El insulto no debería tener cabida en el fútbol y aun menos en el fútbol formativo. Por desgracia, es algo cada vez más frecuente en los campos
Este iba a ser un texto en el que quería hablar sobre un tema bastante desagradable, que afecta al fútbol base. Pero, finalmente, creo que es necesario también hacerlo extensible al fútbol profesional. El tema en cuestión no es otro, que las faltas de respeto constantes que sufren los deportistas , especialmente los entrenadores, ya sean de elite o de fútbol base. Empezaré con los primeros.
Está claro que el fútbol es la válvula de escape perfecta para desahogarse y evadirse de problemas cotidianos, tales como el trabajo, la familia o los estudios. Pero esto no debe servir de excusa para que esa gente se convierta en auténticos energúmenos, ya sea en redes sociales o en un estadio de fútbol. Y es que hay gente que estuvo ayer en Mallorca que, sintió auténtica vergüenza ajena escuchando todo tipo de improperios hacia nuestro equipo, por parte de algunos elementos que dicen ser rayistas. Si esto es en un estadio, imaginen qué no harán escondidos en el anonimato de una red social detrás de un teclado. Habría que hacer un ejercicio de reflexión importante y pensar si con este comportamiento ayudamos en algo a los profesionales que trabajan por y para el Rayo Vallecano. Piensen por un momento si harían mejor su propio trabajo con gente increpando cada movimiento que hacen durante su jornada laboral. Aquí no me vale eso de tirar balones fuera diciendo que ellos son deportistas de élite y nosotros solo curritos que si no hacemos bien nuestro trabajo, vamos a la calle. Efectivamente, ellos son deportistas de élite y entre algunas comillas, gente privilegiada, pero nosotros no tenemos que competir entre semana con 20/25 compañeros y el fin de semana frente a 11 rivales, que quieren hacer mejor su trabajo que tú.
Es obvio que todos tenemos a un entrenador dentro y vemos el fútbol desde diferentes prismas y con mayor o menor pasión, pero creo necesario tener mayor empatía con los nuestros y tratar de hacer bueno todos esos valores de los que nos sentimos orgullosos. Seamos esa afición diferente que tanto proclamamos y que las palabras se conviertan en hechos. No olvidemos que por mucho dinero que ganen y por muy trabajadores privilegiados que nos puedan parecer, detrás de cada profesional del fútbol hay una persona, con esos mismos problemas cotidianos que tú o yo podemos tener.
Bajemos un peldaño y quedémonos en el fútbol base. Por desgracia, empiezan a normalizarse también las faltas de respeto constantes, siendo el auténtico centro de la diana el entrenador o cuerpo técnico de turno. Como mi Manolito no juega lo que yo creo que tiene que jugar, me enfado y lo pago con el entrenador porque es un cabrón al no ver que mi nene tiene cosas de CR7 con sus recién cumplidos 10, 12 o 16 años. Señor papá, seguramente lo único que tiene tu Manolito parecido a CR7 es el valor de las botas que le has comprado, que, además, no son ni de lejos las más apropiadas para jugar en la superficie en la que los equipos juegan sus partidos. Pero claro, en Instagram no lucen igual de bien las míticas Marco que las Nike Air Zoom 5.0 con cámara hiperbárica protectora de tobillos y refuerzo anti juanetes en el interior.
Todos los que somos padres nos hemos dejado llevar por la pasión con nuestros niños alguna vez, y sus alguien dice que no, miente como un bellaco. Esto no es negativo, siempre que sea de un modo sano y no cruces la delgada linea roja que separa el hecho de ser un papá pasional con ser un papá hooligan. Este último grupo es tan peligroso como nocivo en el fútbol base y, por desgracia, cada vez son más en los campos de fútbol. Si ya de por sí no es nada fácil la labor del entrenador, si le añadimos el tener que cargar con la mochila que suponen estos papás hooligans, es totalmente insoportable. Que no se nos olvide que, estos entrenadores están formando a estos niños no solo deportivamente, sino también en valores como personas. Es gente que, al final, pasa a diario prácticamente el mismo tiempo que la propia familia con estos niños. La labor de estos formadores y los profesores en colegios e institutos es un apoyo importantísimo en el crecimiento personal de estos pequeños (y no tan pequeños) de cara a su futuro no tan lejano. ¿Imaginan a estos papás hooligans llamando cabrón al profesor de matemáticas por suspender a su Manolito por enésima vez? Tal vez los haya, pero seguro que no son tan pasionales como lo serían con el míster, porque esta semana su nene ha jugado 10 minutos y el sábado pasado no estuvo convocado. En una balanza de coherencia, debería pesar más que mi niño sepa que Pitágoras no es un jugador de Olympiacos, a que sea titular indiscutible en su equipo.
Habrá quien me diga que estos papás hooligans han existido y existirán siempre, y no les falta razón en esta afirmación, pero su comportamiento comienza a cruzar ciertos límites de mala educación, que roza lo surrealista. Y es que se ha pasado de la crítica y el enfado, al insulto grave e incluso a las amenazas con interponer denuncias a estos entrenadores, por el mero hecho de que Manolito no juega. Es difícil de creer esto último, pero puedo asegurar que, por desgracia, no se trata de un caso aislado y ya son varias situaciones las que se han dado en ese sentido. Se está alcanzando tal grado de historia/locura colectiva, que los clubes deberían empezar a cortar de raíz estos hechos, poniendo todos los medios con los que cuenten. Y los padres en cuestión deberían plantearse si realmente les compensa sufrir tanto por algo que debería ser una «extraescolar» (como dice un buen amigo) de sus hijos. Recordemos que por cosas así surgen las úlceras y eso es más doloroso que ver a Manolito en el banquillo. Porque además, Manolito se da cuenta de todo esto y puede localizarlo sintiendo una vergüenza terrible de ver a su papá comportándose así o, bien, tomando la misma actitud que él, lo cual es bastante más jodido o preocupante.
Ojalá estas líneas sirvan de reflexión para todo aquel que tiene en casa un/a mini futbolista en casa y piense si se está comportando correctamente o, tal vez, debería cambiar el chip y tratar con el respeto que merecen esos entrenadores, a los que en muchas ocasiones doblan la edad y, que no se nos olvide, tienen familia y van a sus partidos. Esto conviene recordarlo, porque igual estás llamando hijo de puta a un tipo y tienes a su madre a escasos metros de tí.
Si tan solo un papá hooligan cambiase su actitud tras leer este artículo, daré por bueno el tiempo empleado en compartir estas reflexiones por aquí. También habrá quien se sienta identificado con esto y a buen seguro se enfadará, pensando que tiene la razón y que hablo desde el desconocimiento. Pues papá, ya tienes dos problemas: enfadarte y que se te pase.
En definitiva, pongamos cierta coherencia en este bonito deporte y vamos a desterrar los insultos y las faltas de respeto, independienteme de si te llamas Francisco, Trejo, Óscar, Valentín o eres Peláez, entrenador del Cadete J del Rayo Vallecano.