Hoy el Rayo Vallecano vuelve a la competición más bonita del fútbol español: la Copa. Se enfrentará, a partir de las 19:00, al CD Teruel.
Permitidme ser un niño mientras los golpes no me obliguen a dejar de serlo. Permitidme creer en fantasías, imposibles e improbables. Permitidme sentirme compañero de Crock y Josef K, enemigo de Batman y periodista. Permitidme correr con Indiana delante de una bola gigante, perder el interés por costumbre y preferir los macarrones al cocido… Permitidme soñar. Vuelve la Copa del Rey.
Hay fotos que demuestran que mi primera identificación con un equipo de fútbol llegó antes que mi primera palabra. Mi padre y mi tío decidieron que era un buen momento para sumar un madridista más a la familia, así que diría que mi primera prenda más allá del hospital fue un gorro del Real Madrid. Aquella fiebre me duró lo que dura un día sin barbaridades de Isabel Ayuso, aunque debo confesar que, por ellos, me alegra que ganen los blancos.
Lo de vencer siempre no terminaba de convencerme, así que decidí subirme al otro barco de la familia: el Atlético de Madrid. Eso sí, la admiración por Zidane y la impresión infantil por las gambetas de Michael Owen eran innegociables. En aquella época descubrí a mi segundo ídolo de la infancia: Fernando Torres. Paradójicamente, el primero llegaría después.
En mi defensa debo decir que para mí la Segunda B, de ser algo, era la posibilidad de que existiesen dos letras b en el abecedario. Hasta que descubrí la verdad. Cuando mi padre me llevó al estadio por primera vez ignoraba las consecuencias de sus acciones. Un partido infumable, tétrico, que acabó a gafas, pero en el que se encendió una llama.
Debía tener unos cinco años por aquel entonces. El Santa Inés andaba navegando por la Segunda B, aunque yo probablemente ni lo supiese. Lo que sí recuerdo es que mientras seguía usando un taburete para llegar a lavarme las manos, la gente ya me preguntaba por qué llevaba una abeja en mi camiseta. Evidentemente, no sabía la respuesta correcta.
Mi vinculación definitiva al club se haría esperar un par de años más. Aquel gol de Pachón motivó a mi padre a abrirme definitivamente las puertas de uno de los amores más sinceros de mi vida, un sentimiento que entrego desde hace casi tres lustros sin esperar nada a cambio. Y así te conocí, Rayo Vallecano.
En estos tiempos difíciles me planteo hasta qué punto me compensa sufrir lo que sufro por este club para las alegrías que él me da. La conclusión es simple: no me compensa en absoluto. Sin embargo, el amor por la Franja no es cuestión de compensaciones, sino casi más una tortura. Pero, queridos lectores, es la tortura más bonita del mundo.
Cuando el Rayo me atravesó el corazón, ignoraba que me hacía de un equipo que jamás ganaría nada, y os mentiría si dijese que me da igual. Ser rayista te enseña a querer a tu equipo por encima de jugadores, resultados y, por supuesto, títulos, pero aunque uno se vaya acostumbrando a ello, ¿quién no quiere ganar algo, aunque sea una sola vez?
Hoy vuelve la competición más bonita del fútbol español, y la Franja se enfrenta al CD Teruel. Podría haber hablado sobre los aragoneses o sobre el propio Rayo, pero permitidme que lo haga a mi manera. Permitidme estar impaciente, permitidme ilusionarme, permitidme gritar de emoción, permitidme llorar de pena, permitidme ganar algún día, y pasar de ronda, y volver a eliminar al Betis, y al Athletic… Permitidme soñar, una vez más, con levantar esa copa que jamás levantaremos.