Hoy es un día muy jodido para los que amamos esa franja, pero a la vez es un día para estar tremendamente orgullosos de nuestra agrupación
Después de todo lo vivido en el día de ayer, hoy necesitaba dar un paseo por el barrio y recuperar mi banquito al sol en el que reflexionar sobre todo lo ocurrido. Al tratarse de un día festivo, he tenido la suerte de compartir banco y reflexiones con varios de los habituales protagonistas del improvisado sanedrín rayista que formábamos cada lunes o martes -en función del capricho de Tebas- una vez finalizada la jornada liguera. Evidentemente, hoy la ironía, la sorna y el cabronismo habitual de un servidor están totalmente fuera de lugar.
Debo reconocer que hoy no me apetecía compartir amarguras a mí solo, del mismo modo que ayer me apetecía compartir vivencias con los míos, con la familia rayista, con la misma que llevo haciéndolo durante años y con la misma que lo haré la próxima temporada o probablemente incluso antes.
Cuando uno lleva más de 30 años siguiendo a un equipo que pierde más que gana, cree estar curado de espanto, tener cierto callo en el corazón y una coraza que le protege de amarguras, derrotas o descensos. Pero nada más lejos de la realidad, este descenso me sigue doliendo igual que me dolieron las promociones ante Mallorca o Compostela, me hace el mismo daño que me hizo ver a un equipo que había liderado la Primera División y paseado el nombre del Rayo Vallecano por Europa, caer sin remisión al pozo de la Segunda División B.
Ayer fue un día jodido porque el choque de sentimientos era brutal, por un lado estaba el orgullo y la dignidad de ver a una afición que despedía a su equipo jaleado entre aplausos y cánticos, sin hacer un solo reproche a nadie por no haber cumplido el objetivo de permanecer un año más en Primera y, por otro lado está el sentimiento de pena y dolor. Pena por ver como después de cinco años en Primera División, mi equipo no ha crecido ni un ápice, por ver como sigue siendo el club tercermundista que no es capaz siquiera de movilizar a sus fieles más allá del Puente de Vallecas, un club que olvida el señorío que muestran sus aficionados y en la figura de su presidente denuncia ante la prensa cosas raras en otros partidos, minutos después de haber descendido a Segunda División y sin dejar lugar para la autocrítica, tan necesaria en su caso, en el caso del Rayo Vallecano, club que no solo preside, sino que dirige con el 97% del accionariado.
Y dolor, mucho dolor, al ver la cara de nuestros pequeños rayistas en la grada, por ver sus lágrimas al comprobar que su equipo el año que viene no estará en los álbumes de cromos, que ya no pelearán en desigualdad ante los grandes equipos y jugadores de la Liga. Dolor porque no fui capaz de explicar a mi propia hija el porqué de lo jodido que estaba su padre si habíamos ganado el partido. Ahora a es cuando les toca ir al colegio con su camiseta franjirroja, con la cabeza bien alta y decir bien orgullosos que son del Rayo Vallecano, en Primera en Segunda o donde esté, porque ellos del Rayo Vallecano nacieron y no se hicieron.
Dolor por ver esas mismas lágrimas en la cara de Joni y de Pablo Clavería, que también son nuestros «niños» rayistas y que tienen el orgullo y la suerte de defender esa franja cada fin de semana. Esas lágrimas de ayer, algún día serán lágrimas de alegría si los que mandan en los despachos y en lo deportivo se lo permiten. Porque hay que aprender de los errores y quizás uno de los grandes haya sido dejar sin referentes rayistas -salvo contada excepción- a ese vestuario, porque cuando vienen mal dadas y ni la cabeza ni las piernas van, a veces, lo que tira para adelante es el corazón y, de eso los anteriormente citados -y algunos más- van sobrados.
Para unos y otros, lo que sucedió en la tarde de ayer fue una lección de rayismo y seguro que en el futuro les hará más fuertes y querer aún más a nuestro equipo. Porque a veces la franja duele y duele mucho.
No me da miedo lo que venga ni la división en la que estemos, porque sé que el rayismo siempre se levanta después de cada golpe recibido, porque cada bofetada recibida nos ha hecho más fuertes. No me importa nada jugar en Segunda División e incluso no me importa nada que no logremos subir a Primera ni el primer año ni el segundo o sucesivos, porque como los buenos amantes, estaremos en el mismo lugar donde nos abandonó, esperando su retorno.
Gracias a todos los que pelean cada día por la franja, porque sin ellos este club no tiene sentido, porque sin ese sentimiento de pertenencia del que hablaba hace poco mi amigo Jesús Villaverde, el Rayo Vallecano no sería ni la sombra de lo que es. Nuestra grandeza jamás serán los títulos que ganemos, de hecho es todo lo contrario, nuestro mayor título es la grandeza de los que amamos a la ADRV.
Alberto Leva