No sé si creo en el destino. En su significado actual, ese del que se han apropiado los más rancios escritos, desde luego que no. No creo en las medias naranjas, ni en los dobles, ni mucho menos en que toda nuestra vida transcurra de tal manera que ―¡oh, cielos!― nos haga encontrarnos con esa persona, en ese lugar y en ese momento determinados. Sí creo ―prefiero alejarme de la verdad absoluta― en el determinismo que sostiene que todo individuo, desde el momento en que nace, está condicionado por su tiempo, espacio y entorno, es decir, en la imposibilidad del hombre de alcanzar la libertad por completo.
Sin cerrar la puerta a la causalidad, me encuentro más cómodo en el territorio de las casualidades, allí todo es más sencillo. Ayer mismo, me encontraba dejando pasar la noche en el sofá, viendo El Ministerio del Tiempo y tratando de buscar, de nuevo, una explicación convincente y apátrida a las guerras de 1898. Todo parecía seguir el mismo rumbo de las noches anteriores: una obra de arte más que confirmaba la grandeza cultural y cinematográfica de esta producción. Sin embargo, cuando todo estaba avocado al mero final del capítulo ocho de la segunda temporada, Hugo Silva abrió la puerta de ese Seat 1500 y trató de evitar que su padre accionase el mecanismo de su revólver:
«―Hijo, tú ya tienes tu vida, déjame que acabe con la mía. [Dice Santiago Meléndez].
―No, ni de coña. Ni de coña… [responde Hugo Silva] El año que viene es el Mundial. Me prometiste que íbamos a seguir a la Selección por toda España.
―¿La Selección? ―se ríe― La Selección nunca ganará nada.
―Sí va a ganar, papá, sí va a ganar… Te lo digo yo.»
Fue justo entonces cuando encontré el motivo para transcribir estos párrafos, cuando deseé con todas mis fuerzas abandonar la tierra de las casualidades y encontrarme donde actualmente estoy, tratando de encontrar el camino del destino. Pero antes, vayamos al fútbol, que es lo que nos concierne…
Esta misma noche, a eso de las 21:45, volverá a rodar el balón en el Estadio de Vallecas. En el verde, once hombres defenderán el escudo de un barrio que, paradójicamente, se siente representado por quienes habrán de luchar contra sus intereses. En frente, estará un CF Fuenlabrada repleto de ex jugadores e hinchas de La Franja, desde José Ramón Sandoval hasta Pablo Clavería, pasando por Hugo Fraile o el propio Sekou Gassama.
El conjunto fuenlabreño arrancó imparable la competición, por lo que se ganó, durante buena parte de la temporada, un puesto entre los candidatos al ascenso directo. Sin embargo, una sucesión de resultados adversos alejaron a los azulones de esas posiciones y desembocaron en la destitución de Mere Hermoso como técnico del conjunto fuenlabreño. En ese momento, el de Humanes tomó las riendas del banquillo.
Los visitantes se caracterizan por ser un equipo perfectamente armado, pero al mismo férreo a nivel táctico y ofensivo. De hecho, únicamente cuatro equipos han encajado menos goles que el Fuenlabrada (33): Cádiz (30), Sporting (30), Málaga (30) y Almería (32). Cabe decir que, pese a los evidentes y graves errores defensivos del Rayo Vallecano, los de Paco Jémez comparten con sus vecinos esa misma cifra de tantos en contra.
Así pues, se prevé un choque en el que los locales manejarán el ritmo del encuentro a partir de la posesión y tratarán de dificultar la creación de juego de sus rivales a partir de una línea de presión adelantada. Para ello, deberán aprender de lo sucedido en Cádiz y reforzar la espalda de los laterales con unas coberturas más efectivas de la pareja de centrales. De cara a gol, poco se puede mejorar respecto a lo sucedido en tierras gaditanas más allá de la definición.
No sé si ganaremos, y tiendo a no creer en premoniciones, pero esta vez es diferente. Horas más tarde, todavía me desvelo recordando aquellas palabras que tomé como una indemostrable evidencia: «sí va a ganar, papá, sí va a ganar… Te lo digo yo. Y el Rayo va a subir a Primera». No creo en lo preestablecido, ni viajo al pasado, aunque si lo hiciera tampoco lo diría… No vivo en más películas que la de la propia realidad, ni tengo sueños premonitorios, ni vivo en 1981, pero, pese a todo ello, algo dentro de mí se esfuerza por convertir esa casualidad en una evidencia del destino. Al fin y al cabo, ¿qué es el Rayo sino una irracional dosis de esperanza?
Bajas: Alberto, Pozo, Montiel, Bebé y Ulloa.