Tras sellar su nombre en el recuerdo de la cantera franjirroja, Ángel Dongil se despide del Rayo Vallecano.
Han pasado más de tres años desde que el rayismo volvió a ver la luz tras un breve trance de oscuridad. Más de tres años desde que se puso fin a uno de los más ilusionantes filiales de la Franja. Más de tres años de las paradas de «Chino», de los cortes de Pipe y Hermoso, de aquel «Mariazo», de las exhibiciones de Jean Jules, de las arrancadas de «Rulo» o Carrasco y de los goles de Bolaños, Benito y Sergio Moreno. Más de tres años desde que nos dijeran adiós Luis Cembranos y aquella generación que nos hizo soñar en Ejea.
Comenzaba entonces un teórico período de transición, de más agrios que dulces, de más bajos que altos, de más sombras que luces… Parecía sencillamente imposible suplir el vacío que quedaba en aquel banquillo. Sin embargo, un nombre comenzó a sonar con fuerza. Un nombre de la casa, que había dado forma al último gran Juvenil de la entidad franjirroja. Un nombre ilusionante, joven, comprometido, profesional y, quizá lo más importante, rayista hasta la médula.
El 21 de mayo de 2019 se confirmó la noticia: Ángel Dongil era el nuevo entrenador del Rayo Vallecano B, y con él, volvía la esperanza a la Ciudad Deportiva. Desde entonces, tres temporadas muy difíciles ―especialmente esta última―, marcadas por una pandemia, el caso omiso a muchas de sus peticiones y la imposibilidad de la dirección deportiva de mantener a muchas de las piezas importantes del equipo. Y a pesar de todo ello, otro playoff para la historia del filial.
Y si lo deportivo no ocupa más espacio en este texto no es por merecimiento ―basta con haberse acercado a cualquier entrenamiento para dar fe de la pasión y el trabajo que hay detrás de ese cuerpo técnico―, sino porque hay veces en las que el fútbol es mucho más que fútbol. Si no lo fuese, el legado de quienes lo forman estaría dictado exclusivamente por sus resultados, y jugadores como Saúl, Miku o Kakuta serían leyendas del club. Pero en Vallecas, por fortuna, no basta con ser bueno para ser recordado.
Ángel lo es, y mucho, pero me resulta inconcebible que el recuerdo de Dongil quede anclado en los límites del área técnica, porque más allá de ser un gran entrenador, es una magnífica persona, un incomparable representante de nuestros valores y un enorme rayista. El vacío que queda en el banquillo del Campo 4 de la Ciudad Deportiva es aún más grande que el que tapó nada más sentarse en él.
Por todo ello, no queda más que agradecer todo lo que Ángel ha dado al club, desde benjamines hasta el filial, pasando por alevines, infantiles y juveniles. Durante todos esos años, el aficionado franjirrojo ha sabido que al menos uno de los suyos formaba parte de una institución cada vez más alejada de su gente, y eso, para cualquier rayista, es sencillamente impagable. Porque el Rayo sin el rayismo no es nada, y eso Ángel lo sabía a la perfección.
Escribe en un poema Warsan Shire, refugiada somalí: «Nadie abandona su hogar, / a menos que su hogar sea la boca de un tiburón […]». Ha llegado el momento de decirle adiós a un rayista de cuna, al que ojalá algún día podamos disfrutar de nuevo. Hoy se despide de la Ciudad Deportiva Ángel Dongil, pero Vallecas ―y el Rayo― tendrá su pequeño jardín allá donde él se encuentre.