A sus treinta y tres años, Trejo sigue siendo el pilar futbolístico de la medular rayista. El cerebro, el jugador por el que pasa todo y sirve como metrónomo de una maquinaria casi perfecta.
Óscar Trejo no es una persona cualquiera, es un hombre pegado a una pelota de cuero; tiene el don celestial de tratar muy bien al balón; es un guerrero. Los versos de Andrés Calamaro sirven para todo lo que tenga que ver con el fútbol. Mucho más si el mencionado proviene de esa maravillosa tierra de La Pampa. Al capitán del Rayo, Óscar Trejo, le podría aplicar casi cualquier línea de las escritas por el artista. Sin embargo, he escogido los de la canción dedicada a Maradona porque el Chocota, aunque –para suerte franjirroja– claramente infravalorado mediáticamente, también es un genio del fútbol mundial.
Muchos son los detalles que deja siempre el 8 sobre el verde; su querida Vallekas bien lo sabe. La hinchada sabe que algo va a pasar cuando Trejo recoge el esférico en cualquier zona del campo. Fintas, gambeteo, regate, visión de juego panorámica y un cierto deje de ese fútbol canchero que tanto se practicó y se venera en su Argentina. A sus 33 primaveras, el de Santiago del Estero disfruta y hace disfrutar a la parroquia vallecana con un fútbol de millones de quilates.
Es difícil elegir una actuación como la más memorable, pero la de su encuentro frente al Mallorca, perfectamente, podría ser símbolo de lo que significa su fútbol para el equipo de la barriada. La asistencia en el segundo tanto vallecano, un pase en profundidad al primer toque para la carrera de Álvaro García, es una muestra de la visión total del volante. La semejanza con uno de los mejores futbolistas que ha dado La Boca. Porque Óscar Guido Trejo sería, para el Rayo, el reflejo de lo que fue Juan Román Riquelme para La Bombonera. Por su parte, el gambeteo, las frenadas en seco, los amagos, taconazos, y, en definitiva, la magia que gobierna su estilo son la evocación del barrilete cósmico con el uniforme franjirrojo. Lo dijo el propio Diego: el fútbol es el juego del engaño. Y en eso, nuestro Chocota es único.
Contra el RCD Mallorca, el mediapunta cerró su partido con un penalti muy canchero. Cuando, tras una deliciosa asistencia a Sergi Guardiola, el delantero fue derribado en el área, algo se activó en la mente creativa más activa del conjunto de Vallecas. Y Óscar Trejo anotó su tercer gol desde los once metros con una exquisita ejecución a lo Panenka que retrotrajo a la mente aquella maravilla de Zinedine Zidane en la final del Mundial de 2006 contra Italia. Para mí, al mismo nivel, los dos penaltis a lo Panenka más bonitos de la historia (obviando el original, claro, porque ese es inigualable).
No obstante, si por algo destaca Trejo, además de por su incalculable valor sobre el terreno de juego, es por su ascendencia y liderazgo sobre el grupo. El Chocota aterrizó en Vallekas en el verano de 2010 y, en solo una temporada con la franja roja, se convirtió en un pilar incuestionable para el ascenso de la entidad a Primera División. Eran tiempos convulsos, pero, nuevamente, la plantilla se conjuró y consiguió la gloria y el retorno al Olimpo futbolístico. Mucho tuvo que ver aquel centrocampista que era un derroche creativo y un elogio al pundonor; ese número 24 que abrió el marcador contra el Xerez en el partido definitivo.
Después de ese ascenso, ya encumbrado por una hinchada vallecana que agradece más el esfuerzo que el talento (aunque Chocota siempre ha ido sobrado de ambos), Trejo militó en el Sporting de Gijón y en el Toulouse hasta 2017, cuando se convirtió en el fichaje estrella de los vallecanos para intentar, de nuevo, el asalto a la Primera. Con 29 años y mucha más experiencia, Óscar Trejo volvió a erigirse en el mejor jugador de una plantilla que, efectivamente, volvería a tocar la gloria con el ascenso y el primer campeonato liguero de su historia. Esta vez, el argentino heredó el 8 de Míchel, que lo dirigía desde el banquillo, en un movimiento tan simbólico como natural. Hubiese sido imposible encontrar un mejor sucesor de Míchel para portal un dorsal tan importante para el rayismo.
Desde entonces, magia, derroche y locura. En Vallecas, un lugar que no tiene ídolos, Trejo es el líder indiscutible y un espejo en el que mirarse para todos. Vallekas se ha instalado en el trejismo y será difícil que abandone esa nueva creencia. Mientras tanto, el capitán no deja de hacer “lo suyo” –volvió a dejarlo patente con otra exhibición ante el RCD Espanyol– y ya es el máximo asistente de LaLiga con siete pases de gol. Los datos del futbolista argentino son, sin duda, una reivindicación y, a sus treinta y tres años, sería un premio más que justo a su rendimiento la llamada de Scaloni –un tipo que conoce bien los mecanismos del fútbol español y lo difícil que es rendir bien en LaLiga– para integrar la plantilla de la albiceleste, donde encajaría de maravilla junto a jugadores del perfil de Rodrigo De Paul, Di María o el propio Leo Messi, al que podría poner a correr con su magnífica visión de juego y su magnífico dominio del primer toque.
Mientras tanto, Trejo continúa su travesía franjirroja con su sello de calidad. Y lo hace besando un escudo por el que, es evidente, siente algo distinto. No hay duda: Trejo ama al Rayo y el rayismo adora a Trejo. Y, como jefe de filas, el de Santiago del Estero debería de tener hueco en la plantilla hasta que él quiera. El capitán, el hijo pródigo que un día decidió regresar a Comala. Aquel líder al que todos siguen y veneran. Agradecidos de tenerlo. Trejistas devotos y conscientes de la importancia de su figura. De tu querida presencia, comandante Óscar Trejo.