El Rayo rescata un punto ante la Real Sociedad (1-1) en una segunda parte en la que buscó la victoria más que su rival. Con el empate, los franjirrojos alcanzan los 41 puntos.
Jesús Villaverde Sánchez
En el fútbol, como en la vida, el todo es igual a la suma de las partes. Sobre todo si hablamos del marcador. El encuentro entre Rayo y Real Sociedad tuvo dos partes claramente diferenciadas: en la primera, el Rayo no apareció y se mostró apático; en la segunda, los de Iraola se mostraron netamente superiores.
Cedió la primera parte el conjunto franjirrojo, aunque la Real, lejos de avasallar, mostró un dominio inocuo y sin apenas profundidad. Solo un par de acercamientos al área abortados por la defensa franjirroja se pudieron contabilizar como ocasiones.
Pasada la media hora, Sorloth recogió un balón en la línea de tres cuartos y, tras caracolear y driblar a Catena –muy blandito en los choques–, disparó un chut raso y pegado al palo, batió a un Dimitrievski que, arrodillado, claudicó para ver como la pelota besaba las redes de su arco.
Aunque suene tópico, el tanto en contra pareció despertar al Rayo del letargo. Espoleados por verse por detrás en el electrónico, los de Iraola elevaron la presión, aumentaron el ritmo en la circulación y generó todas las ocasiones de las que había adolecido su comparecencia en los minutos anteriores. El vasquito Unai López lo intentó con dos latigazos duros y rasos. El primero lo despejó Remiro, abajo, cerca del poste. El segundo se marchó desviado y meció el lateral de la red. Entre ambos, Álvaro García recogió un balón suelto en la frontal del área y puso a prueba la capacidad de reacción del meta realista, que solucionó bien la ecuación que le proponía el extremo de Utrera.
En el descanso, todo cambió. O sería más justo decir que Iraola lo cambió. El técnico de Usurbil puso en juego a dos de sus hombres ilustres: los Óscar. En el pivote, Valentín, para robar balones e incomodar a los mediocentros blanquiazules Rafael y Mikel Merino con una agresividad tremenda. Su partido fue de sobresaliente (es incomprensible que, con la escasez que hay en esa posición, Luis Enrique no haya mirado hacia el despliegue del de Ajofrín ni una sola vez). El espectador se podía aburrir de contar los balones que robó el canterano para distribuir a sus compañeros. El segundo Óscar, el ‘Chocota’ Trejo, compareció con la misión de crear juego, aportar pausa, equilibrio y desborde en la medular y abrir líneas de pase. Lo consiguió, con creces, el argentino, que cerró un partido memorable en los minutos que disfrutó sobre el pasto vallecano. El Rayo, con la presencia de ambos centrocampistas, comenzó a carburar y cambió la cara por completo. Andoni había agitado la chistera y su agudeza en la lectura del partido le modificó el signo.
Remiro, el mejor de la Real en la segunda mitad, repelió un durísimo lanzamiento de Fran García nada más comenzar la segunda parte. El Rayo avisaba. Era otro equipo distinto al de los cuarenta y cinco minutos previos. En la siguiente jugada, un centro de Álvaro García no encontró rematador en un Nteka muy poco participativo y voluntarioso en la finalización (parecía que el francés siempre iba un paso por detrás de la jugada). En la otra meta, Dimitrievski salvaba a su escuadra con una soberbia parada a remate de Mikel Merino a escasos metros. Sería el propio Óscar Valentín el que, con otro magnífico chut lejano, obligase de nuevo a Remiro a una gran estirada. Rondaba el Rayo el área y, en esa tesitura, lo mejor es tener un tiburón, un animal salvaje, un depredador letal. El partido llevaba unos minutos –quizás demasiados– pidiendo a Radamel Falcao sobre el verde. Iraola se percató y lo puso a jugar. Y el olfato goleador se impuso entre el desorden. Solo cincuenta y seis segundos sobre el campo le hicieron falta al mejor delantero colombiano de la historia para anotar. La jugada de Trejo fue exquisita y culminó con una pisada canchera (muy de futsal) que dejó a Álvaro García en posición franca. El remate de diestra del extremo lo rechazó Remiro con otra soberbia mano rasa, pero, tras el rebote contra el palo, apareció el Tigre y asestó el mordisco a la yugular realista. Era el primer balón que tocaba el colombiano. Da la sensación de que si este Rayo hubiese podido combinar el oportunismo y la capacidad goleadora del cafetero con la entrega y la lucha incansable de Sergi Guardiola hubiese aspirado a cotas más altas en esta campaña.
Los franjirrojos ya habían volcado el campo hacia la meta de Remiro, pero sus intentos constantes –el más peligroso fue un lanzamiento lejano con el que Catena buscó la escuadra– terminaban en saco tiro, o despejados por el guardameta visitante. Finalmente, ambas escuadras rescataron un punto que, en el caso rayista, lo sitúa ya sobre el techo de cristal de la permanencia: los 41 puntos que culmimsn la Maratón rayista. El Rayo se tomó el café de media tarde con los Óscar y Radamel. Iraola lo sirvió en bandeja de plata. Y Vallecas se fue con el corazón contento.