El Rayo Vallecano consigue arañar un valioso empate en la visita de un Atlético de Madrid (1-1) al que borró del verde durante la primera mitad y que se repuso en la segunda con la salida al terreno de juego de sus mejores hombres.
En una de las secuencias del fabuloso primer episodio de la serie El Pingüino (Lauren LeFranc, HBO, EE.UU., 2024), el antagonista Oz Cobb habla con un adolescente al que pretende enrolar en sus filas para que le ayude en su incipiente ascenso a los bajos fondos de Gotham. El villano, en un discurso demoledor, habla al chaval sobre como la familia Falcone no valora lo que tiene porque no ha tenido que ganárselo y ha crecido con todo tipo de lujos. Las palabras que pronuncia, a modo de sermón, son las siguientes: “No conocen el hambre; nacieron saciados. ¡Pero nosotros no! El mundo no se hizo para tipos como nosotros. Por eso tenemos que adueñarnos de lo que se nos antoje. Porque nadie nos lo va a dar sin pelear.” Demoledor y absolutamente clarividente. Perfecto para una saga, la de Batman, en la que los villanos suelen tener infinitas e incuestionables razones para, desde la grisura del barro, generar el caos en la ciudad del héroe enmascarado, que no deja de ser un magnate rico y poderoso contra el que combatir casi en una ofensiva de clase.
Las palabras del Pingüino no dejaron de resonar en mi cabeza mientras veía el duelo que disputaron el Rayo y el Atlético en Vallecas. El “villano” pobre no dejó de pelear para encontrar la manera de adueñarse de lo que se le antojase de manos de un héroe rico que, más allá del proceso, solo busca el resultado final. El botín, en este caso, era el fútbol. Lleva décadas siendo evidente que para el Atlético del Cholo Simeone el fin siempre justifica los medios. Quizás por eso en su libreto no resulta raro obligar a una plantilla multimillonaria y de incuestionable calidad y medios a encerrarse en un estadio como Vallecas. Después de cambiar el Manchester City de Pep Guardiola por el Atleti de Diego Pablo Simeone, debe de estar pensando Julián Álvarez que dónde se ha metido. Suyas fueron las dos únicas ocasiones que generó el antaño equipo del Manzanares durante la primera mitad. La primera la desperdició con un mal control que desbarató el peligro; la segunda regaló un disparo de bellísima factura que impactó contra el travesaño de Batalla como los murciélagos de Batman lo harían contra el deportivo color ciruela del Pingüino.
El Rayo sí busco las cosquillas a su rival. Y lo consiguió tras varias acometidas que también, como en el caso atlético, nacieron de las botas del mismo jugador. Primero Adrián Embarba disparó de media distancia para que Oblak desbaratase la ocasión; después lo intentó de libre directo. Y a la tercera, en una secuencia coral que inició Jorge de Frutos, continuó un balón filtrado por Andrei Ratiu al área, apareció el pie izquierdo de Isi Palazón para enviar una bala de plata con su sello a las oficinas de Wayne. Tras la reanudación, en vista de que no le alcanzaba, pese a su ostentosa capacidad millonaria, para desbaratar las acometidas de su enemigo, el héroe pidió refuerzos para tratar de salvar su particular Gotham. Griezmann y Correa saltaron al verde en sustitución de los vírgenes Llorente y Lino. El conjunto colchonero comenzó a hilar algunos pases, aunque no fue en combinación que llegó el empate. En un balón largo a la remanguillé de Witsel que no fueron capaces de atajar ni Chavarría ni Mumin y al que Batalla no alcanzó en su salida, el gigante Sorloth fue capaz de desfiltrar un pase hacia Conor Gallagher para que, con inconmensurable calidad, enviase un disparo pegado a la cepa del poste imposible para el cancerbero argentino de la franja. Un empate que, como en la gran mayoría de casos, no hacía justicia a la nula propuesta futbolística del Cholo Simeone.
Desde el empate hasta el cierre del episodio, la misma historia: los pobres intentando superar a los ricos y siendo los únicos que proponen fútbol sobre el tapete. Tímidas ocasiones de Correa y Julián Álvarez en balones casi rebotados al área por parte rojiblanca y unas tablas en el marcador en las que las huestes del caos y el barrio pudieron merecer algo más mientras que las filas del orden y la ciudad merecieron un botín todavía menor y salieron vivos de un Vallecas al que hoy hemos querido convertir metafóricamente en Gotham City. Dos reflexiones anegan el postpartido. Por un lado, la idea, cuasi certeza, de que, en un futuro no muy lejano, el Cholo Simeone escribirá una autobiografía en la que confesará que, en realidad, jamás le gustó el fútbol y entonces lo entenderemos todo. Por el otro, el mensaje que rezaba en la preciosa pancarta con la que Vallecas rindió homenaje a Prudencia Priego, la madre de todos los rayistas, cuya memoria entonaría palabras similares a aquellas con las que el Pingüino alentaba a su pupilo a adueñarse de lo que otros le habían robado sistemáticamente: “Que viva la madre que nos parió”. Ah, y un tercer mandato, que quedó tan claro en la grada como sobre el césped: en Vallekas nadie es más que nadie.