Ganar tiene que ser la hostia

Ganar tiene que ser la hostia

Segundo empate consecutivo en casa a un gol y seguimos sin dar con la tecla para revertir la situación.

Hay una máxima en la vida que, por muy de cajón, no siempre llegamos a aprender: cuando algo no funciona es necesario hacer cambios. Dicho de otra manera: los cambios se provocan, se fuerzan; para cambiar es precisa una cierta voluntad. Desoyendo esta valiosa enseñanza, se presentó Rubén Baraja con prácticamente el mismo once que había naufragado frente al Sevilla solo una semana (y dos horas) antes. Solo dos cambios: Miku al verde por Ebert y el regreso de Trashorras tras cumplir sanción. Y, claro, el partido fue casi como una secuela del anterior.

La segunda vuelta se inició con la misma cara que finalizó la primera. De circunstancias. Comenzaron el partido el Elche y el Rayo como dos ex que se cruzan en la calle. Se medían desde la distancia, con miedo, algo de recelo y cierta incertidumbre. No en vano, el partido estaba plagado de ex jugadores del contrario en una y otra fila. Rober Correa, Edu Albácar, Pelegrín y Juan Carlos volvían al que una vez fue su estadio, mientras que Baraja y Álex Moreno recordaban su paso por tierra ilicitana desde el banquillo. Así, en un encuentro lleno de nostalgias, los de Vallekas parecían querer imponer su condición de locales y muy pronto Trashorras envió un cabezazo manso a las manos del ex guardameta rayista. Los franjirrojos volcaron su ataque a la banda izquierda, donde Diego Aguirre se internaba con peligro. Una de sus acciones llevaron al balón a pasearse por el área de los franjiverdes sin que ninguno de los atacantes locales consiguieran impactar al balón con un mínimo de potencia.

Sin embargo, los de Toril se dieron cuenta pronto de que podía ser relativamente sencillo sacar algo positivo de la barriada. Se hizo el equipo con el balón y, para contestar al Rayo, marró sendas ocasiones en área rival. Un cabezazo que se fue arriba y un balón que no encontró rematador. Seguían tanteándose los dos equipos en una tarde fría y con no demasiado ambiente de fútbol. Hasta que Guillermo, el más listo del área, rompió definitivamente el hielo. Gazzaniga repelió como pudo un cabezazo a pocos metros, pero el balón quedó muerto. La segunda jugada fue doble. La línea defensiva rayista naufragó en un mar de miradas al que solo podría hacer justicia el cineasta hongkonés Wong Kar-wai y el Elche lo aprovechó rematando dentro del área no una, sino dos veces hasta introducir el esférico en la portería de Payaso Fofó. Así las cosas, el descanso se impuso lánguidamente, a la vez que el hastío en la grada de Vallekas. No dejó nada más destacable la primera mitad, salvo un protestado fuera de juego de Miku, que enfilaba la meta de Juan Carlos cuando el pitido del árbitro señaló la infracción. Pitos al descanso y fantasmas sobrevolando otra vez el césped recién estrenado del Campo de Fútbol de Vallekas.

Nuevamente, el equipo de Baraja tenía que cambiar la cara a la vuelta de vestuarios. Quizás alguien le debería decir al entrenador y sus jugadores que no es necesario hacerlo todo en la segunda mitad, que los goles de la primera también suben al marcador. Y que incluso, a veces, hacen daño a los rivales. Pero los vallecanos parecen ser como ese estudiante que lo fía todo a la última revalida. El caso es que, tras tirar la primera parte por la borda, y con el marcador otra vez en contra, el Rayo debería ofrecer algo más si quería reponerse y sacar algo positivo de su doble encuentro como local. Nada más lejos de la realidad, la segunda parte dio comienzo con un dominio abrumador de los ilicitanos. El cuadro de Toril combinaba en la medular a su antojo y el Rayo tampoco ofrecía mucha resistencia en la presión, por lo que daba la sensación de que, a poco que le sonriese la suerte, el partido se podía convertir en un paseo militar para los chicos de la Dama.En esas el técnico rayista movió banquillo y sentó al insulso Razvan Rat tras una entrada absurda en medio campo que le costó la amonestación.

La entrada de Álex Moreno supuso el pivote argumental y la película empezó a ofrecer signos de cambio. El Rayo se mostraba con más hambre, pero las internadas del extremo barcelonés, ayer lateral, y de Diego Aguirre, por el flanco izquierdo, no encontraban premio. Sacudida la tensión, el Rayo empezó a generar ocasiones y se percató de que no solo el Elche podía hacerle daño. La primera cristalizó en un remate de Trashorras desde la frontal que se marchó desviado por poco, la siguiente, en un tiro lejano de Miku que obligó a emplearse a Juan Carlos en una intervención meritoria, y más allá, Manucho remató a la media vuelta un rechace que un océano de piernas rivales enviaron forzosamente a córner. El angoleño había entrado unos minutos antes para sustituir a un Javi Guerra cuya pólvora sigue calada hasta el tuétano.La salida del saque de esquina supuso una especie de prólogo. Miku envió fuera un remate fácil, del que se desquitaría minutos después al materializar un claro penalti que Pelegrín cometió sobre Manucho.

Restaban veinte minutos para que la franja remontase el encuentro y saliese victoriosa y, pese a que se volcó, no consiguió voltear el tanteo. En parte por la incomprensible expulsión de Miku, que se llevó dos amarillas, una dudosa por simular penalti (?) y la segunda por una entrada sin ton ni son que anestesió la reacción rayista a falta de cinco minutos; pero también por un calamitoso remate sin oposición de Manucho a las manos de Juan Carlos cuando la afición ya imaginaba la celebración. Ya no pudieron ni siquiera las ganas de Fran Beltrán, que a la épica disparó por encima del larguero en los escasos siete minutos -incluido descuento- que le concedió un Baraja que sigue pareciendo incapaz de levantar a este equipo.

Fue el propio entrenador quien aseguró que estos dos partidos consecutivos en casa iban a dar la medida de aquello por lo que iba a luchar el Rayo. Dos encuentros sin victoria que, en efecto, no hacen sino confirmar lo que se rumiaba desde el inicio de temporada. Algo que la hinchada de Vallekas ya hace tiempo que ha interiorizado. Que su equipo va a pelear en la parte baja de la tabla y que tendrá que luchar con todo para salvar la categoría. Es cierto que resta toda la segunda vuelta, pero también lo es que no hay visos de que la escuadra franjirroja pueda mejorar demasiado. Al final, la mejor definición del contexto la volvió a dar otra acertada pancarta que Bukaneros desplegó en la salida de los jugadores y que sintetiza a la perfección el estado de ánimo general. Un mensaje que no por obvio es menos cierto: “ganar tiene que ser la hostia”.

Jesús Villaverde Sánchez