Andrija

Andrija

Jesús Villaverde Sánchez / Matagigantes

Ayer conocí el fallecimiento de Andrija Delibasic por un emotivo tweet de la cuenta oficial del Hércules de Alicante y me invadió la pena. Con Andrija se marcha una parte de ese fútbol que tanto adoré en los 2000. Ese fútbol que ya no existe, por mucho que nos duela reconocerlo. Precisamente, la primera vez que conocí, de manera completamente consciente, a Delibasic fue en un partido del Rayo Vallecano contra el Hércules que se disputó un 17 de enero de 2010 en Vallecas.

El Hércules llegaba como líder de la Segunda División, mientras que el Rayo marchaba en quinta posición, a diez puntos de los alicantinos y a solo tres de los puestos de ascenso que delimitaba el Numancia. Aquel partido fue una auténtica obra de Arte. Primero, el Hércules se puso con 0-2 para que, posteriormente, en once minutos locos, el Rayo voltearía con un Aganzo estelar para colocar un 3-2 aparentemente definitivo. Nada de eso: el Hércules volvería a colocar el empate y, a escasos minutos del final, un tal Andrija Delibasic completaría un partido excelso anotando el 3-4 en el marcador tras recoger una mala cesión rayista y sortear con su habitual elegancia atropellada a David Cobeño. La guinda al partido la pondría, minutos más tarde, en el descuento, Coke Andújar, que anotaría el 4-4 definitivo para cerrar un partido que sería digno de colocar en el Museo del Fútbol.

«No, no era el mejor, pero qué cojones le echaba. Por eso le queríamos tanto»

Aquella matinal de domingo yo salí contento por el empate in extremis y maravillado con un jugador del equipo rival. Andrija Delibasic. El montenegrino, que comandó el ascenso herculino junto al rumano Danciulescu (10 goles de este por 9 del ariete balcánico), me sorprendió por su despliegue, su inteligencia felina para colocarse en el lugar exacto que más daño podía infligir a la defensa rival y, sobre todo, por su entrega. “Ojalá este delantero defendiese la camiseta del Rayo en alguna ocasión”, recuerdo que pensé tras ver aquel maravilloso empate entre Hércules y Rayo.

Dicho y hecho.

La ventana de fichajes del verano siguiente cumpliría mi anhelo y daría con Andrija Delibasic vestido de franjirrojo. El montenegrino sería pieza clave en el ascenso rayista de la campaña 2010/11 con siete tantos, de los que recuerdo, particularmente, el 1-2 con el que el Rayo daba la vuelta al marcador en Montilivi ante un Girona al que terminaría venciendo por 1-3 en un partidazo de los de Vallecas. El Rayo ascendió con Delibasic y el atacante permaneció como integrante de la franja, regalando actuaciones destacables como su doblete para meter el miedo al Atlético de Madrid en el Vicente Calderón cuando ganaba 4-0 y terminó pidiendo la hora con un 4-3 que el Rayo anotó en los últimos ocho minutos.

Si uno recuerda a Delibasic, probablemente no recuerde a un delantero técnico (aunque he de reconocer que a mí siempre me pareció un ariete con cierta elegancia en sus maneras). No lo era. Deli no era el mejor. Pero en el Rayo no encajó por su técnica. “Nunca fuimos los mejores, alé, alé”, canta el fondo de Vallecas al que tantas veces se arrojó y se abrazó en sus celebraciones. No, no era el mejor, pero qué cojones le echaba. Por eso le queríamos tanto. Deli encajó porque cada vez que se enfundaba la elástica franjirroja se dejaba el alma sobre el césped para que al Rayo le fuese lo mejor posible. Y porque conectó con la gente a través del trabajo y la amabilidad.

«Todos los que tuvieron la suerte de conocerle hablan auténticas maravillas de él»

Para muestra, una anécdota que guardo con cariño. Yo nunca he sido una persona a la que le haya gustado hacerse fotos con ningún famoso o futbolista. Principalmente porque considero que no debe de ser de agrado para ellos tener que estar aguantando al resto. Casi nunca he interpelado a un futbolista, aunque me haya cruzado con ellos. Tal vez uno de los pocos jugadores del Rayo a los que me haya dirigido en algún momento ha sido Deli. Una mañana estaba haciendo cola para comprar unas entradas de acompañante (imagino que sería la típica promoción de acompañantes para momentos duros que el Rayo acostumbraba a soltar a mitad de temporada) y, entonces, apareció Andrija, que entraba a las inmediaciones del terreno de juego franjirrojo. “Vamos, Deli, que este sábado vamos a ganar”, recuerdo que le dije a Andrija, que, inmediatamente, se giró hacia mí con la mayor de sus sonrisas y me espetó un: “seguro”.

 

Es solo un ejemplo tonto de lo que significaba Delibasic para la hinchada de Vallecas: cercanía, trabajo, humildad, sacrificio y barrio. Todos los que tuvieron la suerte de conocerle hablan auténticas maravillas de él. Un hombre que sí que fue uno de los nuestros. Un capitán sin brazalete. Una figura que convendría recordar con la nostalgia de lo que fuimos. Andrija Delibasic, Deli D. A., el ariete que vestía el número 23 y honraba a todo un país a través de un barrio. El que, ya en sus últimos meses y consciente, quizás, de su destino, no dudó en enfundarse una última vez la camiseta del Rayo en el partido del centenario. Un tipo que merecería un tifo o que volviese a retumbar ese cántico con el que se celebraron sus goles en el Estadio de Vallecas. Un jugador que destrozó al Rayo con su Hércules para, posteriormente, darle mimos con su elástica sobre la piel. Ojalá algún día el club sepa valorar a los suyos como merecen. Mientras tanto, desde mi humilde poltrona, lanzo un grito en honor y gloria de Andrija Delibasic. Que nadie nunca deje que pase al olvido. ¡Deli, Deli! ¡Deli, Deli! 

Que la tierra te sea leve, camarada.