Veintidós años después, el Rayo toma el Camp Nou y vence al Barcelona (0-1) para sellar su permanencia de forma casi definitiva.
Por Jesús Villaverde Sánchez
El Rayo ascendió al Paraíso. Y de la misma forma que Dante encontró allí a Beatriz, el conjunto vallecano se abrazó con su anhelada permanencia. A lo grande. Con ese punto de belleza que solo se puede encontrar en el sufrimiento. En la agonía, incluso, de los minutos finales. Porque, como le decía Carvajal a Alaba en el vestuario del Real Madrid, tras eliminar agónicamente al Chelsea, “para ganar hay que sufrir”. Y vaya si sufrió el equipo de Iraola; más por empuje que por peligro real de los de Xavi, eso sí.
A la franja no le pudo salir mejor el plan. Seis minutos le bastaron para golpear con dureza el rostro anonadado de su rival. El origen fue una jugada colectiva –al técnico culé seguro que le gustó la triangulación rayista en la medular– que Isi Palazón desbarató con un exquisito recorte y envío en profundidad a la carrera de Álvaro García. El extremo de Utrera trituró la retaguardia de Dest en una sola proyección y, tras un buen control, enderechó el balón para batir a Ter Stegen. Lo bueno era que el Rayo se había adelantado en el marcador. Lo peor: lo había hecho demasiado pronto.
Sin embargo, lo que se antojaba como un acoso y derribo culé tras el gol en contra se tradujo en unos minutos en los que el Rayo controlaba con exquisitez los espacios con una serie fantástica de movimientos con y sin balón. Es cierto que no creaba peligro, pero tampoco sufría en absoluto. Solo una jugada embarullada consiguió poner algo de picante en el área de Dimitrievski, aunque el disparo final de Araujo fue demasiado blando y a las manos del normacedonio.
Controlaba el tempo del duelo el Rayo a base de oficio y concentración. Y fue, precisamente, en el momento en que empezó a perder la segunda en algunas entregas, cuando el Barcelona lo empezó a sitiar y a encerrar algo más en sus dominios. Varios errores en la salida franjirroja en la misma acción dieron con el balón en la diestra de Jordi Alba –que no es muy diestra–, que lanzó desviado, por encima de la cruceta. No mucho más tarde, se activó Dembelé. Lo más destacable que hizo el francés fue un centro de rabona que no encontró rematador y que el propio Jordi Alba recogió para enviarlo por encima del larguero. El Barcelona solo conseguía trasladar incertidumbre a base de disparos lejanos, pero el Rayo comenzaba a estar nervioso y algo más desacertado. Un error de Catena, que esperó demasiado la presión de Aubameyang e impactó el despeje contra el atacante, pudo terminar peor y desnudó la presión a la que empezaba a estar sometido Dimitrievski, que despejó de puños cuando, perfectamente, podría haber recogido un balón manso en sus inéditos guantes.
Al filo del descanso llegó la ocasión más clara del Barcelona en los primeros cuarenta y cinco minutos: Gavi estrelló un impecable disparo de interior contra la cruceta de la portería defendida por Dimitrievski. Con el susto en el cuerpo, pero sin haber sufrido apenas, el Rayo alcanzaba el interludio con un botín a atesorar con uñas, dientes y navaja. Por lo civil o por lo vallecano.
Tras la reanudación se esperaba un Barcelona volcado y arrollador; sin embargo, nada más lejos de la realidad, el inicio de la segunda mitad se asemejó a lo que se había visto en el primer tramo del encuentro. Un Barça a todas luces flojo no era capaz de buscarle las cosquillas a un Rayo en el que los mediocentros hacían un trabajo imperial. Lo de Óscar Valentín es una gira de los AC/DC, puro rock and roll sobre el pasto verde. Da igual en qué escenario: el de Ajofrín luce igual sobre un cuco teatro que como cabeza de cartel en el festival más puntero. Su trabajo fue bárbaro, pero el desgaste provocó una molestia que le obligó a salir del terreno de juego en el minuto 65. Iraola quiso dar continuidad a la presión sobre la salida de balón culé sin descuidar su tela de araña defensiva. El de Usurbil puso en el tablero a Sergi Guardiola y Pathé Ciss en las plazas de Nteka y Santi Comesaña, que tenía amarilla.
Justo después de los cambios, el Rayo desaprovechó una transición rápida en una de las pocas acciones en las que se descolgó de su rejilla para buscar la ofensiva definitiva. No obstante, pese a lo que pueda parecer, el Barcelona no terminaba de sitiar. Xavi no dejaba de acumular hombres de ataque sobre la zona de tres cuartos –Memphis Depay, Adama Traoré, Nico, Luuk de Jong…–, pero no ordenaba el ataque, o no sabía como coordinarlo y convencer a sus huestes, que parecían soldados sin bandera, cada uno haciendo su guerra. Solo Memphis culminaba un centro lateral de Adama que dejó pasar Dembelé entre las piernas para que alcanzase al neerlandés. El serbio Maras cumplió con su expediente de forma expeditiva y desbarató la acción lanzándose, sin dudarlo, al barro.
Iraola también buscaba las modificaciones: el técnico rayista dio entrada a un Óscar, Trejo, para dar descanso al otro, Valentín. El movimiento buscaba un pase definitorio en cualquiera de los posibles contragolpes que iban a generar las pérdidas de un rival que necesitaba asediar la muralla franjirroja. Fue a partir de ese instante cuando el Barcelona pareció reaccionar al toque de corneta. No era, ni mucho menos, un vergel de ideas, pero a base de empeño y corazón –mucho más que cabeza, quién diría que era un equipo de Xavi– también se consigue embotellar a un equipo. Eso fue lo que puso sobre el césped el conjunto blaugrana: corazón, arrojo y muchos centros laterales a un área tan cargada de efectivos que hasta Araujo la caminaba como otro delantero más.
La tentativa fue más un espejismo que una realidad. El Rayo resistía a base de valentía, coraje y nobleza. Y quizás la máxima expresión de esas tres palabras fuesen dos acciones defensivas de Isi Palazón. En la primera, para evitar con un cabezazo una jugada muy prometedora de su rival. Y en la segunda para jugarse, literalmente, su integridad y desviar, con otro testarazo, un balón que Luuk de Jong iba a rematar acrobáticamente (lo que provocó una brecha sobre la cabeza rapada del extremo). Entretanto, el Barça y Gavi habían reclamado un penalti de Catena que, si bien lo era, y muy claro, nunca se podría haber pitado por haber señalado el colegiado un fuera de juego previo.
La última estrategia diseñada por Andoni Iraola consistió en introducir a Mario Suárez y a Mario Hernández para colocar un doble lateral y una linea defensiva con cinco centrales y aguantar el bombardeo azulgrana. Absolutamente volcado el Barça, aquella ya era Stalingrado, el Rayo pudo, en cambio, sentenciar el marcador en el minuto 99. Se desplegó el conjunto vallecano como un puñal, raudo y veloz, directo a la aorta culé. El primer toque de Sergi Guardiola, pura delicatessen, habilitó la carrera de Álvaro García. El utrerano era imparable, una bala, cuchillo en mantequilla, pero, en el momento en el que cualquiera hubiese tirado a puerta, el rabillo del ojo le dijo al hábil extremo andaluz que su compañero Pathé Ciss lo acompañaba. You’ll never run alone. El 18 recortó sobre su posición, anulando la marca de su defensor y cedió el balón al senegalés que, con inusitada clase, lo envió, sin estridencias, pero con premura, al poste derecho defendido por Ter Stegen en lo que pudo significar el 0-2 definitivo. Sin embargo, volviendo a hacer buena aquella frase de Carvajal, “para ganar hay que sufrir” y Dimitrievski, primero, con un par de paradas fabulosas, y Catena, después, con un despeje casi sobre la línea, evitaron los goles de Dembelé y su banda.
El Infierno de Dante tiene nueve anillos y decenas de fosos y su Purgatorio es una montaña de siete giros. El Rayo recorrió todos los abismos en esta segunda vuelta hasta que, en el RCDE Stadium, se asomó a la playa del purgatorio. En ese momento todos lo intuimos salvado. La condena no era ya una opción, pero no sabíamos cuánto tiempo iba a tardar en ascender las tres estancias que lo separaban del cielo. El equipo de Vallekas decidió no esperar y apremió a Virgilio. “Date prisa, maestro, quiero descansar y contemplar el abismo”, pareció decirle. Y selló su permanencia en el mejor de los escenarios, el Camp Nou, para convertirse en el unico equipo español que ha conseguido ganarle al Barça sus dos encuentros de esta campaña (solo el Bayern lo había logrado fuera de nuestro futbol). Ya salvado y tranquilo, de ahora en adelante, la expedición franjirroja recorrerá los nueve cielos del Paraíso y podrá disfrutar de esa inmaterialidad etérea que proporciona la felicidad.
Ha costado, hemos sufrido, pero Vallecas nunca dejó de anhelarte; qué alegría verte de nuevo, Beatriz.