A las 18:15 arrancará el duelo correspondiente a la jornada 28 de LaLiga Smartbank que enfrentará, en el Estadio de Gran Canaria, a Rayo Vallecano y UD Las Palmas.
Nunca me ha convencido aquello de que una imagen vale más que mil palabras. ¿Cómo se puede plasmar la fugacidad con la que dos peces de hielo simbolizan lo nuestro en un Whiskey on the rocks? ¿Cómo unas sábanas frías pueden en una instantánea convertirse en una agobiante antología? Sencillamente, no es posible.
Del mismo modo, las palabras tampoco valen más que una imagen. Ni juntando cien manuales de historia del siglo XX se logrará mostrar la brutalidad de la Segunda Guerra Mundial como lo hace una simple prenda roja en dos planos de La lista de Schindler. Lo perceptible en un simple vistazo, por breve, accesible o sencillo, tiende a captar más atención que la que unos párrafos, por buenos que sean, son capaces de crear. En ocasiones, las palabras se las lleva el viento; y a veces ―sólo a veces― una imagen vale más que según qué palabras.
Haciendo un ejercicio de auto-reflexión he intentado rescatar alguna de las memorias franjirrojas ahogadas en el pozo de mis recuerdos. Ninguna de ellas es capaz de definir, ni tan siquiera de perfil, lo que supone para mí ser del Rayo Vallecano. No hay imagen alguna que esté a la altura de este sentimiento.
Aquellos inconscientes que acostumbren a leer mis textos sabrán que llevo tres años tratando de relacionar la noble profesión del rayismo con otras artes del mundo, unas veces con más éxito que otras. Sin embargo, hay ocasiones en las que, sencillamente, me limito a tratar de transmitir lo que un gol, un partido o un rival aportan al océano que nutre de agua mi vida. La UD Las Palmas es una fibra más de la franja que me atraviesa por dentro, pero no estamos aquí por ello.
En resumidas cuentas, durante estas tres largas temporadas en la trinchera de la información rayista sólo me he tomado descansos en mi labor de interconexión de campos con el pretexto de mostrar, con palabras, lo que el minúsculo trozo de tela bordado que conocemos como escudo del Rayo ha supuesto en mi vida. Créanme que lo he intentado, pero jamás me he sentido satisfecho con ninguno de esos intentos.
He hablado de identidad de barrio, de clase, de orgullo, de unidad, de solidaridad, de diferenciación, de juventud, de niñez, de identificación… Pero nunca ha sido suficiente. Hay sentimientos que únicamente son asimilables para aquel que se erige como su legítimo portador, y esos sentimientos, por mucho que me esfuerce en demostrar lo contrario, son indescriptibles e incomprensibles a ojos ajenos.
Mi oficio como redactor sería infinitamente más sencillo si me limitase a lo que la propia historia de la redacción periodística deportiva exige. Bastaría con cometer el menor número posible de faltas de ortografía y elegir qué dato incluir en primer, segundo y tercer lugar. Algo similar a lo siguiente: El Rayo Vallecano visita Las Palmas de Gran Canaria tras acumular cuatro partidos consecutivos sin lograr la victoria. La UD Las Palmas, por su parte, volverá a su estadio después de caer en Castalia por cuatro goles a cero y sumar así su cuarta derrota en cinco encuentros. Los de Andoni Iraola, eso sí, permanecen en la sexta plaza, siete puntos y posiciones por encima del conjunto canario.
Una foto editada, un posible once, alguna que otra declaración que irremediablemente recuerde a la de cualquier otra rueda de prensa de los últimos diez años, las bajas, y con esto y un bizcocho, hasta mañana a las seis.
Sin embargo, siento la obligación de alejarme de todo ello. Limitar una previa a datos futbolísticos es cortarle las alas a las palabras y anclar el fútbol a lo meramente deportivo. Hablar en exclusiva de trayectorias, goles o jugadores es obviar la esencia de un deporte capaz de mover el mundo más allá de su valor mercantil, de unir, de convertir algo tan aparentemente simple como un balón en algo tan complejo como el mayor lenguaje a nivel mundial. Es alejarlo del arte.
El egocentrismo que inevitablemente se erige sobre mi condición humana me lleva a imponer un modelo de previa en el que el verde no es lo más importante. La verdadera magia de todo esto reside precisamente en la irrelevancia de los datos. Que la UD Las Palmas sea el segundo equipo más goleado de la categoría o que juegue Jesé de titular es completamente irrelevante en el momento en que el colegiado pita y se activa el aura del ambiente futbolero.
De hecho, el propio partido es incluso menos relevante de lo que podemos llegar a pensar. El gol de Iniesta es lo que es por su significado, por su emotividad… Por ser el gol que un país masacrado por la historia llevaba intentando marcar durante décadas. Sin sentimiento externo al césped, aquel tanto no habría sido lo que fue.
Diría que me he rendido ante la imposibilidad de expresar con claridad y plenitud lo que siento por el Rayo. Sólo sé que se me eriza la piel cada vez que mi subconsciente entona la vida pirata en la fuente de la Asamblea, que un día catastrófico no lo es tanto si «mañana juega el Rayo» y que una derrota no destruye al pensar que es sólo un partido menos para volver a intentarlo.
Una noche en la que marearé mis sábanas como un niño en la víspera de Reyes, en la que me daré de bruces con el sueño tratando de esquivar la vigilia, en la que estaré cautivo en la cárcel de mis pensamientos, en la que seré esclavo de mi nerviosismo… Una noche más en la que no pasa el tiempo. Una noche pensando en Las Palmas.
Porque aprendimos desde niños a no rendirnos nunca y levantarnos tras la caída. Porque nunca hubo tempestad capaz de hundir este barco. Porque somos obreros, de barrio y de calle, y porque nadie podrá cambiarnos. Porque ninguna previa de mil palabras podrá definir esta locura. Porque ninguna imagen reflejará toda esta pasión… Porque somos el Rayo, aunque no podamos explicarlo.