Al más puro estilo Magritte y su «ceci n´est pas une pipe», podría afirmarse con rotundidad: «esto no es una crónica». Y lo cierto es que no lo es por diversos motivos, pero, principalmente, por uno de ellos.
Esto no es una crónica porque el objetivo del escrito dista mucho de la intención de reconstruir lo que ha sido un choque histórico, o de alabar la grandeza y el mérito que, indudablemente, poseen las mujeres que han logrado la gesta de igualar, en su estadio, a un subcampeón de Europa. No lo es porque reducir los halagos a noventa y ocho minutos se me antoja, sencillamente, escaso.
Que este Rayo Vallecano lo deje todo en el césped por el escudo, no es noticia. Tampoco lo es que el aficionado – tanto el de dentro como el de fuera – sienta orgullo al ver cómo once hinchas portan la camiseta que ellos matarían por vestir, porque saben que siempre, sin excepción, será defendida como si ellos mismos la llevasen.
La sección más laureada de la historia del club volvió esta mañana a su hogar, el que por méritos deportivos, extradeportivos e históricos le corresponde, el Estadio de Vallecas. Años de lucha e insistencia, al fin, tuvieron su recompensa. Sin embargo, la compleja situación que atraviesa el club en el ámbito social-institucional llevó a buena parte de la afición a tomar una dura decisión que, a mi juicio, pudo ser errónea.
Duele ver cómo lo que debía haber sido una auténtica fiesta del fútbol ha quedado reducido a alrededor de un millar de espectadores, y seguro estoy de que más dolerá, si cabe, a aquellos que han sentido necesario apoyar a las suyas desde el exterior de los muros del recinto. Por suerte, la vida – o en este caso el nuevo convenio – nos brindará a todos una nueva oportunidad de recibir a este equipo, en su casa, como realmente se merece.
Pese a todo, este grupo es único, irrepetible e inimitable, y hoy se ha vuelto a demostrar. Con sus armas, han dejado en jaque al mejor equipo en el ámbito nacional y, cómo no, a una potencia futbolística a nivel europeo. La perfecta unión entre coraje y solidaridad han derivado de forma homogénea en un cóctel donde puede catarse el matiz de una imperial Pilar García, la magia de Paula Fernández o el muro de Patricia Larqué, pero es el bloque, la mezcla, lo que lo convierte en lo que es: el orgullo de todo un barrio.
La grandeza, por suerte, es tan inmensa que no cabe otorgarla en noventa y ocho minutos. Es por ello por lo que ceci n´est pas une chronique, sino un testimonio de alguien que no conoce la forma de agradecer a este grupo de futbolistas y, ante todo, personas, lo mucho que durante años han representado y representan para su humilde equipo de fútbol.
Hay futbolistas que maravillan con su juego, y futbolistas cuyo juego absorbe las palabras. A la vista está que palabras existen, pero puede garantizarse que ninguna de ellas está a la altura de este equipo. En Vallecas, por suerte, todas son ambos tipos de futbolistas.