El Rayo se asoma al abismo de Segunda B tras una desastrosa segunda mitad en la que el Valladolid dio la vuelta al tempranero gol de Manucho. Baraja cumple diez partidos con solo dos triunfos.
Caida libre y sin frenos para un Rayo que acumula ya seis partidos sin conocer la victoria. Baraja introdujo cambio en el once inicial tras los dos empates consecutivos en casa frente a Sevilla Atlético y Elche. Pero ni por esas. Tras el enésimo atropello a la afición, por el que Bukaneros fue enviado a Madrid, sin ni siquiera haber podido pisar la grada del estadio de Zorrilla, y sin que el club vallecano hiciese nada en defensa de sus hinchas, como es costumbre, comenzó el encuentro.
Los vallecanos, con Nacho y Amaya en el once titular como principales novedades, se encontraron con un gol casi en la primera jugada. Todavía se tanteaban los equipos cuando André Leao, que falló varios balones clave durante el partido, le ofrecióun regalo de bienvenida a Aguirre, que, desde campo propio, galopó hasta la frontal del área. Su balón tenso y raso lo empujó Manucho en un escorzo que lo terminó llevando a la portería. Milagro. El Rayo se había adelantado en el marcador. Tocaba ver de qué pasta estaba hecho el equipo para defender una situación así. Y lo cierto es que, si hubiese tenido un poco de acierto en la siguiente jugada, el propio Manucho podría haber ampliado la ventaja y matado el partido casi antes de que hubiese visto la luz. Pero respondió el guardameta, que también juega, y el equipo de Baraja puso en práctica ese refrán que habla sobre “nadar y guardar la ropa”.
Se la jugaba la franja al contragolpe. Robaba y salía por bandas, confiando en la rapidez y verticalidad de sus extremos. Buscaban los huecos Embarba y, sobre todo, el incansable Diego Aguirre. Pero el Valladolid, invitado por el Rayo, entró en casa, se puso cómodo e, incluso, le dio tiempo hasta para tomar café. Tuvo que emplearse a fondo Gazzaniga con otras dos intervenciones de mucho mérito en apenas unos minutos. El argentino se lució al repeler a córner, primero, un soberbio cabezazo y, después, un remate a la escuadra de Juan Villar, que sacó en una gran estirada a mano cambiada. Y así murió, lentamente, la primera mitad. Nada más que destacar, salvo en inconmensurable trabajo de Fran Beltrán y Baena, que mantuvieron la medular del Rayo sin fisuras a base de esfuerzo, entrega y trabajo. Una vez más.
El descanso cambió radicalmente el partido. Quizás los jugadores franjirrojos se pensaron que lo de descansar era ya definitivo y así salieron algunos al terreno de juego en la reanudación. Ni rastro de los contragolpes que habían intentado trazar en los primeros cuarenta y cinco minutos. Ni rastro de ganas de hacer un poco de daño. El conjunto de Baraja se limitó a arroparse bajo la manta y esperar que el monstruo se fuese sin acertar las acometidas. Pero, al final, por caótico que parezca, el fútbol se mueve en torno a la lógica. Y el Valladolid acudió tanto a la puerta de Gazzaniga, que terminó por entrar en la habitación, destapar al niño, robar la ventaja y salir de allí sin que nadie le hubiese plantado cara. Avisó el conjunto local con un remate al palo de Villar, anulado por offside. Pero el daño ya estaba hecho y era cuestión de tiempo la remontada. Los visitantes habían dado alas a los locales tras volver del descanso.
Para añadir más leña al fuego, el incomprensible Rubén Baraja decidió que, para ganar, lo mejor era retirar del campo a su mejor hombre, el único que estaba llevando algo de incertidumbre al área rival. De esta forma, el pucelano cumplía su cuota de cambios indescifrables y Diego Aguirre dejaba su carril a Álex Moreno, que unas veces sí y otras menos. El movimiento terminó de cambiar el signo del partido. La sustitución se podría utilizar, perfectamente, para definir el tipo de entrenador que es el Pipo. Uno de esos a los que les da un miedo atroz eso de ganar. Un míster evidentemente incapacitado para sacar adelante esta situación.
Cuatro minutos había tardado en ponerse por delante el Rayo en el marcador, y otros cuatro tardó en arrojar por la borda todo el trabajo. Para no faltar a su cita con el despropósito, la defensa hizo aguas en una buena jugada de Joan Jordán, que filtró un caramelo que Arnaiz no desaprovechó para poner la igualada. Subía el gol al marcador y, quién sabe si el director técnico franjirrojo pensaba en alguna frase coelhiana para explicar otro nuevo empate. Pero no le quedó mucho tiempo paracrear cuando Miku regaló otra de sus “magníficas” boutades, que cristalizaría en el segundo tanto local. El venezolano –sin alma, ni aparentemente muchas ganas de nada– perdió un balón fácil en el centro del campo, hizo falta y se quedó tendido en el suelo como si hubiese recibido un impacto de muerte. La línea defensiva miraba desde la lejanía, como nostálgica, dormida, quizás soñando con tiempos mejores. Y los pucelanos, siempre más listos que los jugadores “de Primera” del Rayo, lanzaron un balón a la espalda que Juan Villar, el más activo de los locales, envió a la red entre las piernas de un Gazzaniga desesperado con sus compañeros.
No quedó mucho más espacio para la reacción. El equipo de Payaso Fofó estaba anestesiado quirúrgicamente y parecía que el Valladolid fuese a dar el golpe de gracia en cualquier jugada. Pero los visitantes todavía guardaban una pequeña reacción (otra vez el arreón del vago, como es costumbre) y llevaron algo de peligro al área morada. Eso sí, no fue la noche de Javi Guerra. Otra vez. El delantero, que había entrado al campo por Miku, dijo esta semana que en Valladolid había vivido su mejor etapa como futbolista. Pero qué lejos está ya ese tiempo, ¿verdad? El malagueño marró dos ocasiones clamorosas delante del arco vallisoletano y corroboró la necesidad de fichar de los de Vallekas antes de que finalice el periodo y no quede espacio para reaccionar.
Concluyó el encuentro, con una nueva derrota que pone los números de Baraja al frente del Rayo en dos victorias, cuatro derrotas y cuatro empates. Un triste balance que, además, ayer culminó con la primera gran reacción de los aficionados desplazados a la grada del José Zorrilla, que despidieron a los suyos al grito de “jugadores, mercenarios”. Mucho ha tardado una afición admirable en clamar frente a lo que consideran una falta de respeto a su historia. Como mucho también tendrá que mejorar el equipo de aquí a final de año para que no estemos hablando en mayo de una nueva caída al infierno. Por ahora, la clasificación no miente: el Rayo Vallecano tiene exactamente los mismos puntos que el año del descenso a Segunda B a estas alturas. Y cuando algo habla por sí solo, lo mejor es callar y reflexionar. Antes de que sea demasiado tarde.
Jesús Villaverde Sánchez