El Rayo doblega (3-2) con toda justicia a un Real Madrid al que sometió desde el primer minuto al último. Noche de época en Vallecas con una grada entregada a los suyos.
Jesús Villaverde Sánchez
Coronados de gloria vivamos. O juremos con gloria morir. O también valdría un jo, qué noche, que diría el bueno de Martin Scorsese. El Rayo se merendó al Real Madrid (y a su cohorte cuasi-estatal) en un soberbio ejercicio de personalidad, sublevación y guerrilla. Y con la herramienta del buen fútbol, sin complejos, sin arrugas. No iba a ser fácil. Ni el rival ni el equipo arbitral iban a capitular una derrota madridista sin antes buscarle los tres pies al gato. Ya avisó Martínez Munuera cuando, en el primer minuto, y con una levísima falta en el borde del área, condicionó a Catena con una amarilla que solo se ve cuando media uno de los trasatlánticos ligueros.
La respuesta fue inmediata: una pase de profundidad de Álvaro García sirvió para el pase de la muerte de Fran García a la frontal del área. Allí emergió Santi Comesaña para, de impecable zurdazo, pegar el balón a la cepa del poste de Courtois que, pese a su envergadura, no rozó el esférico. No se conformó el conjunto franjirrojo con el golpe. Tras robo, Óscar Valentín probó suerte, aunque su balón salió alto. El Madrid parecía noqueado. Solo un tiro de Fede Valverde, lejano y desviado, ponían algo de mordiente sobre la meta de un contemplativo Dimitrievski.
Se perdía Vinicius entre provocaciones y miraditas y gestos al público. Al brasileño parece interesarle más la posturita que aquello de jugar al fútbol. El Rayo seguía a lo suyo: presión en la salida, bloque alto y disparos tras recuperación. Los dos extremos, Álvaro e Isi –qué bendición–, probaron a Thibaut, que detuvo y repelió no sin emplearse con dificultad.
Dormido estaba el Madrid cuando –¡sorpresa!– apareció el arbitraje. Inexistente penalti sobre Asensio, que, desde fuera del área, agarraba el brazo de Fran, para el que el VAR empleó algo más de dos minutos solo en avisar a un incompetente colegiado que vivía loco por señalar la pena máxima. Modric lo marcó por el centro, todo clase y calma en la ejecución. Cuatro minutos después, en una jugada que hubiese terminado en falta en ataque para diecisiete equipos, Militao se elevó, remató, sin marca, porque la había derribado, y batió a Dimitrievski para poner un injustísimo1-2 en el electrónico.
Pero el Rayo no sabe de agachar la cabeza. Prácticamente en la siguiente jugada, Álvaro descargó toda la ira de Vallekas contra la portería de Courtois. El utrerano recogió un centro perdido para empalmar con violencia y doblar las manos del guardameta belga. Inapelable y de justicia. Antes del descanso, una indecisión entre Lejeune y Dimitrievski pudo costarle el 2-3 a los vallecanos, pero Vinicius, seguramente, estaría ya pensando en bailar y marró la clarísima ocasión. Inmediatamente después, quizás frustrado por su incapacidad de cara a gol, agredió a Balliu para dejar patente que el lateral era el que lo tenía bailando a él durante todo el partido. Espectacular el desempeño del internacional albanés, idóneo heredero deportivo y emocional de Cota y Coke.
Tras el descanso solo apareció el Rayo de Iraola. Contra viento y marea. Contra todo y contra todos. El Rayo de Vallecas, el Rayo de su barrio, el Rayo de la clase obrera. El equipo que trabaja y trabaja y trabaja para poder permitirse algún lujo. Camello lo buscó insistentemente con varios cabezazos que, punteados, se marcharon alejados de la portería. Óscar Valentín rebañó todos los balones que le pasaron cerca y los puso en circulación hacia sus compañeros. Catena y Lejeune capearon los pocos temporales que asolaron el cielo franjirrojo. Y en una de tantas cabalgadas por las bandas –lo de Isi y Álvaro era un soberbio show– Carvajal palmeó un regate del 18 rayista para, no sin mediar el VAR para volver a demostrar la incompetencia del primer colegiado, llevar el duelo a los once metros.
Los fantasmas, seguro, asediaron a Trejo. El capitán era Macbeth sufriendo las paranoias y las alucinaciones de la derrota. Sin embargo, el fútbol es de los valientes. Y el capitán del Santa Inés cogió la pelota con valentía, coraje y nobleza. Vallecas enmudeció; mucho más tras ver como Courtois detenía –otra vez– su lanzamiento desde el punto de castigo. Pero, esta vez, la trampa no se convirtió en legal y el VAR señaló la infracción de Courtois, que había entrado con los dos pies al terreno de juego, así como varios jugadores madridistas en el área. Lejos de amilanarse, Trejo asumió galones entre la aclamación del público, que había comenzado a corear el nombre de su comandante cuando todavía el penalti era un error. Pero no. Chocota no quería dejar que la melancolía invadiese su tango y recogió el balón de manos de Comesaña para poner la locura en la grada de Vallecas. En su decisión, en su rabia, en su determinación y en su arrojo y valentía para echarse a todo un barrio a la espalda podría resonar la frase del himno de su patria –a la que debería representar desde la albiceleste–: coronados de gloria vivamos o juremos con gloria morir. Y vaya si vivió el argentino, que desquitó todo lo que lo perseguía desde aquel fatídico penal con una celebración cargada de rabia y exaltación. Puro rayismo el del trequartista de Santiago del Estero, en cuyo clínic de centrocampismo, en cambio, resonaban las frases de la Rosalía en Despechá: “lo muevo de lao a lao, y a otro lao, hoy salgo con mi Rayo de Vallecas coronao”.
Con la ventaja mínima, de nuevo, en el tanteo, quedaba resistir y resistir y juntar filas. Para doblegar a las grandes corporaciones es necesario hacer un ejercicio de resistencia e, incluso, de guerrilla. No hay otra manera de hacerlo. Y el Madrid, quizás algo pendiente y temeroso de los Mundiales, quemó las naves para rascar algo en Vallecas. Ancelotti quiso ganar profundidad por los flancos y puso a Lucas Vázquez y a Nacho para bombear balones a un desacertado Rodrygo que erró tres ocasiones delante de Dimitrievski. Pero no, era el día del Rayo y nada lo iba a torcer. Ni siquiera un Martínez Munuera que expulsó a Iraola en la primera protesta, pero permitió innumerables desplantes de Vinicius contra él mismo y contra la grada. Ni siquiera una segunda e incomprensible expulsión al banquillo franjirrojo. Nada iba a impedir la victoria rayista contra su vecino rico. Es más, a punto estuvo Lejeune de brindar el 4-2 con una fantástica falta directa en los últimos segundos que obligó a Courtois a emplearse y convertirse en el mejor jugador del Real Madrid en la noche del Rayo de Iraola.
El triunfo de la mano nadie puede arrebatar al Rayo Vallecano cuando sale a golear. Y ni siquiera el Madrid pudo robarle los tres puntos a un equipo orgulloso, valiente y que hace del fútbol su razón de vivir. Un colectivo que pasó por encima de las individualidades y derrotó al Madrid con un baño de fútbol, realidad, calle y fútbol auténtico y alejado de focos. Un EQUIPO, con mayúsculas, que vivirá la noche coronado de gloria y con 21 puntos. El sueño de una noche de otoño.
Imagen destacada: @RayoVallecano