El Rayo volvió a dejarse dos puntos, desperdiciando un 0-2 en Riazor, en un encuentro en el que el Deportivo remontó y el Rayo igualó (3-3) sobre la bocina.
En la vida deportiva, es mejor no transcender por ser mediocre que tener el recuerdo de todos por ser un nefasto profesional. No hay duda: Vikandi Garrido será de los segundos. Ayer no fue la primera vez que la lio. Al contrario, cualquiera que siga un poco el fútbol español sabrá que es un tipo propenso a generar polémica sobre el césped y montar circos inigualables con el silbato. Lo de ayer, independientemente de la enésima bufonada del Rayo de Jémez, fue un espectáculo arbitral vergonzante al nivel de una Liga que, día a día, se depauperiza más en la calidad de sus jueces. Incluso con la entrada VAR. O quizás sería mejor decir que a pesar de.
No pudo comenzar mejor el partido para el Rayo Vallecano, que a la media vuelta del segundero ya campeaba victorioso en el electrónico de Riazor. Catena orientó el juego al costado izquierdo y Álvaro asistió para que Juan Villar, a escasos metros de Dani Giménez, fusilase y se estrenase como goleador franjirrojo. Llegar y besar el santo fue la entrada de los visitantes al encuentro. Poco después, los rayistas amenazaron con ampliar la ventaja con una contra dirigida por Jorge de Frutos que finalizó Trejo con un disparo seco que obligó a su ex compañero Dani Giménez a replicar a córner. Sin embargo, cuando todo está de cara, hasta la mala fortuna te sonríe. Lo contrario le ocurrió al Depor, que durante los primeros 20 minutos podría haber criado enanos bajo la lona de su circo vacío de alma y ruido. Mollejo dejó una incomprensible cesión, blandita, con el pecho, y Juan Villar, el tuerto en el país de los ciegos, se adelantó y empujó el balón a las mallas ante la impotencia del guardameta blanquiazul. 0-2 y un partido que parecía finiquitado antes de la media hora.
No puso picante el Deportivo en la ensalada forastera hasta pasada la media hora, cuando un desajuste defensivo en la zaga madrileña dejó solo a Keko, cuyo intento de vaselina podría haber acabado en un video de lowlights del duelo. Luna le devolvió el cumplido con un lanzamiento cruzado raso que no besó red por no demasiados centímetros. La jugada de los de Vallecas puso el broche a una primera parte que no tuvo demasiada historia y en la que el Rayo se postuló como virtual vencedor del partido. Sin embargo, cuando los de Jémez se presentan como parte en una ecuación, lo más sensato es desconfiar de la X. Los primeros compases de la segunda mitad ya se veía un Rayo completamente entregado a la vagancia. Como si ya se viese ganador de la contienda. Y, ya sabemos, no hay peor soldado que el que menosprecia el potencial de la línea enemiga.
La caraja general del Rayo terminó con el empate a dos dianas en el marcador de Riazor en apenas tres minutos. Justo antes, Paco Jémez había dado descanso a Trejo para dar entrada a Santi Comesaña y había sustituido a un lesionado Milic para dar entrada a un Martín que sigue tan maldito como en el inicio de temporada. El central descuidó la marca ante la atenta mirada de un Luna que, en lugar de avisar o ayudar a su compañero, asistió perplejo al remate que Christian Santos le cruzó a un Dimitrievski a media salida. Minutos después, Mollejo enmendó su error en el 0-2 cuando se encontró tan solo en el centro del área que no tuvo más remedio que introducir el balón en las mallas. Sin hacer nada, el Rayo se había colocado con dos goles de ventaja y, haciendo todavía menos, se había dejado igualar la ventaja sin apenas pestañear.
Vuelta a empezar cuando todo parecía haber terminado. Como aturdido por la sacudida, el partido se detuvo durante unos minutos. Ninguno de los dos equipos arremetía, como dándose una tregua después del baile. Entonces, de repente, de una magnífica jugada de Jorge de Frutos, Tito estrelló un disparo contra la cepa del poste y, en el rechace, cuando todo parecía perfecto, Álvaro García se tomó represalias contra el aire y lo pataleó, olvidando el esférico entre las piernas. Fue el intento más serio de volver a adelantarse en el marcador, pues otro contragolpe terminó muerto en las piernas de Comesaña, que revierte el tiempo hacia atrás cuando se mide en carrera con algún rival. En el otro área, Aketxe marró un rebote que lo dejó solo en mitad del área grande de Dimitrievski, que miró como el atacante raseó rozando el palo.
Con esa ocasión terminó el espectáculo de Riazor y comenzó el show de Vikandi Garrido. El árbitro copó todo el protagonismo con un carrusel de decisiones a cada cual más incomprensible. Primero se inventó un penalti por unas manos de Martín Pascual, al que el balón golpeó en el bajo costado. Tras revisarlo durante un interminable rato en el VAR, el colegiado fue claro: “no es penalti”. Sin embargo, el VAR, que parecía querer ver el penalti, le volvió a decir que lo revisase y, claramente condicionado, señaló finalmente el punto de penalti. Se procedió al lanzamiento y Dimitrievski se lo detuvó a Aketxe, pero el VAR le indicó que se debía repetir el castigo por esa absurda norma que impide a los porteros moverse de la línea. La segunda vez, Aketxe no falló y perforó la escuadra rayista para poner el 3-2 que, en otras condiciones, hubiese tirado abajo el estadio. Pero Riazor sin público es tan insulso como un playoff de la NBA sin Kevin Durant.
Mala conciencia se le quedó a Vikandi Garrido, que, prácticamente en la siguiente jugada, señaló como máximo castigo un ligero apoyo de Mujaid sobre Qasmi. Lo convirtió Mario Suárez, con su habitual tranquilidad desde los once metros, para abrochar El Gran Show y sellar un empate loco del que ambos equipos pudieron sacar un botín mayor, pero también un cofre vacío.