El Rayo maniata y domina al Cádiz durante 85 minutos, pero regala un empate y dos puntos en los últimos cinco. Jémez no supo controlar un partido que se había puesto de cara con el golazo de Trejo.
En el fútbol, hay entrenadores capaces de cambiar el devenir de los partidos desde el silencio y la observación. Y otros que, para su desgracia y la de sus equipos, y a pesar de su verborrea y sus aspavientos, no lo son. Anoche, en el Ramón de Carranza, se disputaba un duelo de estilos. El Cádiz de Cervera, rocoso y rápido, se enfrentaba al Rayo de Jémez, estiloso y calmo. Dos conjuntos antagónicos, dos modelos que persiguen la victoria desde diferentes prismas y desde las insignias, el carácter y la identidad, para lo bueno y lo malo, de sus estrategas en comandancia.
Venía el Rayo de inyectarse una breve dosis de adrenalina y positivismo ante el Albacete. Y con esa inercia pareció salir al césped del Carranza, donde le esperaba un líder al que pronto intimidó con un disparo del peruano Advíncula, que buscó emular su gol del pasado miércoles. Se presentaba intenso el conjunto visitante, que antes de los diez minutos ya ganaba por 0-4 en el tanteo de faltas cometidas. Dominaban los franjirrojos el esférico y los espacios ante un conjunto amarillo que se dejaba camelar, fiel a su estilo, para tratar de corresponder el baile en los contraataques. Cortar y correr la espalda. Una filosofía antagónica al juego de control y toque que plantea el Rayo, aunque perfectamente válida y efectiva, como se ve en la clasificación, comandada con mano dura por el conjunto andaluz.
Una cabalgada, tras rebotar el balón en el colegiado, y un disparo cruzado de Álvaro García, el hijo pródigo que regresaba a su Comala particular, tras un bonito reverso, aumentaron la sensación de peligro que transmitía el invasor. Sobre el mapa, la colocación de piezas era similar a lo que se acostumbra a ver en el Ramón de Carranza. Un Cádiz bien armado al que apenas le preocupa conceder el balón a su enemigo para buscarle las cosquillas cuando lo intercepta. Sin embargo, la realidad era otra: el Rayo inquietaba mucho más el confort y la condición de anfitrión de la escuadra gaditana que cualquiera de los anteriores visitantes.
Solo había un contendiente en la batalla del Carranza y eso se tenía que notar de alguna manera. Así las cosas, a los pocos minutos de la reanudación, hizo aparición la magia del Chocota. El capitán vallecano se vistió del jugador que deleitó la hinchada de Payaso Fofó hace ya algunos años y recogió un balón suelto en la medular. Al primer envite, se le ocurrió un sombrero para sortearlo. Le siguió un cambio de ritmo con el que hizo parecer a Edu Ramos el Coyote. El argentino iba dejando trampas para sus rivales, TNT, a medida que avanzaba su paso firme hacia el área rival. Cuando se vio rodeado, levantó la cabeza y cedió el balón a la banda, donde su arrastre había dejado solo al inédito Andrés Martín, que devolvió la pared para habilitar al 8 de nuevo, ya en el área de castigo. Fue entonces cuando apareció el penúltimo mohicano con camiseta amarilla. En ese momento, Trejo fue más madrileño que nunca y, sobre una baldosa, recortó, cual Pichi castigador, para, con el exterior de su bota derecha, batir por bajo a Dani Gil. Una obra de arte futbolístico. Golazo espectacular de un jugador que, si muestra el nivel de estas dos primeras pruebas, dejará, seguramente, muy alto el pabellón franjirrojo en este segundo tramo de Liga.
Todo era demasiado ideal. El Rayo dominaba el juego, maniataba a su enemigo y controlaba el marcador. Como al tristemente fallecido Pau Donés, al Rayo todo le parecía bonito en Cádiz. Hasta que a Álvaro Cervera se le ocurrió el movimiento definitivo con el que iba a romper el tablero. Iván Alejo entró al campo en el descanso y, en seguida, se empezó a ver que la de Cervera iba a ser una jugada magistral. Empezó a dar sus frutos sobre el ecuador de la segunda mitad, en ese tiempo en el que Luna, lateral izquierdo veterano, empezaba a notar el desgaste de todo el partido. Nada hubiera ocurrido si, como es normal, el entrenador contrario, en este caso, Paco Jémez, hubiese contrarrestado la entrada del extremo reforzando un poco más esa posición, donde el ex del Alcorcón comenzaba a ganar absolutamente todos los duelos. Pero quién puede entender lo que pasa por la cabeza del técnico de la doble mascarilla… En lugar de introducir un efectivo que ayudase en la contención, Jémez dio entrada a Juan Villar y Jorge de Frutos, dos atacantes que en absoluto pedía el encuentro. Entre tanto, Trejo seguía a lo suyo y, en una acción similar al comienzo del gol, volvió a lanzar otro sombrero que, esta vez, supuso la amarilla para el combativo central Juan Cala. Lejos de pensar en amarrar algo el marcador, Jémez puso también sobre el verde a Joni Montiel, que en su primera acción, segundos después de aparecer por el campo, lanzó contra la barrera un libre directo en cuyo rechace a punto estuvo de sorprender a Dani Gil, que se vio obligado a la estirada rasa para despejar a córner. Un par de minutos más tarde, el guardameta, que sustituía ayer al ex rayista Cifuentes, desbarató el segundo tanto con una intervención de balonmano (pie al suelo y brazos abiertos para achicar espacios) ante Juan Villar.
Fue la última embestida de un Rayo al que parecía que se le habían acabado las pilas. Desde entonces, lo que se veía desde hacía un rato (salvo de llamarte Paco Jémez): carreras ganadas a la espalda por un Iván Alejo al que sus compañeros enviaban balones de todo tipo y color. No podía contenerlo Luna, solo ante el peligro, exento de ayudas de ningún tipo. Primero, avisó el interior derecho con un centro raso y tenso que Dimitirievski salvó jugándose el tipo. Pero lo de anoche era la crónica de una muerte anunciada en versión rayista. Un elogio al pagafantismo que culminó cuando, después de recibir la igualada, Paco Jémez reforzó, por fin y a destiempo, como casi siempre le ocurre con las sustituciones, la posición en la que sufría Antonio Luna. Un balón a su espalda forzó a Catena a acudir en la ayuda que su entrenador llevaba un rato negando a su compañero, desbordado por completo, pero su salida de posición dejó solo a Álvaro Giménez (se podría haber puesto un póster de Wanted con recompensa y foto de Saveljich, quién sabe dónde), que controló delante de Dimitrievski y lo fusiló en la salida. El final fue el mismo que tantas otras veces. La incompetencia manifiesta para controlar los partidos de Paco Jémez le volvía a costar a su equipo los puntos, por mucho que, al final del encuentro, saliese a abroncar a Catena en público, en un gesto feo, por el desacierto en el gol. La guinda al pastel de lo absurdo la quiso poner un Joni Montiel empeñado en tirar por tierra los pocos minutos que tiene con acciones de benjamín. El canterano vallecano se vio forzado a cortar, acertadamente, un contragolpe del Choco Lozano que parecía muy peligroso. Hasta ahí, bien. El problema, como casi siempre, fue su toma de decisiones. En lugar de agarrar al atacante local, como mandan los cánones y se enseña desde las categorías infantiles, el mediapunta vallecano le propinó una dura patada, sin sentido y por detrás, lo que terminó con su triste figura en el vestuario, cinco minutos antes del pitido final, y con la imposibilidad de jugar el miércoles frente al Fuenlabrada. Una acción con la que el joven futbolista vuelve a demostrar que está tan o más verde que el terreno de juego. No hubo tiempo para más y, aunque el Cádiz asomaba por el área franjirroja, los puntos quedaron repartidos: uno, el conseguido merecidamente por el Rayo; otro, el que le quiso regalar a su rival; y el restante, para Hacienda. El Rayo acababa de culminar una encantadora oda al pagafantas.
Texto: Jesús Villaverde Sánchez
Imagen: (Twitter Cádiz CF)