, incluso con el árbitro, que tampoco se había hecho mucho de notar, llegaron a introducir al central marroquí El-Yamiq como ariete para buscar el golpe de efecto que nivelase el encuentro. Pero Dimitrievski no tuvo que actuar salvo en una jugada de Weissman a la media vuelta que, posteriormente, resultó invalidada por falta sobre Catena. Solo quedó tiempo para que el encuentro finalizase con dos controles de Radamel Falcao de esos que justifican por sí mismos la compra de una entrada para un partido.
El Rayo vuelve a ganar fuera de casa y confirma su mejor racha como visitante desde la era Jémez, en 2016, con dos victorias y dos empates. Se aproxima el Rayo a Europa ya con 26 puntos –y 11 sobre el descenso– en 17 jornadas. Sonríe la franja, sonríe Vallecas, sonríen los rayistas y sonríe todo aquel que, por el escaso plazo de dos horas, se acerca al fútbol como medicina para el alma, para el cuerpo y para la mente. Sonríe aquel que siempre vuelve al abrazo reconfortante del grupo de amigos. Menos mal que existes, Rayo.