Hay victorias que conllevan muchas connotaciones especiales, al margen de los tres puntos conseguidos
Siempre he pensado que el fútbol es ese puzzle de miles de piezas en el que tiene cabida conceptos como el esfuerzo, el trabajo, las frustraciones, las alegrías e incluso la suerte. Esta última puede tener incidencia la mala y la buena, pero es un concepto que, a la larga, tiene menos influencia y peso que, por ejemplo, el trabajo y el esfuerzo.
Para mí, una gran pieza de ese fútbol y, en ocasiones bastante infravalorada, es la fe o el creer. En solo cinco letras, las que tiene el verbo creer, podemos encontrar infinitos ejemplos aplicables al deporte del balón redondo. Y es que ahora que se habla tanto de salud mental, es importantísimo que el futbolista nunca deje de creer. Desde creer en sus posibilidades y en su talento, hasta creer que está rodeado de los mejores compañeros posibles. Creer en su cuerpo técnico y en sus decisiones, aunque no siempre se esté de acuerdo o se entiendan (hay innumerables ejemplos de grandes futbolistas que, tras dar sus primeros pasos en los banquillos, han reconocido lo injustos que han sido con sus técnicos). Creer que lo imposible puede hacerse posible, que esto es un deporte de 11 contra 11 y no siempre gana el que, a priori, es favorito. Cuando las fuerzas parecen no acompañar, creer en ese último esfuerzo o en esa última carrera, ayuda a darlo todo y a dejarse hasta el ultimo aliento, porque puede ser que de ese esfuerzo final, llegue la recompensa.
Sirva todo lo anterior como preámbulo para contarles la victoria del Cadete A del Rayo Vallecano el pasado sábado. Y es que, el equipo se llevó un partido sobre la mismísima bocina y no lo hicieron, precisamente, por practicar un fútbol de alta escuela en los últimos minutos y sí por la fe en querer lograrlo. Los de Alberto Madrid tardaron en abrir la lata, algo de lo que ya hemos sido testigos en más de una ocasión, teniendo que generar mucho para poder obtener el premio del gol. En la segunda parte el equipo se empeñó en homenajear a nuestro Miguelito y se echó a dormir, aprovechando el rival para empatar el partido. Con siete minutos por delante y el equipo algo grogui, estaba claro que sí llegaba el tanto de la victoria, iba a entrar en juego esa fe de la que hablaba, por encima de cualquier variación táctica o acción individual. Era el momento de creer, de dar un paso adelante como bloque y pensar que los tres puntos merecían quedarse en la City, porque a pesar de ese momento de apagón colectivo, nuestros chavales habían sido superiores a su rival. Pero, al contrario, del boxeo, esto no se gana a los puntos, sino que tienes que noquear a tu rival para que bese la lona. Y aquí surge otra de esas acepciones del verbo creer, cuando lo haces en algo que no ves ni puedes tocar, que aparentemente no es perceptible para los sentidos, cuando entran en juego las sensaciones. Cuando iba a comenzar la segunda parte me acerqué a Espinosa y le dije que esperaba su gol, que le tocaba marcar ese día. Poco después, nos íbamos de camino a la portería en la que iba a atacar el Rayo y el gran Jona comentaba que íbamos a ser talismanes y que esa sería la portería de los goles (del fondo de la misma recogió el balón el guardameta rojiblanco hasta en dos ocasiones).
Volviendo al gol de la victoria, la jugada fue un córner que sacó Ros en corto y rápido para Adri, que unos minutos antes había puesto un balón flojete en un córner. En esta ocasión, Adri sabía que tenía en sus botas la posibilidad de servir el balón del triunfo a un compañero y lo puso con música al área pequeña. ¿Y quién entraba al remate casi al segundo palo en ese área pequeña? Sí, Sergio Espinosa, que entraba con todo y metía la cabeza como un auténtico cohete para hacer el gol de la victoria, ese gol que ya en el descanso hablábamos él y yo. Se cumplía esa doble profecía del descanso: había marcado Espinosa y lo había hecho en la portería de los goles.
Permítanme que le dé una vuelta de rosca más a esto de las creencias. Resulta que si esa es la portería de los goles, el saque de esquina se botó desde el córner de Juanpe, puesto que a esa altura, más o menos, era desde donde veía los partidos nuestro querido Juanpe. Curiosamente, muy cerca de ese córner, hay una red de la que cuelga un crespón negro en memoria de Juanpe. Demasiadas coincidencias, ¿Verdad? Pues hay una última que refuerza aun más mi creencia en esa ayuda divina o esa manita que nos hacía falta para llevarnos el partido (o como quieran catalogarla). Ese crespón negro lo colocó ahí, tras el fallecimiento de Juanpe, Sergio Espinosa, jugador del Cadete A y autor del gol de la victoria de su equipo el pasado sábado.
¿Casualidad? En un fútbol tan mercantilizado y con tantísimos intereses, cada vez desdeas temprana edad los/as futbolistas, llámenme loco, pero yo prefiero creer. Creer que hay alguien que sigue velando por sus niños, creer que sus niños no le olvidan y creer que ese legado perdurará contra viento y marea.
Gracias, Espi, porque un gol lo puede meter cualquiera, pero gestos como el tuyo te definen como la enorme persona que eres, a pesar de tu corta edad.